Confesiones de una heredera con demasiado tiempo libre
Presentación oficial de la novela de Belén Barroso en la Casa del Libro
Se suele tener la idea de que la presentación en sociedad de un libro recién publicado tiende a ser un acto más o menos serio, a veces incluso algo aburrido, que involucra a una serie de personajes (autores, editores, entrevistadores y diversos expertos literarios) que hablan en un lado de una sala, por lo general detrás de una mesa, y una cierta cantidad de gente que escucha (o finge escuchar) desde el otro lado. Y, sí, en líneas generales es eso, una especie de combate de boxeo en el que noquear al contrario significa convencerlo de las bondades de ese libro que va a comprar antes de marcharse y del que podrá hablar a todos sus conocidos, aunque solo sea para contarles que tiene la flamante firma del autor en su página de cortesía. Está ahí, en el estante, tan mono él, listo para enseñarlo a la primera ocasión. Acompañando al resto de trofeos de otras presentaciones y de cada feria del libro. Muy decorativos.
Últimamente estoy asistiendo a algunas presentaciones que rompen con esa idea. No la de la sala con gente que habla del libro para que quienes hayan asistido lo compren y hagan correr la voz, lo cual parece ser un punto importante, sino la de que el acto es serio y a veces incluso aburrido. Las actividades literarias también se saben vestir de animación y sentido del humor. Como ejemplo, la que el pasado 3 de julio presentaba el libro Confesiones de una heredera con demasiado tiempo libre, de Belén Barroso, en la Casa del Libro de Gran Vía. De un libro humorístico como es este no podía esperarse, por otro lado, un ambiente que no fuera distendido y proclive a la sonrisa.
¿Y quién es Belén Barroso? No se lo preguntéis a ella porque, probablemente, mirará a uno y otro lado mientras dice: “¿Quién? ¿Quién?”. Como me confesó la primera vez que hablamos, le ha costado hacerse a la idea de que la llamen por su nombre en un ámbito tan público, acostumbrada al nom de guerre por el que la conocemos quienes ya la seguíamos como bloguera (y con el que hubiera firmado su libro si no hubiera resultado harto extraño): Loqueme. ¿Loqueme?, preguntaréis ahora. ¿Qué alias es ese? Pues el resultante de abreviar el nombre de su blog Lo que me ahorro en psicoanálisis, el rincón desde donde se pretende la dominación mundial mediante la hilaridad.
Que no falte el humor
El buen humor fue el protagonista obligado de esta presentación de principio a fin, como no podía ser de otra manera. Al frente, en una tarima junto a la ventana, la sonriente autora acompañada por su editora, y dos blogueras que participarían en la charla. Al otro lado, el público expectante ocupando varias hileras de sillas. Entre medias, la consabida mesa… aunque hay que decir que era una mesita baja, como de té, que resulta mucho más informal y simpático y, aunque pedía a gritos ese té con unas pastitas, servía de apoyo a los micrófonos y unas botellitas de agua muy necesarias. ¿No he dicho que hacía un calor bochornoso? Pues lo hacía. Un horror.
La presentación comenzó, con un ligerísimo retraso que ya quisieran las líneas aéreas, de la mano de Miryam Galaz, la editora de Espasa gracias a la cual “Confesiones de una heredera con demasiado tiempo libre” está en las librerías. Y lo hizo a través de una carta para mantener así el estilo epistolar con que el libro está escrito. Entre guiños y anécdotas hizo un repaso a toda la ruta literaria y fílmica que, siguiendo los pasos de Jane Austen, ha recorrido este par de siglos que llegan hasta hoy y de los que Belén Barroso se sirvió como inspiración a la hora de escribir su novela.
Después le llegó el turno a Estíbaliz Burgaleta, guionista televisiva y bloguera en Bichos Raros, que hizo alarde de su don para la sonrisa en una amena charla que nos llevó por el mundo de los blogs, el humor, los libros y la memoria. Y no me refiero a la memoria solo por sacar a relucir el pasado, sino porque traía todo aquello metido en su cabeza y lo soltó con una naturalidad de lo más envidiable. Luego me tocó a mí. Sí, yo también me pregunté qué diantres hacía allí. Dejé la chuleta y la serenidad en el fondo del bolso y, tras algunos comentarios acerca de las redes sociales y su relación con las actividades propias de la Inglaterra de la Regencia (sí, de veras), por fin di paso a la protagonista de la velada: Edwina.
Edwina
¿Que quién es Edwina? La destinataria de las cartas que la heredera con demasiado tiempo libre escribe para contarle las emociones (o algo parecido) de su día a día. Sobre ellas, sobre la creación del pequeño mundo en que se mueve y sobre cómo llegó a él, nos habló Belén Barroso. Hay que decir que empezó señalando a los culpables de haber llegado a escribir este libro y, aunque no lo hizo con el dedo (todos sabemos que es un gesto muy feo), dijo nombres y apellidos: Jane Austen y Eduardo Mendoza. Ahí es nada. Dos maestros de la ironía en distintas formas. Por lo visto su lectura (o un golpe en la cabeza) le produjo una epifanía y se decidió a escribir humor. O, como dice ella, una novela de “ji-ji, ja-ja”.
A partir de ahí empezó lo mejor (o lo peor, según se mire), porque fue cuando empezamos a, digamos, desvariar. La charla se convirtió en una sucesión de ideas que llevaban unas a otras, de referencias, recuerdos y comentarios entremezclados que nos llevaron hasta lo gastronómico y una de las asistentes dio en calificarla de “momento zarzaparrilla”. En resumen, todo un despliegue de verborrea y risas.
No faltó de nada: ruegos, preguntas y respuestas; y las firmas, por supuesto, antes de la despedida. Por no faltar, no faltó ni el mayordomo. Que, por cierto, se llamaba Branson.
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