El cine de los 70 a través de diez películas que quizás no encuentres en otras listas. Un artículo de Francisco Javier Sánchez Manzano.
El encanto del cine de los 70
A finales de los sesenta, el mundo conoció una explosión cultural que se había empezado a fraguar a principios de esa misma década. Fue, por una parte, la respuesta al hastío de una larga época de guerras y conflictos civiles y, por otra, la necesidad de expresión de nuevas y ambiciosas ideas que supusieron una revolución artística sin precedentes. De repente llegó el momento de los excesos, del sexo, de las drogas y el rock and roll. Surgieron bandas legendarias como The Beatles (1960), The Beach Boys (1961), The Who (1962), The Rolling Stones (1962), The Doors (1965), Genesis (1967) o Supertramp (1969). En cine, el movimiento francés conocido como Nouvelle Vague —que contenía la esencia de la rebelión que viviría el país años más tarde—, tomó forma a finales de los cincuenta gracias a las obras de François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais, Claude Chabrol, Éric Rohmer y, sobre todo, Jean Pierre Melville, y su espíritu contagió a otros creadores. En Inglaterra, Michael Powell filmó El fotógrafo del pánico (1960) y seis años después Michelangelo Antonioni dirigió Blow-Up (basado en un cuento de Julio Cortázar), dos filmes que supondrían, tal vez por su contenido transgresor (en el primer caso, un joven obsesionado por captar el terror en el rostro de las mujeres que asesina; en el segundo, un fotógrafo que cree haber descubierto en sus fotos la preparación de un crimen), una vuelta de tuerca a la faceta voyeurística que Hitchcock había acariciado en algunas de sus obras (La ventana indiscreta, 1954) y una clara influencia para posteriores cineastas que buscaban innovar a través de la experimentación en vez de seguir los desgastados senderos del cine clásico. Basta con repasar la lista de nombres que iniciaron su filmografía durante esos años y que obtuvieron su mayor reconocimiento en los setenta: Allen (Annie Hall, 1977); Scorsese (Taxi Driver, 1976); Spielberg (Tiburón, 1975); Coppola (El padrino, 1972), Polanski (Chinatown, 1974)… Mientras, John Boorman adelantaba con su osada Deliverance (1972) los elementos del género slasher que triunfaría en los 80 y Kubrick, que en 1968 había planteado 2001: Una odisea del espacio, rodaba ahora La naranja mecánica (1971), dos maravillas que ayudaron a reforzar su teoría de que las imágenes prevalecían sobre el guion. Poco más tarde, un tal George Lucas contaba a sus compañeros que tenía una idea para hacer una película de samuráis en el espacio. Se titulaba La guerra de las galaxias (1977) y antes de estrenarla, Lucas organizó un pase privado para recabar opiniones. A su amigo Brian de Palma le pareció espantosa.
Los años 70 supusieron una explosión artística que trajo consigo una revolución estilística que influyó posteriormente en la forma de hacer #cine. @fjaviersanmanz nos habla sobre 10 películas que contribuyeron a ello. Share on XAsí, mientras el exceso de excesos mataba a Jack Kerouac (1969), Janis Joplin (1970), Jimi Hendrix (1970) o Jim Morrison (1971), David Bowie conocía su primer éxito (Space Oddity, 1969), William S. Burroughs escribía Los chicos salvajes (1971), Nueva York inauguraba su flamante World Trade Center (1973), Stephen King preparaba su debut (Carrie, 1974) —gracias a su esposa, que rescató el borrador de la papelera y animó al escritor a terminarla—, la guerra de Vietnam llegaba a su fin (1975) e Yves Saint Laurent, que vendía sus perfumes como churros, se paseaba por Studio 54 junto con Andy Warhol (y sus latas de sopa Campbell), Elizabeth Taylor o Mick Jagger, quien, además de cantante, había protagonizado la obra de culto Performance (1970). En la tele ponían Starsky y Hutch (1975) y Los Ángeles de Charlie (1976). Y en las salas de cine se estrenaban tesoros como éstos:
El encanto del cine de los 70: 10 películas que quizás no encuentres en otras listas. @fjaviersanmanz nos habla sobre la explosión estílistica del cine en la década de los 70. Share on X10 películas del cine de los 70 que quizás no encuentres en otras listas
De repente, la oscuridad (Robert Fuest, 1970)
Dos enfermeras inglesas, Cathy y Jane, que viajan en bicicleta por el sur de Francia, deciden parar a descansar al lado de la carretera. Tras una discusión, Jane, prudente y metódica, continúa el camino en solitario, mientras que Cathy, más irresponsable, se queda a tomar el sol. Lo que ambas ignoran es que en esa misma zona anda suelto un peligroso psicópata.
En un paisaje rural, soleado, Fuest plantea un asfixiante ejercicio de suspense repleto de elementos originales: una estrecha carretera que terminaremos conociendo a la perfección, como si fuésemos un personaje más de la historia; un pueblo pequeño; varios vecinos —a cada cual más lúgubre— y una chica angustiada que no encuentra a su amiga y que, para colmo, apenas habla francés. Esa terrible sensación de desasosiego es la oscuridad a la que se refiere el título.
Una película de densos silencios, cuya acción tiene lugar sobre todo en exteriores, a plena luz del día y en la que destaca el realismo conseguido a través de una atmósfera realista, claustrofóbica. Una auténtica joyita del cine de los 70.
Zabriskie Point (Michelangelo Antonioni, 1970)
Tras el éxito de Blow-Up (1966), MGM contrató a Antonioni para dirigir una película ambiciosa y taquillera que trataría sobre las revueltas estudiantiles y que incluiría abundantes dosis de sexo y violencia. Sin embargo, Antonioni convirtió el proyecto en un estudio sobre el color y el espacio, en el que la ira y la violencia daban paso al inconformismo y a la pasión.
Mark, un estudiante rebelde, roba una avioneta y se dirige hacia una árida zona de California, donde se encuentra con Daria, revolucionaria como él, que sueña con hacer explotar una lujosa villa ubicada en mitad del desierto.
Zabriskie Point no sólo retrata el desencanto juvenil, sino que es una feroz crítica al consumismo y a la especulación de la sociedad estadounidense. Una obra incomprendida en su momento, que destila belleza y cuenta con un desenlace espectacular.
El abominable Dr. Phibes (Robert Fuest, 1971)
Poco tiempo después de De repente, la oscuridad, Robert Fuest rodó una película que con el tiempo se ha convertido en una obra de culto. El abominable Dr. Phibes cuenta la historia de un diabólico doctor que planea vengarse de los médicos que dejaron morir a su esposa. Fuest cambió completamente de registro. Si en su anterior filme predominaban el realismo y la luz, éste se apoya en los decorados y en el fabuloso uso del color. El abominable Dr. Phibes es la psicodelia hecha cine. Una obra extraña, filmada como un cómic y aderezada con pinceladas de humor. Probablemente, la saga Saw le deba mucho a esta hipnótica película. Y de fondo, siempre, música de órgano.
Carretera asfaltada en dos direcciones (Monte Hellman, 1971)
Dos chicos recorren las carreteras de Estados Unidos en un destartalado Chevrolet con el que compiten en carreras ilegales. Un día se cruza en su camino un conductor que los desafía. A partir de ese momento se establece entre ellos una relación intensa y peligrosa.
Una road movie distinta, casi existencial, que parece insistir en el dicho de que lo que importa no es el destino, sino el viaje; de ahí los silencios prolongados, los planos largos y los paisajes polvorientos. La trama, como el camino de los personajes, no sigue ninguna ruta fija más allá de las paradas en las gasolineras y las noches en los moteles. En medio, sol, un poco de lluvia. Luego, la nada. El plano final, sin sonido, a cámara lenta y con el celuloide ardiendo, resulta demoledor. Carretera asfaltada en dos direcciones fue un fracaso comercial y su lanzamiento en DVD se retrasó muchos años a causa de la disputa por los derechos de las canciones de The Doors que suenan de fondo en algunas escenas. El tiempo la ha convertido en una película de culto.
Punto límite: cero (Richard C. Sarafian, 1971)
Un auténtico viaje por los Estados Unidos de los setenta. Grandiosos paisajes y la fabulosa banda sonora que emite la radio de un Dodge Challenger, a veces ahogada por el rugido del motor de ocho cilindros.
Un antiguo piloto profesional, Kowalski (Barry Newman), apuesta que será capaz de llevar un coche desde Colorado hasta San Francisco en menos de quince horas. Por el camino se encontrará con todo tipo de personajes. Algunos tratarán de ayudarle; otros, intentarán detenerlo.
A partir del modelo que supuso Easy Rider (1969), tantas veces imitado (Thelma y Louise, 1991), Punto límite: cero es, además de una road movie de ritmo trepidante, un retrato del desánimo y la frustración que se habían instalado en la sociedad de aquella época. Su protagonista, un tipo solitario y enigmático, representa la figura del héroe que conduce hacia un horizonte infinito en busca de libertad.
Walkabout (Nicolas Roeg, 1971)
Una adolescente y su hermano pequeño huyen de la civilización a través del desierto australiano después de que su padre haya intentado matarlos antes de suicidarse. Por el camino se encuentran con un aborigen que, según los ritos de su pueblo, debe superar un proceso de iniciación para convertirse en un verdadero hombre.
La colisión entre mundos opuestos —que Roeg ya había tratado en Performance (1970)—, constituye el eje central de esta fábula sobre el aprendizaje y la soledad. Una película profunda, de inusual belleza, dotada de una atmósfera mágica. Una reflexión tan vital como hermosa que deja una huella profunda en el espectador.
El otro (Robert Mulligan, 1972)
Una de las películas más aterradoras de la historia no contiene sangre, está protagonizada por dos niños y transcurre en una granja, a plena luz del día. Pero El otro da miedo, mucho miedo.
Abrumador ejercicio de terror psicológico que destaca por la excelente fotografía, en El otro el mal no se ve, se intuye en una atmósfera que nos envuelve con delicadeza y nos transporta hasta un universo escalofriante que mezcla lo real y lo imaginario, como una pesadilla. El contraste de la inocente percepción infantil y la oscura realidad estalla en un impactante final, imitado en multitud de ocasiones y que deja un nudo en el estómago que tarda en desaparecer.
Angustiosa, turbadora, perversa. Imprescindible.
Malas tierras (Terrence Malick, 1973)
La primera película de Terrence Malick, que rodó antes de cumplir los treinta, es una obra lírica y amarga, una hermosa postal de la América profunda y una contundente demostración de su genio.
Un muchacho de carácter rebelde, Kit (Martin Sheen), conoce a una chica, Holly (Sissy Spacek). Tras una disputa con el padre de ésta, ambos jóvenes deciden fugarse.
Las andanzas de Charles Starkweather y su novia, Caril Ann Fugate, que entre diciembre de 1957 y enero de 1958 mataron a once personas en Nebraska y Wyoming, han inspirado películas como Amor a quemarropa (1993) o Asesinos natos (1994) —ambas escritas por Quentin Tarantino—. Sin embargo fue Malas tierras la que mejor supo aprovechar las posibilidades de una historia que enfrenta la violencia de los actos criminales con la ingenuidad del amor adolescente, todo ello envuelto en un poético escenario de extensas llanuras y cielos infinitos, mérito de la excelente fotografía de Tak Fujimoto.
Una experiencia única. Una obra maestra del cine de los 70.
Loca evasión (Steven Spielberg, 1974)
Una de las obras menos conocidas de Spielberg, alabada por la crítica y menospreciada por el público. Loca evasión parecía una comedia (salía Goldie Hawn), pero era, en realidad, un drama sobre dos perdedores, sazonado con algunos momentos divertidos, envuelto en una atmósfera melancólica y con un final abrupto. A pesar de ello, cuenta con elementos muy interesantes: la magnífica fotografía de Vilmos Zsigmond, la planificación de las escenas de persecuciones (con el sello inconfundible de Spielberg, que tenía entonces 27 años), la banda sonora de John Williams y un plano en el interior del coche de los protagonistas en el que la cámara gira 360 grados.
Clovis (William Atherton) y Lou Jean (Goldie Hawn) emprenden una huida para recuperar al hijo de ambos, dado en adopción por el estado de Texas. Para conseguirlo se ven obligados a secuestrar a un agente de policía y son perseguidos por una multitud de coches patrulla. El asunto termina llamando la atención de varias cadenas de televisión, que airean la historia y convierten a la pareja en objeto de conversación en todo el país.
Spielberg nunca disimuló que había planificado Loca evasión a partir de El gran carnaval (Billy Wilder, 1951), lo cual le permitía tratar un tema que le fascinaba: el poder de los medios de comunicación.
Años después de su estreno, Spielberg admitió no sentirse orgulloso de la película. Para muchos críticos es, sin embargo, una obra tan interesante como incomprendida.
Picnic en Hanging Rock (Peter Weir, 1975)
Varias estudiantes que salen de excursión por una región montañosa australiana llamada Hanging Rock experimentan un fenómeno sobrenatural que les hace perder el conocimiento. Cuando despiertan, tres de las estudiantes y una profesora han desaparecido. Una película fascinante, misteriosa, apoyada en una fotografía espléndida y en una densa atmósfera onírica. Todo funciona con la precisión de un reloj —incluso cuando el tiempo se detiene— en este extraño, perturbador filme de sucesos paranormales en el que la naturaleza se convierte en auténtica protagonista.
La lista podría ser más extensa. A la aportación australiana (Peter Weir) habría que sumar a George Miller y su Mad Max (1979). Asimismo resultan innovadoras, sobre todo por su concepción visual: Despertar en el infierno (1971), El diablo sobre ruedas (1971), Terror ciego (1971), Amenaza en la sombra (1973), El exorcista (1973), La gran estafa (1973), Un botín de 500.000 dólares (1974), Los duelistas (1977) o Alien, el octavo pasajero (1979).
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