Esteban Martínez Serra (Figueres, 1962), autor de Cuaderno japonés y otros poemas breves, ha publicado: Palabras indefensas (1999); Las voces de la sombra (1999); A los frutos tardíos (2001); Paisajes de la voz (2005); Amarres (2009); Las luces nómadas (2010); Carencias (2015); El lento aprendizaje de la paciencia (2019), y El temblor (2022). Este profesor de Lengua y Literatura españolas durante su época universitaria dirigió la revista literaria Fragmentos. Además es cofundador de Papers de Versália, grupo de poetas de Sabadell que trabaja para promover la creación poética y su difusión.

Vamos a centrar nuestra reseña en «Cuaderno japonés». La más extensa y ambiciosa parte de este poemario con igual título viene dedicada a Sonome, amada omnipresente y musa de su amante-vate: los sesenta poemas por él compuestos pivotan sobre ella. Pero, y ya desde su misma dedicatoria, el impetuoso deseo varonil choca de frente con esta huidiza dama a quien asimismo caracteriza una incapturable imprevisibilidad: como si amante y amada fuesen dos líneas paralelas condenadas a encontrarse en el infinito.

Cuaderno japonés, de Esteban Martínez Serra, es el quinto poemario que nos recomienda Manu López Marañón: disfruten de estos versos de amor y desamor en Poemarios para un verano sin crímenes. Editorial La Garúa. Share on X

La sensación que deja el largo lamento que acaba siendo el Cuaderno, sus versos de amor y desamor, de lirismo paisajístico, de peticiones y deseos —por los que fluyen sombras queridas o temidas de la naturaleza y la noche, y asimismo, de la fauna y la flora—; la sensación persistente, decimos, tras repasar las circunstancias que llevan al poeta a prendarse de Sonome (extendiendo su cuerpo y alma a todos los puntos del espacio y del tiempo que ese ser ha ocupado y ocupará), es la de que —pese a ingentes esfuerzos— tan requerido amor no ha cuajado. Y nos referimos al Amor con mayúscula; a no otro aspira este amante: amor como asombro, como libertad decidida e intento, en su caso, de avivarlo con palabras. Pero, desengañémonos de una vez, el amor no nace de decisiones individuales sino siempre de la entrega mutua.

Un grupo no pequeño de poemas en «Cuaderno japonés» resulta prometedor para las intenciones del amante. Así, Sonome parece dispuesta a disolver las preocupaciones del poeta (I), a ceder el paso ante su vehemencia (II), a ofrecerle su desnudez (XII) y a regalarle la golosa miel que circula por su cuerpo (XIII).

XIII

Déjame lamer,
bella Sonome,
la miel cárdena
que brota de tu rodilla.
Después sentémonos a oír
cómo canta el grillo.

Además, ella muestra complicidad con el amante (IV) y escucha deseos y peticiones que este propone: incluir el animal impulso en la pasión (V); aspirar al sueño simultáneo (VI); regalarle sus bienes (XVI) y hasta las estrellas del cielo (XVII), e incluso pedir que permanezca a su lado para admirar juntos ese firmamento donde refulge Sonome (XLIII).

V

No renuncies,
querida Sonome,
a mirar por los ojos
del lobo
cuando yazgas conmigo.

También la naturaleza muestra su lado más favorable a esta pareja: mar y copos de nieve crepitan en los labios de Sonome (VIII); un arroyo seco revive gracias a la amada (IX); esa montaña que se doblega ante Sonome (XI), y el rocío sirviendo a los amantes la última copa de su parranda (XIX).

XIX

Ayer bebimos
compulsivamente
la noche
hasta abrazarnos.
El rocío nos ofrece
una última copa

Y no se quedan atrás, como entregados palmeros del amor, flora y fauna: unos ciervos se apartan para dejar franco el camino de los amantes (III); la flor vespertina cerrándose encuentra nocturna continuidad en la flor de la amada (XV), y una pluma de paloma aviva el sentimiento del amante (XXXI).

XV

¡Mira cómo se esconde
la tarde dentro de aquella flor!
—me dices—.
Yo ardo en deseo de que llegue
la noche
y me entregues la tuya.

Por desgracia para este amante poeta —y como prevenimos— la pasión no acaba encontrando su aspirado y sostenido eco en Sonome. Y la mayoría de los versos de este Cuaderno dejan testimonio del amoroso naufragio, de aquello que pudiendo haber sido, no fue…

La naturaleza vuelve tornas y presenta, en diferentes grados, hostilidad hacia este amor con tanta gana de desplegarse: la nieve genera helados pensamientos (VII); el amante recorre espinados márgenes (XXIV); sobre la copiosa nevada faltan las pisadas de su amada (XXIX), y ni las nubes borran la tristeza en esa espera (XXX), presentando el jardín del amante un desbarajuste de aromas (XXXII) que rechaza: en su corazón cualquier raíz que no sean las de la amada sobran (XXXIII); sus huertos lo hacen añorar palabras de la amada (XXXVI), regalando al invierno su propio frío interior (XXXVIII); los árboles pautan el paso del tiempo sin la amada (XL), y un afluente seco hace que el amante se sienta un pez sin aire (XLIV) deseando ser arrinconado entre alfombras de hojas caducas (LV). De remate, los nombres del amante y la amada son solo rumor de lluvia (LVIII), y el planeta y las palabras —que un día se unieron para cantar a la amada— enmudecieron para siempre (LX).

LX

Entre todas las palabras, una.
Entre todos los planetas
uno solo te cantó.
Hoy el universo enmudece.

Cuatro poemas presentan la noche como una carga: antes tan querida, el amante, desde que falta su amada, la rechaza (XXVII) y prefiere encerrarla en la caseta del perro (XXVIII) porque para él —sin Sonome— la noche es solo una sucesión de oscuridades y dolores (XLIX) que ya solo puede interesar si le ofrece algún remedio para su sufrimiento (LIV).

XXVII

No quiero dormir.
No quiero soñarte
en los sueños de otro.
Noche,
ya no eres bienvenida.

Fauna y flora abandonan sus homenajes para solo causar daño: un mirlo favorece la fuga de la amada (XXI), un gato trae molestos recuerdos (XXXV) y el lenguaje de flora y fauna —que ella dominaba y no quiso enseñar— es asumido como manera de diferenciarse del amante (XXXVII); ni la humildad ni el esplendor de flora y fauna lo consuelan (XLVI): desengañado, desea que su amada engrose una manada de oscuras aves (LVI), y a la levedad de las flores opone el abandonado su asumida pesadez de alma (LVII), un alma avejentada por las cuatro primaveras de mil años que lleva sin ver a su amada (LIX).

XXXVII

Tú, que leías los signos,
que conocías el dulce lenguaje
del museo de la corteza del arce,
¿por qué no me enseñaste
a bramar desconsolado como un ciervo?

La no consumación del amor se explicita en: la incomunicación (XX), que llega a extremos de olvidar nombres (XXII) o que el de la amada caiga de lleno sobre la tristeza (XXV), porque ella se llevó las palabras y voz del mudo amante (LI) y a él nada cuesta reconocerse atemorizado por todo (LIII). Otros lastres son lo efímero del amor, breve como parpadeo (XXIII); el precio a pagar a un rapsoda del amor (XXXIX); la sombra del amante poniéndose en fuga tras la mujer (XLI); que solo las lágrimas de la amada pongan remedio a la enfermedad del amante (XLV); la venta de la casa donde fueron felices, vetada para el amante (XLVII) que ahora acuna su soledad en una cabaña que nunca será conocida por la amada (XLVIII), y el dolor generado por su definitiva ausencia repartiéndose durante solo tres estaciones: el verano le trae la nada y, como dijo Faulkner, «entre el dolor y la nada me quedo con el dolor» (L).

L

Para la primavera,
dolor en los ojos.
Para el otoño,
en el corazón y la cabeza.
Para el invierno,
en las manos.
Para el verano…
No ha vuelto el verano
desde que tú te has ido.

Sólo se ama lo que no se posee por entero. El amor no subsiste si no queda una parte por conquistar… Si el amante-vate de «Cuaderno japonés», tras sus poéticas tentativas, hubiera gozado del pleno amor de Sonome habría sido el más feliz de los mortales. Pero en tal estado… ¿versos tan encantadoramente tristes y sutilmente desolados como los de este poemario hubieran visto la luz?

Gaspar Melchor de Jovellanos avisó: «La poesía es poco digna de un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto que el amor». También Cesare Pavese: «Y, sobre todo, recuérdese que hacer poesías es como hacer el amor; nunca se sabrá si la propia alegría es compartida».

Cuaderno japonés y otros poemas breves refuta ambas sentencias. A ningún lector puede quedar sospecha de cómo el catalán Esteban Martínez Serra se ha ocupado del amor desde una sabiduría solo adquirible tras el padecimiento de la dignidad herida. Y no estaría de más recordarle al suicida Pavese que la lectura, y, —sobre todo—, la escritura comparten bastantes escenarios con el desprejuiciado y libérrimo onanismo humano. Lo pasarán orgásmicamente bien con este libro de versos. Se lo aseguramos.

En Cuaderno japonés, Esteban Martínez Serra se ha ocupado del amor desde una sabiduría solo adquirible tras el padecimiento de la dignidad herida. #Reseña de Manu López Marañón. Share on X
Cuaderno japonés. Esteban Martínez Serra. La Garúa (2023)

Cuaderno Japonés

Esteban Martínez Serra

La Garúa

Reseña de Manu López Marañón

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