Enrique Mercado (Madrid, 1965), autor de El globo amarillo, tiene más poemarios publicados: Versos a la luz de una vela (Premio Ciudad de Leganés, 1989), La explanada (Germania, 2003) y Trenes que no pasan de Magritte (Amargord, 2013). También escribe novela: De lo que aconteció a una reina que se echó a la calle (Libertarias, 1992), Memoria del tiempo breve (Miletra, 1998), El Círculo Moldenhauer (LC Ediciones, 2020) y La feria (Ediciones Sin Fin, 2019); relatos: 20 estudios de la monotonía (Libertarias, 1993); libros de viajes: Los sultanes del Yemen; ensayo: Cultos de mal asiento (Amargord, 2014); y teatro: La alcantarilla (Premio Nacional de Teatro Ciudad de Alcorcón) y El Greco, ópera de cámara estrenada en Toledo en 2001. Enrique Mercado es director de la editorial independiente Varasek. En 2021 editó su disco Start the fire con el grupo Meiga, y Diario de un rockero suburbial, donde escribe sobre el rock que se hacía en la periferia de la capital durante la Movida. En la actualidad ultima Moteles de luces turbias, primer disco de La banda del Mercado, grupo del que es vocalista y compositor.

Del barrio periférico que Enrique Mercado retrata en El globo amarillo han desaparecido ya las calles leprosas y los juegos atroces, el miedo, el hambre y los fríos propios de una situación de alargada posguerra como la que se vivió tras la Guerra Civil. Los bloques, los patios, el paisaje, los interiores de viviendas reciben ahora otra luz. Más allá: la ciudad lejana, altiva —la urbe rica con sus balcones, sus escaleras de mármol y sus ascensores—, entrevista desde los descampados, los barrancos llenos de basura, o desde vacías vías de tren e intermitentes neones, resulta una esperanza más lejana que hostil.

De estas luces que el poeta espiga y, también, de las reveladas desde su aliento, puede decirse cualquier cosa menos que son amables. Inciertas, melancólicas, inclementes, efímeras… Por separado, o mezcladas ambas en explosivo cóctel, se requiere mucha profundidad espiritual para verterlas sobre cuadros —o fotografías— tomados de un estrato de la vida poco favorecido y saberlas lucir y/o alumbrar hasta convertirlas en perlas de la creación.

«Cada sombra en su sitio, cada luz a su tiempo», escribió Caballero Bonald, y esta parece ser la divisa del poeta Mercado. La materia de El globo amarillo, la sustancia inmaterial de sus frases, no debe ser tomada tal como es en la realidad, porque los cincuenta poemas que conforman este libro vienen armados con la sustancia transparente de los mejores momentos líricos de su autor. Partiendo de la realidad y el presente Enrique sabe sobrepasarlos para regalarnos su suburbial cosmovisión: sus particulares esencias de luz acaban por conformar el estilo y el tema de este poemario.

Los poemas de El globo amarillo vienen divididos en tres partes. La primera, con veinticinco composiciones, está escrita en verso libre; la tercera, formada por otras veinticinco, en prosa. Primera y tercera parte están interrelacionadas: cada poema en verso comparte título con un poema en prosa. Esas parejas se complementan, oponen o carecen de relación aparente. Una segunda parte de cuatro páginas con pentagramas, que, suponemos, algo tendrá que ver con la música compuesta con letras, va destinada a los lectores que sepan solfeo.

Tercera entrega de Poemarios para un verano sin crímenes. Hoy, El globo amarillo, de Enrique Mercado. Reseña de Manu López Marañón. Share on X

DESOLACIONES, INQUIETUDES, INCERTIDUMBRES

Albert Beguin, crítico literario suizo, dijo: «La soledad de la poesía y del sueño nos libra de nuestra desoladora soledad». En «El globo amarillo» [1 y 2] ese globo que, por culpa del viento, no se posa vuela a ritmo de Brahms combinando desolación e inquietud; «Turbulencia» [11 y 12] muestra a trabajadores sin alma, como tropas militares, sin esperanza de ver el sol; en «Enjambres» [13 y 14] una estación de tren da acceso a la oscuridad sin tiempo y aparecen coches de policía en la madrugada con la incertidumbre de saber qué fue de los héroes de la noche; en «Violáceo» [25 y 26] pensamientos que escapan por la ventana, sábanas tendidas, y una luz de cocina tienen la fuerza del mar golpeando el acantilado y generan potentes imágenes: fracasos operísticos, mujeres evanescentes, perfumes permanentes, toboganes infinitos, simios y hasta el grito de «¡Tierra a la vista!»; «Mañana cerrada» [27 y 28] revela la lluvia colándose entre porterías de fútbol de un terreno baldío, una desolación complementada por ese tráfago urbano descubierto por un estudiante al que embarga la incertidumbre de su futuro; en «Barandilla brillante» [33 y 34] la inquietud es producida al comprobar cómo el paso del tiempo no afecta a la luz que cae sobre la periferia, ejemplo de cómo la lucidez se impone al sueño; «Nueva ciudad» [39 y 40] habla de las inquietudes provocadas por la sensación de orfandad que despierta toda ciudad a la que se llega y descubre, luego, cómo esa nueva ciudad contiene, a modo de muñeca rusa, a las anteriores, en una película ya vista; en «Cultivos de cebada» [41 y 42] la contemplación del solitario paisaje, incluso con luz, genera contradictorias sensaciones de angustia y esperanza similares a las producidas por ese otro terreno, hollado por autobuses y sobrevolado por aviones; y «Escombros» [43 y 44] muestra a la luna en un barranco, cualquier sábado, dejando igual desolación que el nulo recuerdo del astronauta que pisó la luna. Sobrevivir en el barrio es menos tremendo gracias al cine, a los sábados, a los Beatles y a la contemplación de los edificios deshabitados.

ENJAMBRES [13]

La incandescencia de las alambradas.
Los enjambres inmóviles bajo el terraplén.
El escalofrío del que mira durante el sueño de los otros.

Los tubos azules que canalizan la estación.
La bocanada de acceso a la oscuridad del campo.

ENJAMBRES [14]

Suplantamos fielmente a los héroes nocturnos. Los coches de policía baten sus alas azules en vuelo rasante. Los ladrillos roncan. Campos magnéticos y resistencias. El apeadero sin nadie.

LA VIDA DEL SUBURBIO, INTRAMUROS

El poeta Huidobro escribió: «La vida de un poema depende de la duración de su carga eléctrica. Me pregunto si los habrá eternos». En «Patio frío» [5 y 6] un silencioso patio a la mañana queda acentuado por el frío y la lluvia mientras moja la colada y los niños hacen sus deberes o se angustian viendo una película; «Agosto» [17 y 18] muestra al sol cayendo a fuego sobre ruinas y haciendo crepitar el pasado, mientras, bajo las chapas de una chabola, un padre agoniza… pero los pies de los vivos hacen continuar al mundo; en «Borrón aéreo» [19 y 20] al frío viento chocando contra tendederos y paredes de un bloque se opone la curiosidad por saber quién será la chica en cuya habitación se escucha a Beethoven y se ve un cuadro de Goya; «El dueño del universo» [21 y 22] presenta un salón insonorizado al que ningún sonido llega, contrapuesto por ese autobús que, afuera, viene y se va, fluyente manifestación de vida exterior; en «Inminencia» [29 y 30] otra irrupción de lluvia desvela la intimidad en una celda de la colmena, intimidad reforzada por una comida familiar con televisión, cuadernos y guitarrazos eléctricos; «Las nubes» [37 y 38] muestra al alumno, frustrado viajero, atendiendo la vida de ahí afuera mientras sobre la clase de dibujo irrumpe este poema que alaba el poder de la palabra y el silencio; en «El espacio» [45 y 46] el tiempo de las sobremesas, suspendido en otras épocas, resulta gris como el asfalto y los mojones, tan gris como ese aparcamiento con balón al fondo (epítome de la grisura suburbial); «Las galerías del infierno» [47 y 48] repasa un urinario de pub envuelto en penumbras asordinadas por la música, una más de esas zahúrdas infernales prefiguradas por Cocteau, Dante o Goethe; y «El instituto» [49 y 50] recrea el tiempo detenido en un aula mientras, afuera, la vida circula haciendo de la lección mera representación.

PATIO FRIO [5]

El combate contra el sonido de un papel
en el cuadrilátero de arena dura
y bordes de cemento del patio.
El frío que nace del color.

Redoblan las ventanas del silencio
mientras la lluvia persiste.
En la mañana del blanco temporal.

PATIO FRIO [6]

Sus madres tienden las nubes. Ellos hipnotizados por ecuaciones matemáticas. Saber formular la lluvia. El proceso, de Kafka, filmado por Orson Welles. El viento ve sin ser visto.

VISIONES (A VECES ACOMPAÑADAS POR PELÍCULAS, LIBROS Y PERSONAJES) QUE DESENTRAÑAN LA REALIDAD SUBURBIAL

En todos los poemas de El globo amarillo Enrique Mercado privilegia la franqueza sobre el lucimiento, pero dota a sus palabras de la inquietante carga de quien prefiere cuestionar el entorno que describirlo. Al revisar sus borradores, este poeta adopta un estilo nervioso y directo, sin duda el que mejor cuadra a la veloz elocuencia de un desesperado. En «Campanario» [3 y 4] se ofrecen visiones desde esa altura: —la plenitud otoñal en céspedes, —la claridad solar alumbrando calveros, —la luz artificial de los semáforos sustituyendo a la muerte: visiones de ida y vuelta y sobre las que se recomienda observar la vida con la distancia y emociones adecuadas; «Mar muerto nº 5» [7 y 8] presenta una noche llena de planetas que conforma un invierno interestelar reflejando sobre el asfalto ganado a la hierba el mar muerto de Marte. En «Los guardianes voladores» [9 y 10] la visión del barrio viene apoyada en azoteas con ropa y antenas mientras, abajo, vías muertas de tren anticipan el totalitarismo: Bradbury y Truffaut —Fahrenheit 451—anticiparon estos edificios con sus antenas individuales para detectar lectores: el barrio controlado y capado. «Horizonte negro y alto» [23 y 24] muestra a un hombre atravesando matorrales y desplegando en su caminar símbolos prefigurados por Borges y Lovecraft en viajes imaginarios. En «Telaraña azul» el ovillado gato y la araña tejiendo son las caras de un espejo que encuentra correlato en estatuas decapitadas y hoteles quemados sin mendigos en esta ciudad –Madrid– que requiere con urgencia un Max Estrella como guía; y «Luz roja y expectante» [35 y 36] muestra al asfalto creado por el rocío y contemplado por una luz de cigarrillo procedente de una ventana: sintiéndose el «loco» de La invasión de los ladrones de cuerpos el poeta corre hacia donde el misterio será desvelado.
Nota: «Estanque elemental» [15 y 16], única visión extra suburbial —la del parque de El Retiro— presenta un cielo cerúleo y un estanque de aguas grises, como si el parque fuera una duplicado del barrio, expandiéndose al mismo centro de la ciudad infectada.

LOS GUARDIANES VOLADORES [9]

El aire se solidifica sin cambiar de estado
sobre azoteas de ropa tendida y antenas individuales.
Laminarse de la suspensión.

El desplazamiento de color de un tren sobre el apeadero
devuelve a su ser el elemento de las visiones.
La ronda nocturna de los guardianes.

Entre los árboles del otro lado del río
el pensamiento marginal de las vías muertas.
Turbinas y raíles totalitarios en éste.

LOS GUARDIANES VOLADORES [10]

Cielo rosa de otoño. Alborada del crepúsculo. En la película de Truffaut hay un tren por el aire. Cuando pienso en Bradbury siempre es de noche. En la realidad y en el film los edificios son grises, achatados. El misterio de las azoteas se recibe por antenas individuales. Todos hemos perdido un amor nunca alcanzado.

El lenguaje de valía preserva un misterio, vulnera la costumbre, halla algo más genuino. Enrique Mercado busca una respiración capaz de una inquietante proximidad. El escritor valioso es una anomalía y su obra constituye una desviación de la norma o, cuando menos, una corrección y revisión del canon. La literatura está hecha antes de excepciones que de reglas, de esa estela de libros que producen desasosiego y asombro, que de asentimientos críticos y conformismo. El globo amarillo engorda esta selecta nómina. No se lo pierdan.

El escritor valioso es una anomalía y su obra constituye una desviación de la norma o, cuando menos, una corrección y revisión del canon. Reseña de El globo amarillo, de Enrique Mercado. Varasek Ediciones. Manu López Marañón. Share on X

El globo amarillo

Enrique Mercado

Varasek Ediciones

Reseña de Manu López Marañón

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