Un joven toma una hoja en blanco y comienza a dibujar. Trata de captar una escena cotidiana. Un instante decisivo. Es el París de principios del siglo pasado y el joven será el futuro padre de la fotografía moderna. Pero para ese momento, el llamado Ojo del Siglo no sabe que la fotografía será su camino ni tampoco que se convertirá en el fotógrafo emblema de una forma por completo nueva de comprender la fotografía. Un jovencísimo dibujante llamado Henri Cartier-Bresson se afana por aprender lo que lo hará un maestro de la fotografía: la capacidad de encontrar el momento que sea digno de eternizar y construir como una versión de la realidad y una mirada al futuro.
Nueva serie de artículos de @Aglaia_Berlutti sobre los grandes artistas de la #fotografía actual. Hoy, #CartierBresson, el Ojo del Siglo, maestro de fotógrafos y padre del #fotorreportaje. Share on XGrandes fotógrafos de la historia
Henri Cartier-Bresson
Con apenas diecinueve años, Henri Cartier-Bresson recibió clases del artista André Lhote en Montparnasse para aprender las nociones básicas sobre la pintura. Todavía no estaba muy seguro sobre su futuro en el mundo de las artes, pero la breve temporada en las aulas de clases de Lhote le permitieron construir todo un lenguaje visual que perduraría con el tiempo. Sentado a la mesa, en largas tardes tediosas del verano parisino, Cartier-Bresson no sólo aprendió los rudimentos de la técnica pictórica, sino esos elementos abstractos que brindan a una obra visual su belleza y profundidad. Aprendió sobre composición, el poder de crear escenas a través de decisiones estéticas y conceptuales muy específicas. Como lograr que una pieza artística pudiera no sólo asombrar sino conmover al espectador. En suma, el estudiante Henri Cartier-Bresson aprendió a pensar de manera artística, a utilizar sus recuerdos intelectuales y emocionales para crear obras que fueran trascendentes. Y lo hizo a través de la experiencia de un respetado artista que le enseñó todas las razones concretas por las cuales se educa a un artista en crecimiento: la necesidad de brindar los conocimientos necesarios para que el aprendiz no sólo pueda madurar como artista sino también, como creador de un lenguaje visual personal.
Unos años después, el joven dibujante abandonaría los lápices y tomaría una vieja cámara Krauss para inmortalizar escenas en Costa de Marfil. Tenía veintitrés años cumplidos, cuando encontró en la fotografía no sólo una forma de expresión, sino también, una manera de elaborar verdaderas obras de arte en las que la realidad era el centro de toda elucubración simbólica. Entusiasmado y asombrado, Cartier-Bresson descubrió en Costa de Marfil la idea básica de la fotografía, que seduciría a muchos de los fotógrafos que le sucedieron: la capacidad de la imagen para inmortalizar, pero más allá, para crear y construir ideas profundas a través de lo inmediato. El joven fotógrafo comenzó a fotografiar por el mismo impulso de registrar, documentar y llevar al mundo que lo rodeaba a una nueva dimensión de belleza y significado. Y la cámara le brindó el espacio y, también, los medios para elaborar todo un discurso visual cuyo valor perdura hasta la actualidad.
En una ocasión, Cartier-Bresson afirmó que su mayor ambición era legar al mundo de la fotografía, una reflexiva comprensión sobre la belleza de lo secreto. Una frase que pareció resumir todo el trayecto del joven estudiante parisino en reconocido fotógrafo internacional. Para entonces, había publicado el que sería su primer libro, El momento decisivo, en el que además de elaborar una detallada teoría sobre su percepción de la fotografía como parte de una extensa diatriba sobre la realidad y sus interpretaciones, dejó claro el método infalible que lo convirtió en el testigo de un siglo de grandes transformaciones sociopolíticas: la observación paciente, directa y concienzuda de la realidad. Para el fotógrafo, la imagen era un mapa de ruta a través de la historia y también, una búsqueda de la integración entre el arte y la formalidad del documento registrado.
Sin embargo, Cartier -Bresson nunca olvidó sus orígenes: el joven artista francés que dibujaba durante el sol ardiente de verano de una ciudad extraordinaria persistía no sólo en sus fotografías sino en su manera de comprender la disciplina: cada una de sus imágenes tiene la pulcra composición del dibujante y la vitalidad extraordinaria del fotógrafo moderno que recorre las calles en busca de un momento que inmortalizar. Entre ambas cosas, Cartier-Bresson encontró un espacio para la confluencia de la idea visual como algo más que una connotación de propósitos estéticos y el relato documental a través de las imágenes.
Cada una de las imágenes de #CartierBresson tiene la pulcra composición del dibujante y la vitalidad extraordinaria del fotógrafo moderno que recorre las calles en busca de un momento que inmortalizar. @Aglaia_Berlutti. Share on X
A Cartier-Bresson se le considera el símbolo de la fotografía tal y como la comprendemos en nuestra época. Un pionero en comprender la imagen como una interpretación artística de la realidad y, además, brindar sentido metafórico a la observación subjetiva. Sin duda, Cartier -Bresson creó una forma de fotografiar que tenía mucho del documental en estado puro, pero también, de la noción persistente del ojo del fotógrafo como una expresión de su opinión y sensibilidad intelectual. Para capturar el instante decisivo, Cartier-Bresson encontró algo más: la expresividad de lo cotidiano, esa pequeña ruptura de la normalidad para crear un instante profundamente significativo.
Para el fotógrafo, el mundo era una red de complejas interconexiones visuales: pintor antes que fotógrafo, supo buscarlas con la paciencia del perenne observador, del que intenta comprender el mundo a través de trazos precisos y encuentra en lo abstracto, una emoción consistente y reveladora. A pesar de que el gran maestro fue famoso por su habilidad para captar la realidad, lo que le brindó un lugar en la historia de la fotografía fue la búsqueda incesante de lo anecdótico. Como fotógrafo, Cartier-Bresson dibujó la realidad, la estratificó en metáforas exquisitas que brindaron un sentido profundo a cada imagen. Como artista, el venerable maestro dejó en herencia a la fotografía un lenguaje: esa discreta búsqueda de la intimidad entre lo que ocurre, lo que transcurre y lo que se plasma. Una mirada a hurtadillas del mundo que le rodea. Ese talento invisible de poner la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo momento para encontrar el verdadero lenguaje de la imagen.
Artículo de Aglaia Berlutti
Voy a estar investigando más por aquí.