El Águila Calzada. Gavilanero
El Águila Calzada o Hieraaetus pennatus es un ave rapaz de tamaño mediano que habita en la Península Ibérica durante el verano.
Su seudónimo: Gavilanero. Su pasión: las aves rapaces. Ferviente admirador de Félix Rodríguez de la Fuente, este guipuzcoano no desea abandonar su anonimato, se contenta con saber que daremos a conocer su admiración por estos animales, a los que respeta y ama profundamente.
A continuación os presentamos El Águila Calzada, una declaración de amor en toda regla hacia estas aves de vuelo espectacular.
Águila Calzada. Gavilanero
Siempre imaginé, durante mis largos paseos por los montes y praderas de Goyaz en mi juventud, la compañía de una rapaz en mi puño. Paseos que descubrían infinidad de seres que, sin lugar a dudas, se convertían en presas de mi rapaz en la febril imaginación de un chico que, a modo de novelas caballerescas, leía una y otra vez los lances de caza de sus manuales de cetrería.
Arrendajos, mirlos, zorzales, alguna tórtola e incluso las siempre emparejadas cornejas protagonizaban los lances mas alucinantes que un cetrero podía imaginar en los bosques y las pendientes de los lugares que yo visitaba. Y de vez en cuando descubría yo al Gavilán, mi anhelo, mi sueño, volando raudo, intentando que nadie lo descubriera en su vuelo, o quizá hasta el mismísimo Azor que sólo lograba seguir con mi vista durante unos pocos segundos antes de desaparecer en la floresta.
A los años y después de un camino difícil y tortuoso, siempre acompañado por mi hermano, llegamos a experimentar muchas cosas con nuestro Azor (Akus) y nuestra gavilana (Alba).
Pudimos sentir por fin cómo cualquiera de los dos capturaba nuestro guante volando libre en el campo con la mirada fija en la carne que guardábamos entre nuestros dedos a modo de recompensa.
Pero todo esto comenzó hace ya bastante tiempo, cuando un día, sin saber muy bien por qué, descubrí a un ser fascinante en los cielos de mi infancia. Una rapaz que se convirtió en distinta a las demás… el Águila Calzada.
Muchas veces la vi sobrevolar mis campos de Goyaz a baja altura. Las alas extendidas y delgadas, las plumas digitales apretadas, su vuelo infinitamente más veloz que el conocido Ratonero. Esta es una verdadera águila. Una verdadera fiera alada. En mis finales de primavera y mis veranos, la visión de aquel prodigio de la naturaleza era algo que muchas mañanas y pocas tardes me ofrecía mi campo.
Muchas veces la vi sobrevolar mis campos de Goyaz a baja altura. Las alas extendidas y delgadas, las plumas digitales apretadas, su vuelo infinitamente más veloz que el conocido Ratonero. Esta es una verdadera águila. Una verdadera fiera alada. En mis finales de primavera y mis veranos, la visión de aquel prodigio de la naturaleza era algo que muchas mañanas y pocas tardes me ofrecía mi campo.
De fase clara, cabeza saliente y plumas negras, el Águila Calzada imponía su ley allá donde su vuelo le llevara. Quizá ese era su secreto para atraerme tanto. El poder y el miedo que producía a todos y cada uno de los seres que compartían en esos momentos mis desvelos, evidentemente, yo para espiar al águila y ellos para escapar de su alcance. Durante muchos días y meses e incluso años, la Calzada me regaló vuelos increíbles, picados intensos, emociones fascinantes que como siempre terminaban en mi mente mezclados con la imaginación de poseer una de estas armas terribles adornando mi puño en cualquier mañana de un mes de verano.
Desde aquel extraño día en el que mirando una guía de campo de rapaces descubrí que aquella ave que me parecía mucho más estilizada y clara que un Ratonero se llamaba Águila Calzada, nada volvió a ser igual. Entonces descubrí un ave misteriosa, atrayente, con un dominio del vuelo y una capacidad de generar desasosiego en sus presas que solo con el Gavilán, el Azor o el Halcón Peregrino había visto yo algo parecido.
Pronto descubrí que me encontraba delante de un ser increíble, capaz de crear en mí sentimientos y sensaciones como nunca había sentido. Hoy en día, cada vez que la descubro colgada en el cielo como si se tratara de uno de los testigos más fascinantes de que la naturaleza en plena esencia vuelve a retomar lo que un día ya fue suyo, sigo emocionándome como aquel día, lejano ya, en el que, de repente y casi sin darme cuenta, me cautivó y me enamoró para siempre.
Cómo no enamorarse de aquel ser mítico para mí, que un día, un misterioso y extraño día… me mostró el más dramático y fascinante pasaje de una naturaleza pura y salvaje.
Me encontraba paseando con ese “mal rollo” característico del menda cuando, de repente, escuché un zumbido que sonó en todo el valle… Yo miraba hacia el lugar de donde provenía el ruido y descubrí un ave con las alas totalmente cerradas cayendo en vuelo vertical que ponía los pelos de punta. Caía y caía y no hacia ademán ni de frenar, ni de cambiar de dirección. Tanto es así que incluso alimentaba en mí la extraña ilusión de que se iba a estampar contra el suelo irremediablemente y que allí dejaría, en forma de plumas y huesos rotos, el resultado de tan alocado vuelo. Y más y más… se iba a matar… ya está, ya no había salida, ¡se iba a matar!
De repente, abre sus patas, lanza las garras, extiende su cola y sus dos alas poderosas, fascinantes, llenas de plumas estratégicamente colocadas, de contrastes blancos y negros que hacen de aquella increíble pirueta un ejercicio mucho más espectacular aún… funcionan como testigo del poder de aquel verdadero misil… y acto seguido descubro que, justo delante de la reina de las aves, hay una Lavandera Blanca que lucha por escapar de aquel matador, y que ya conocía mucho mejor que yo (sin ir a clases de física) lo que era capaz de lograr la energía cinética cuando se la alimenta de manera tan poderosa.
Fueron dos, tres o cuatro segundos eternos, la Lavandera quebrando, el águila siguiendo su estela como podía, pues la fuerza que había alcanzado y que era su mayor virtud, se convertía en ese mismo momento en su mayor hándicap, pues no podía maniobrar con tanta soltura como la pequeña Lavandera que había despegado en el momento justo para burlar el primer y terrible ataque de la Calzada. Así cada quiebro, la Lavandera ganaba más velocidad y el águila veía como se escapaba su merienda de la tarde…
En la naturaleza no hay segundas oportunidades, la batalla entre cazadores y presas es constante, la evolución imparable y el ritmo frenético.
Todo eso ocurrió aquel día vestido de gris, deambulando por mis montañas mientras la oscuridad se adueñaba de parte de mi alma…
Hoy… bueno nada… si hoy algo va mal es más por culpa del que escribe que por ingerencia de los demás en la vida de uno, pero de repente y haciendo el bobo, divagando un poco por la red aparece este vídeo… increíble, que aún estoy tratando de entender del todo.
Podéis hacer seguimiento de las vibrantes crónicas de Gavilanero, en su blog “Águila Calzada”.
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