Atreverse a pensar como un artista

Pero ¿es que en arte todo vale?

El acto más valeroso sigue siendo pensar por uno mismo. En voz alta.

Coco Chanel

Provocar, intrigar

Hay quien llega a hacer el pino puente para conseguir que se fijen en él; el caso es que se fijen a costa de lo que sea.

Pero el artista de raza se conduce por otras rutas, volcado en su mundo de motivación y creatividad, una especie de Olimpo de acceso restringido a salvo de las presiones que afectan a los demás mortales.

Ahora, ¿es siempre así?

En 1972, la Tate Gallery de Londres adquirió una obra datada en 1966. Su autor: Carl Andre, de la corriente minimalista. La escultura, Equivalent VIII, consistía en un conjunto de ciento veinte ladrillos refractarios formando un rectángulo de dos alturas. Al precio actual podrían adquirirse por 72 €; poco más de 60 £. La Tate Gallery abonó dos mil libras por una genialidad que provocó un buen alboroto en los medios y críticas furibundas.

Treinta años después, la misma galería hizo otro desembolso —cuyo importe desconozco— por ¡una fila de personas! No es que comprase a las personas propiamente dichas, cosa que hubiera sido ilegal, sino un papel en el que el artista eslovaco Roman Ondák había anotado instrucciones para una performance: un número de actores formaría una fila cuyos miembros debían adoptar un aire expectante a la espera de que algo sucediera.

Se trataba de atraer al público visitante y que pudiera incorporarse adoptando el mismo aire de intriga ante ese algo del que nadie tenía noticia.

No hubo críticas ni comentarios mordaces. Algo había cambiado en ese periodo de treinta años.

Arte o tomadura de pelo

La pregunta es si estamos hablando de arte, stricto sensu; si se trata de mero objeto de deseo de ricachones codiciosos o si, por el contrario, hablamos en verdad de genios. No es la primera vez que una autoridad respetada en cuestiones de arte se pasma ante una pintura o una escultura recién salida de un horno moderno.

Fietta Jarque, periodista limeña, explora en 51 entrevistas a artistas un concepto muy necesario: el arte contemporáneo necesita explicaciones. Son entrevistas realizadas a lo largo de 25 años para el diario El País, en las que se revela el devenir del proceso creativo. Marina Abramovic, Joseph Beuyus, Sol Lewitt, Andrés Serrano o Cindy Sherman se han dejado retratar desde esa subjetividad que subyace en sus creaciones.

¿Qué hace a determinada obra ser buena, mala o, en todo caso, encajar en el concepto de arte moderno?

Puede que la pregunta no ayude. Puede que no se trate de decidir en términos de blanco o negro, sino de entender qué ha pasado desde que genios como Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci pintaran la Capilla Sixtina o la Mona Lisa. O desde que Rodin esculpiera El pensador.

Quizá se trata de entender que cada tendencia contiene en sí misma una parte de las que le antecedieron. Pero ¿incluso cuando Marcel Duchamp presenta su Fuente, que no es otra cosa que un urinario puesto del revés; una pieza adquirida en un almacén de fontanería?

Atreverse a pensar como un artista. @MarianRGK responde a una pregunta que nos hemos planteado muchas veces: ¿Qué hace a determinada obra ser buena, mala o, en todo caso, encajar en el concepto de #ArteModerno? Share on X

Los artistas piensan distinto

«Escojo un bloque de mármol y le quito lo que no me hace falta», decía Rodin a finales del XIX. Pero algo está a punto de volver el concepto de escultura del revés. Literalmente.

Marcel Duchamp era un hombre de movimientos precisos y caprichosos. Nos trasladamos con él al 2 de abril de 1917, a Washington. En el congreso, el presidente Woodrow Wilson espolea al Congreso para declarar la guerra a Alemania.

Duchamp, junto con dos colegas, husmea en un almacén de fontanería. De pronto, se interesa por un urinario de pared, un modelo Bedfordshire. Se lo lleva. Con la pieza en su estudio, la observa; la coloca del revés; la firma: «R. Mutt 1917». Solo queda ponerle título a esa obra ya terminada: Fuente. Está convencido de haber convertido una anodina pieza sanitaria en una nueva forma de escultura.

Y es que Duchamp tenía una convicción radical: entre un objeto producido en masa y la intervención del artista sobre él desposeyéndolo de su función, emergía una obra de arte. Solo quedaba mudar el contexto y adjudicarle un título. Lo denominó readymade: una escultura hecha con anterioridad.

"Atreverse

También el nombre de la firma era un juego de palabras que aludía al avaro A. Mutt, un personaje de una tira cómica: Mutt y Jeff. De este modo radical parece que criticaba, de paso, la avaricia de coleccionistas y especuladores.

#MarcelDuchamp tenía una convicción radical: entre un objeto producido en masa y la intervención del artista sobre él desposeyéndolo de su función, emergía una #ObraDeArte. Atreverse a pensar como un #artista. @MarianRGK. Share on X

Pensar distinto y pasar de las críticas

Si Duchamp, Andy Wharhol, Jeff Koons (con su esposa Ilona Staller, la popular Cicciolina), los hermanos Chapman o Bansky se hubieran dedicado a conjeturar qué pensaría la mayoría en lugar de centrarse en qué pensaban ellos mismos, nada habría sido igual.

La obra de arte posmoderna pone en cuestión los límites que condicionan el gusto y la decencia. Provocar shocks incluyendo escenas gore o incluso intimidatorias ha sentado un antes y un después en una historia, la del arte, dedicada a ser condescendiente con el poder y con el mundo de la cultura empresarial. De no haberse atrevido a pensar distinto, un artista como Damien Hirst no habría osado romper relaciones comerciales con sus marchantes y subastar sus propias obras —animales en formol y pinturas de colores brillantes— sin intermediarios y por sumas desorbitantes. La anécdota tiene más enjundia si tenemos en cuenta que esto sucedía mientras el banco Lehman Brothers quebraba.

Son artistas enfrentados a sus predecesores, a quienes acusan de haberse zafado del ideal utópico que decían perseguir. La tecnología y la ciencia tampoco habían ofrecido las panaceas que prometían. En un mundo así, la ansiedad existencialista parecía ser la mera incertidumbre.

Abrieron el camino para que artistas nacidos a finales de los 80 y principios de los 90 irrumpieran con una confianza asombrosa en sí mismos. Una confianza que nunca tuvo reparos, además, en coger del pasado lo fascinante, darle su toque y ofrecerlo sin prejuicios.

Ser valientes antes que humildes

No somos Miguel Ángel ni se nos plantea el desafío de pintar la capilla Sixtina pero, aun así, somos muy conscientes de nuestras limitaciones: no estamos dispuestos a hacer el ridículo por pequeño que sea. Antes que pasar vergüenza, una frenada en seco. Todo el mundo tiene más talento, quién me creo que soy, cualquiera merece más consideración…  Demasiadas precauciones para llegar a pensar como un artista. Demasiada modestia.

Se impone aquí una actitud de doble confianza: en las propias posibilidades y en las posibilidades de quien se hará eco de lo nuestro. Porque nos va a criticar, pero forma parte del guion.

Sería inmensa la lista con los rechazos que han sufrido otros antes que nosotros y que, sin embargo, no por eso se echaron atrás. No se echaron atrás los Beatles ni se echó atrás Freddie Mercury; tampoco Proust, Navokov, Goldin, Stephen King o J. K. Rowling tiraron la toalla. Al propio Miguel Ángel le retiraron el encargo de esculpir la tumba papal, un ambicioso proyecto que hubiera resuelto las inquietudes pecuniarias del artista. Lo que no sabía Miguel Ángel es que le aguardaba otro encargo más ambicioso, aunque lo rechazó: ni era pintor ni fresquista ni se veía capaz de pintar la famosa Capilla. Temía perder el prestigio que tenía, su estatus, que era enorme, y por el que le aguardaban multitud de encargos. Tenía miedo.

Y, sin embargo, aceptó. Pensó nada menos que, puesto que así venían dadas, era mejor darse el lujo de fracasar a lo grande.

Dedicar tiempo a pensar

El propio Marcel Duchamp fue más que un artista osado. Duchamp pensaba y pensaba mucho. Se sentaba durante horas a calibrar el trabajo el curso y, mientras jugaba al ajedrez, pensaba —tal vez porque era, además, un gran lector—, añadía tal o cual detalle minúsculo, tal o cual matiz a su obra, valoraba el conjunto. Tardó veinte años en culminar su inquietante Étant Donnés (1946-1966), de manera que no es el prototipo de artista prolífico y de singular destreza que podíamos imaginar. Muchos lo superaron en este sentido. Puede decirse que su rasgo más meritorio fue, en cambio, atreverse a pensar como un artista.

¿Por qué solo los artistas se permitían hacer arte? ¿Por qué no podía pensarse el arte desde otro lugar? ¿Por qué no atreverse a cuestionarlo todo?, se decía Duchamp. Esa es la actitud.

Se trata, en definitiva, de ir más allá de los efectos sensibles cuando a arte se refiere. De tomarlo como desafío. Reducir el arte a las meras sensaciones es no tomar en cuenta la capacidad humana de pensar, de discernir. El arte debe satisfacer exigencias de orden racional, más allá de cualquier subjetividad. De lo contrario, acabaremos no pudiendo consensuar qué es arte.

 

Pensar distinto, ser valiente antes que humilde, pasar de las críticas y cuestionarlo todo. Un desafío que nos plantea el #arte en su conjunto y la #creatividad en particular. Un artículo de @MarianRGK. Share on X

 

Atreverse a pensar como un artista

Un artículo de Marian Ruiz Garrido

Portada de David de la Torre