Todo comienza en Varsovia, en 2008. Juan Mayorga entra en una sinagoga creyendo que se trata de una iglesia católica. De sus paredes cuelgan fotografías recuperadas del gueto. Junto a cada una aparece la leyenda con el lugar en que fue tomada la imagen. Mayorga tiene un mapa que le han dado en el hotel. Marca sobre el plano todos esos sitios y se dispone a buscarlos. Pero ninguno de aquellos lugares existe ya. Mayorga ha generado un mapa de ausencias, de vacíos.
Blanca, la protagonista de su obra, realiza la misma visita a la misma sinagoga. Ve las mismas fotos. Y escucha la leyenda del cartógrafo del gueto. Un anciano, en torno a 1942, concibe la idea de hacer un mapa del mundo que se derrumba a su alrededor, del gueto de Varsovia. Como sus piernas ya no pueden sostenerlo, será una niña, su nieta, quien mida con sus pasos las calles, las plazas, las avenidas, las fachadas, la altura del muro que los confina en el horror.
Blanca queda entonces atrapada por las huellas de la historia, por las fotografías llenas de vida y de sufrimiento, por los lugares desaparecidos, y decide investigar si la leyenda es real. La búsqueda del mapa y de la niña que lo dibujó tensarán el argumento de El cartógrafo. Pero este suspense es solo la excusa para poner en pie un texto de una profundidad abisal, repleto de hallazgos expresivos, de sugerencias, de reflexiones sobre la memoria y los espacios que ocupamos, sobre el paso del tiempo y nuestras decisiones morales.
La obra, afirma Mayorga, fue concebida para doce actores, pero Blanca Portillo le propuso que solo dos, José Luis García Pérez y ella misma, interpretaran todos los personajes. José Luis García Pérez (Sevilla, 1972) interpreta a nueve de los personajes, y Blanca Portillo (Madrid, 1963) interpreta a tres, pero uno de ellos en distintos momentos de su vida. Juan Mayorga (Madrid, 1965) no es solo el autor del texto, sino también su director. Se trata de la tercera vez que dirige una de sus obras, tras La lengua en pedazos (2012) y Reikiavik (2016).
El resultado es un montaje prodigioso que realza la sobriedad del teatro de Mayorga. Texto, por otro lado, que hace cómplice en la complejidad al espectador, pues lo respeta profundamente. Y ese respeto se extiende a los intérpretes, de quienes, sin exageración, Mayorga dice que «son tan buenos que hacen que el espectador se olvide de lo buenos que son».
No es la primera vez que Mayorga trata el tema de la shoah, el exterminio de los judíos europeos. Himmelweg (2013) es otra de las cumbres de su teatro. En ella afronta un episodio poco conocido de la Segunda Guerra Mundial. Un delegado de la Cruz Roja Internacional recibe el encargo de visitar y hacer un informe sobre un campo de concentración nazi. A su llegada, el dirigente del campo ha efectuado una impresionante puesta en escena. Imbuido por un ideal artístico, déspota absoluto sobre los judíos del campo, ha dispuesto un escenario en el que solo se vislumbra una ciudad normal. Ni rastro de un campo de concentración. Colabora en la escenificación el jefe de los judíos, que no sabe si trabaja para salvar a los suyos o coopera con los verdugos. El delegado de la Cruz Roja, por su parte, no ve allí más que una ciudad normal, pues no hay ciego más perfecto que quien no quiere ver.
El mismo asunto, la incapacidad para mirar directamente al horror, trata Juan Mayorga en El cartógrafo. De ese rechazo visceral se valen todos los genocidas: traspasado cierto umbral, el crimen se hace invisible. El problema tiene otras ramificaciones. Y se presenta en forma de clásico de la ética y estética del siglo XX. Enunciado por Adorno, cobra la forma de una pregunta lacerante: ¿Es posible la poesía después de Auschwitz?
La irrepresentabilidad del horror se sustancia en El cartógrafo en varias escenas en las que los intérpretes dejan de interpretar, se distancian de la historia de Blanca, del cartógrafo, de la niña…, y apelan directamente a sus propias conciencias, que son las nuestras: «muchas veces, cuando preparábamos el montaje, nos preguntábamos si teníamos derecho a representar a estos personajes. Llegamos a la conclusión de que no debíamos interpretar estas escenas, sino decirlas». Y entonces Blanca Portillo es Blanca Portillo, y José Luis García Pérez es José Luis García Pérez. Y exponen respetuosa y solemnemente las cifras de la muerte en el gueto de Varsovia, los detalles más inhumanos, la utilización del gueto como sala de espera para Treblinka. Solo así concebimos que lo que estamos viendo es demasiado fuerte para ser representado. Que ese dolor no puede ser visto desde fuera, ni puede ser comunicado.
El extrañamiento brechtiano se produce en otras ocasiones, de manera que siempre está presente la idea del fracaso de la estética ante la evidencia de que el ser humano es capaz de industrializar la muerte del propio ser humano. Se trata a toda costa de evitar la catarsis: el teatro de Mayorga no debe apaciguar, sino mover.
La shoah, por otro lado, es sin duda el epítome de la barbarie en nuestra cultura, si bien hay otros holocaustos. Algunos son más cercanos en el tiempo. Otros están aún en curso. Por eso, las propias víctimas, el cartógrafo y su nieta, sienten vergüenza de lo que les está ocurriendo, pues intuyen que la naturaleza del verdugo es la misma que la de ellos mismos, y que solo el azar los ha colocado en esa situación.
No obstante, el mapa que realizan el cartógrafo y la niña es sobre todo un intento por que no perezca su memoria. Es la forma premonitoria que tienen de dejar constancia de lo que les va a suceder: «Hay cuatrocientos mil seres humanos ahí fuera en peligro. Vuelve a la calle y abre bien los ojos. Y pregúntate luego qué debe ser recordado». Se trata, pues, de un mapa urgente, un mapa de la infamia.
Pero el cartógrafo sabe que un mapa, como la historia, puede ser utilizado con muchos propósitos, y que los mapas más perfectos no son los que realizan los sitiados, sino los sitiadores. De la misma manera, años después, su nieta aprenderá que un mapa de Sarajevo auxilia a los francotiradores antes que a las víctimas. Se presenta así, pues, la historia frente al abuso de la historia. La cartografía de nuestra experiencia vital frente a la utilización espuria de nuestro esfuerzo. Al fin y al cabo, en el mismo espacio en Varsovia en el que ahora juegan unos niños había antaño un salón de boxeo, junto al cual se reunían las prostitutas viejas. Por allí, además, pasaba el muro. Y, antes aún, paseaban por aquel mismo lugar Gombrowicz y Chopin.
Aún es posible ver #ElCartógrafo, obra maestra de #JuanMayorga, con Blanca Portillo @bpmdv y @@JLGARCIA_PEREZ #EnGira Produce @EntrecajasP Reseña @avazqvaz Share on X
El cartógrafo
Autor y director: Juan Mayorga
Reparto:
Blanca Portillo: Blanca / Niña / Deborah
José Luis García-Pérez: Raul / Samuel / Anciano / Marek / Magnar / Tarwid / Molak / Dubowski / Darko
Ficha artística:
Ayudante de Dirección: Carlos Martínez Abarca
Escenografía y Vestuario: Alejandro Andujar
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Música y Espacio Sonoro: Mariano García
Diseño Gráfico: Javier Portillo
Producción Ejecutiva: Chusa Martin / Susana Rubio
Dirección Técnica: Amalia Portes
Una producción de Avance Producciones Teatrales, Entrecajas Producciones Teatrales y García-Pérez Producciones
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