El desorden de los últimos días no es el último libro de Beñat Arginzoniz (Bilbao, 1973). Pocos meses después aparece en las librerías Seis poetas bajo la luna. Anteriores a estos tenemos la biografía Camarón de la Isla (2018) y el diario Extrañas flores (2019). Todos los títulos citados en esta reseña han sido publicados por El Gallo de Oro. Este ilustre bilbaíno ha estudiado psicología y psicoanálisis, y desde hace quince años es, además de editor, librero y un gran difusor de la poesía. Desde 2008 publica ensayo (Reflejos de Andalucía, 2011; La herida iluminada, 2015), novela (Pasión y muerte de Iosu Expósito, 2014; La ciudad del fin del mundo, 2020) o diarios. Sea cual sea el género escogido, Beñat es un firme partidario de la fusión practicando mestizajes entre poesía y narrativa, poesía y ensayo, o aforismo y lírica. Otro poemario importante suyo es Un mundo para Marina (2014).
Luis Cernuda aseguró que la mejor prosa la escriben las poetas. Y no podemos estar más de acuerdo. Bastará cualquier autobiografía o ensayo a cargo de un lírico para darse inmediata cuenta de cómo, por ejemplo, su manejo del léxico es el más adecuado (por no decir el exacto). Para Charles Baudelaire escribir en prosa no debería ser diferente de escribir poesía; en ambos casos se está ante la búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa, memorable. Coincidiendo con el parisino, William Wordsworth pensaba que el lenguaje de todo buen poema, por elevado que fuese el carácter de este, no debía necesariamente diferir de la buena prosa, excepto en lo que al metro respecta; que ninguna diferencia esencial existía entre el lenguaje de la prosa y el de una composición métrica.
Sin embargo, quizá la diferencia entre escribir poesía o prosa no esté en el grado, sino en el orden: la prosa empieza siempre con alguna idea, a esa idea le siguen palabras, y a esas palabras —si les acompaña la suerte—, una música. La poesía, en cambio, empieza con una música, a esa música le siguen palabras, y a esas palabras, una idea. El bardo estadounidense Samuel Taylor Coleridge sentó cátedra: «Deseo que nuestros inteligentes poetas jóvenes recuerden mis definiciones caseras de prosa y poesía. Estas son: prosa = palabras en su mejor orden; poesía = las mejores palabras en el mejor orden». Juan Ramón Jiménez abundó en la fundamental diferencia: «La prosa se escribe con sustancia, la poesía con esencia».
Si a la hora de reseñar el poemario de Beñat Arginzoniz Oscuro animal celeste hablábamos de la intensidad y originalidad que desprendían sus versos, al encarar nuestros comentarios sobre este diario que es El desorden de los últimos días encontramos los mismos aciertos, aunque con una enorme diferencia en el tipo de lenguaje empleado. En la poesía este se doblegaba hasta su radical transformación. Imposible olvidar aquellas palabras (perdiendo su movilidad y volviéndose insustituibles en una serie de pletóricos aciertos) que requerían plena concentración para mejor saborearlas. Desde la prosa, la expresión de Beñat fluye ahora con asombrosa transparencia y claridad: sin ninguna barrera estilística para hacerse entender a la primera.
La naturalidad, la franqueza con que Beñat Arginzoniz se muestra a la hora de referir las entradas de este diario que abarca siete meses (de septiembre a abril en dos años sin concretar), se logran gracias a una sencillez tan solo aparente (el trabajo de depuración de cada frase no nos pasa desapercibido). Su autor expone hechos trascendentes de una vida que más que disfrutar se padece y lo hace desde una perspectiva poética que toca a cualquier persona sensible. Este es, sin duda, el gran logro del libro.
Beñat Arginzoniz expone hechos trascendentes de una vida que más que disfrutar se padece y lo hace desde una perspectiva poética que toca a cualquier persona sensible. Este es el gran logro de El desorden de los últimos días. Share on XAl lector de El desorden de los últimos días se le orienta para que absorba las vicisitudes cotidianas de un particular espíritu poético. Este, desde el pesimista desconcierto incorporado a su lucidez, viva y generadora, se enfrenta —muchas veces a su pesar—a la espesa realidad. No nos extrañe que semejante clarividencia venga inevitablemente complementada por el peso existencial, por esa sensación del absurdo que en ocasiones domina al rebelde Arginzoniz.
El descoloque frente al mundo; la angustia del vivir en una sociedad cada día menos culta y sin curiosidad; la crítica hacia sus semejantes y amigos que hace tiempo dejaron de soñar (o que simplemente no lo hicieron nunca); la incomunicación en un presente tan conectado como el de hoy; el inevitable paso del tiempo; los perniciosos efectos de nuestra educación escolar (y universitaria), o la dificultad a la hora de entablar relaciones amorosas (y sus desoladoras consecuencias cuando estas acaban) son temas de raigambre existencial mostrados en El desorden de los últimos días.
La inutilidad de la escritura en un mundo donde nadie lee; el bloqueo creativo como sinonimia del no vivir; la página como un blanco sudario; la inspiración; la opresión sentida por una nutrida biblioteca; las palabras como negros insectos sobre un vestido de novia; la poca fe del poeta por la atención que el público (su despectivo desinterés) dispensa a sus obras, o la ineficacia de hacerse un nombre literario desde la mayor exigencia personal son asuntos relacionados con la creación literaria que otorgan especial personalidad a las páginas de este diario. En una de sus entradas finales se aclara el significado de su título:
Afortunadamente entre la desdicha del vivir y el desencanto libresco Beñat nos muestra su mejor cara cuando escribe sobre su hija. En efecto, en muchas entradas de El desorden de los últimos días resplandece ese amor paterno que transmite no solo cariño, también una esperanza en un futuro de repente no tan desolador: los encuentros y reencuentros con la niña; sus juegos infantiles como un triunfo de la vida; los sueños de la hija; su risa; las primeras palabras; sus primeras lecturas y escrituras; pero, sobre todo, su siempre celebrada compañía haciendo feliz al atormentado poeta y, de paso, a sus lectores que celebramos esos momentos de dicha compartida.
Volvemos a clausurar nuestro ciclo poético con este autor único que es Beñat Arginzoniz. Las reseñas de la VI edición de nuestros Poemarios para un verano sin crímenes han vuelto a ser publicadas –con la profesionalidad y la devoción que caracterizan a su labor— por esta indispensable figura de la cultura vasca (muy bien apoyada en esta ocasión por el elegante diseño gráfico de Jone P. Cárdenas), infatigable en su labor divulgadora. Estamos nombrando, claro está, a la directora de MoonMagazine: Txaro Cárdenas.
El autor de El desorden de los últimos días en su día dijo: «Sólo debe decirse en verso lo que no pueda decirse en prosa». Relacionada con el abierto debate entre poesía y prosa —sobre cuándo debería usarse una u otra— terminamos nuestras reseñas de este año con una frase de Ramón de Campoamor que sin duda alimentará la polémica. El bardo asturiano tenía claro cómo «la poesía es la representación rítmica de un pensamiento por medio de una imagen y expresado en un lenguaje que no se puede decir en prosa ni con más naturalidad ni con menos palabras».
«Sólo debe decirse en verso lo que no pueda decirse en prosa». Beñat Arginzoniz. El desorden de los últimos días. Reeseña de J. M. López Marañón. Share on XDonostiatik eta Bilbotik, datorren udara arte, lagunok!
Desde Donosti y Bilbao: ¡Hasta el verano que viene, amigos!
Reseña de Manu López Marañón
Portada de la reseña: Jone P. Cárdenas
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