Una premisa sencilla, un guion punzante y una atmósfera claustrofóbica son suficientes para convertir El Hoyo en la gran revelación del cine independiente. Una evolución de la clásica alegoría piramidal en una pesadilla tubular de estética goyesca con impúdicos tintes sociales.
El Hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia
«Hay tres clases de personas. Los de arriba. Los de abajo. Los que caen»
Basta esa contundente sentencia para que el director bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia nos confronte cara a cara y de manera «obvia» a una sociedad engañosamente distópica segmentada por niveles. La singularidad del ser humano amenazada por la supervivencia del contrario.
Un experimento con marcadas referencias a otros grandes exponentes del género como Paranoia 1.0, Das Experiment, Alive y especialmente Cube, de la cual hereda muchos de sus elementos claves sin caer en sus defectos. Con un constructo más maduro y socialmente profundo que sus antecesores, Galder Gaztelu-Urrutia sabe romper los moldes para elevar el listón en su primer largometraje. De escaso presupuesto, El Hoyo no tiene nada que envidiar de otras superproducciones a nivel internacional gracias a una narrativa sin fisuras y la magnífica actuación de un puñado de actores que saben cómo sacarle brillo a cada línea de diálogo.
Al igual que Cube, sin la necesidad de elaborar una carcasa de contextos ni presentarnos un mundo más allá del minimalista escenario, El Hoyo nos atrapa sin remedio en una prisión dispuesta a descarnar la voluntad humana, de la que no podremos apartar la mirada hasta contemplar el final del incesante descenso de una plataforma repleta de manjares. Suficientes para cada uno de los confinados, y que apenas alcanzan los segmentos intermedios tras ser engullidos vorazmente por aquellos que se encuentran en la cúspide de la cadena trófica.
@ElHoyoLaPeli no tiene nada que envidiar de otras superproducciones gracias a una narrativa sin fisuras y la magnífica actuación de un puñado de actores que saben sacarle brillo a cada línea de diálogo. @AlexisFalkas @NetflixPelis. Share on X«Qué esperabas, esto es el capitalismo»
Los despojos de «los de arriba» se convierten así en la única esperanza de «los de abajo», obligando a aquellos que tienen la mala fortuna de despertar en el abismo a retorcer sus conciencias y realizar lo impensable. Devorar o ser devorado. Esperanza vana de medrar en El Hoyo y sobrevivir para alcanzar un nuevo amanecer sin ventanas.
Los «hijos de puta de arriba», «los hijos de puta de abajo»
El Hoyo se mantiene siempre a un paso de rebasar la línea que separa la carga social implícita en el contexto de un lastre capaz de hundir toda propuesta. Bastan cinco minutos para que nos escupan a la cara un mensaje que puede parecer evidente, casi insultante. Incluso «obvio». Negando a la audiencia la capacidad de tomar sus propias conclusiones.
Por suerte, Galder Gaztelu-Urrutia demuestra en todo momento ser un despiadado ejecutor de ideas estratificadas por niveles, que ganan en profundidad a medida que la plataforma desciende por el agujero de nuestras desgracias. Así, lo que en un primer momento podía parecer una crítica simplista del capitalismo, de la cual el director incluso se permite incluir una sátira interna que traspasa la metanarrativa, acaba convirtiéndose en un puñal de doble filo que disecciona la propuesta inicial.
Devorar o ser devorado. Galder Gaztelu-Urrutia demuestra en todo momento ser un despiadado ejecutor de ideas estratificadas por niveles. @ElHoyoLaPeli @NetflixEs @NetflixPelis. #Crítica de @AlexisFalkas. Share on XEl Hoyo no mantiene la estructura vertical de forma estática, «los hijos puta de arriba» y «los hijos de puta de abajo» pueden cambiar su escala social en El Hoyo en cualquier momento. Despertar en el nivel superior y atiborrarse de comida o descubrir que tu suerte ha cambiado de forma radical, hundidos en el barro de nuestras propias conciencias. Sin aprender a empatizar en ningún más allá de su microcosmos sensitivo, despreciando tanto a los de arriba como a los de abajo, incluso pese a ser conscientes de que el sistema puede cambiar en cualquier momento para retorcer de nuevo los tornos.
«No se puede cagar hacia arriba, señora»
Con esa estocada mortal el director nos demuestra de forma dolorosa que el verdadero problema de nuestra sociedad no es el sistema establecido. Somos nosotros, seccionados de arriba a abajo, cómplices, víctimas y verdugos de nuestra defectuosa naturaleza, los que ahondamos la herida que en tantas ocasiones resulta mortal. Egoístas por necesidad, malvados por supervivencia.
El Hoyo no presenta ninguna figura visible tras el aparente sinsentido del experimento, salvo por un sistema burocrático sin rostro ni presencia, del que todos somos partícipes de una forma u otra. En un mundo de recursos limitados y sin ese punto de fuga en el que verter nuestros demonios, todos nos convertimos en potenciales «hijos de puta», cuya concepción viene establecida por una serie de factores puramente circunstanciales y que en cualquier momento pueden venirse abajo sin dejar por ello de culpabilizar las mismas reglas que alabábamos mientras estas jugaban a nuestro favor.
#MejoresFrases @ElHoyoLaPeli: «Hay tres clases de personas. Los de arriba. Los de abajo. Los que caen», «Qué esperabas, esto es el capitalismo», «No se puede cagar hacia arriba, señora»,«Este no es lugar para alguien que lee libros». Share on XEl Quijote, los escargots y Saturno devorando a su hijo
Entre las múltiples alegorías de El Hoyo, cabe destacar tres pilares fundamentales que enriquecen una película sin fisuras. Cada participante en el experimento social, ya sea de forma voluntaria o forzada, debe elegir un único objeto personal y un plato de comida que el equipo de esmerados chefs, encargados de proveer la plataforma, incluirá en el menú especialmente elaborado para ellos.
Los objetos personales incluyen una estrambótica colección de los más variopinta, desde un perro, una tabla de surf, fajos de dinero o, en mayor medida, todo tipo de armas y artilugios a cada cual más disparatado, pensados para garantizar la supervivencia en un ambiente extremadamente hostil. Un verdadero abanico de vanidades y pecados propios de los nueve círculos del infierno descritos en La Divina comedia de Dante Alighieri.
Sin embargo, ninguna elección resulta tan representativa y destacable como la del propio Goreng, protagonista de su propia odisea por conservar una humanidad difícil de definir. A diferencia de su compañero de celda, quien porta un cuchillo cuyo filo se aguza con cada uso, simbolismo perfecto de la espiral de violencia que se nutre de sí misma, Goreng introduce un elemento discordante en un entorno sin brújula moral que provoca el estupor de todos aquellos que lo descubren; un ejemplar de Don Quijote de la Mancha.
«Este no es lugar para alguien que lee libros»
Una anómala representación del espíritu quijotesco de caballerosidad perdida, la cual el resto de locos toman por locura y que define desde el comienzo la personalidad de Goreng. Dispuesto a enfrentarse a los molinos con las manos vacías, incapaz de comprender en qué punto del camino nos perdimos y dispuesto a conservar los ideales con los que comenzó, incluso a costa de su propia vida. Un desarrollo del «héroe desencantado», que evoluciona desde la primera hasta la última página sin recordar en qué momento se perdió en el fondo de aquella mancha.
La elección de los escargots por nuestro hidalgo protagonista se nos muestra como algo casual, incluso trivial, demostrando una vez más que Galder Gaztelu-Urrutia no deja una sola oportunidad para esconder auténticas perlas ocultas bajo los montones de desperdicios acumulados en la plataforma descendente. Una referencia a la pesada carga de los ideales de Goreng, a su esfuerzo por continuar adelante pese a las adversidades y que su compañero de celda entrama desde el comienzo al bautizarlo como «su querido caracol». Incapaz de comprender cómo un ser aparentemente tan frágil puede ser capaz de sobrevivir en El Hoyo.
En ese profundo agujero, el canibalismo se nos presenta con crudeza como una consecuencia obvia, incluso necesaria. Un Saturno que devora a sus hijos para asegurar su propia supervivencia. Retrato de una sociedad con recursos medioambientales limitados, cuya prosperidad depende de la fagocitación del devenir de nuestros descendientes.
El Hoyo: El Semáforo invertido
El Hoyo no es un cúmulo de alegorías diseminadas. Con una posproducción y un acabado dignos de mención, conforma un elaborado conjunto de aciertos técnicos que la convierten en una película digna de los paladares más exquisitos.
El ritmo narrativo es sin duda una de sus mayores virtudes, haciéndonos caer en picado hasta arrebatarnos el aliento. La brutalidad del ser humano y su falta de humanidad se nos muestra sin tapujos ni alivios cómicos. Diálogos brillantes, una atmósfera oscura y minimalista, claustrofóbica, hipnótica y tremendamente efectiva, combinadas con altas dosis de acción que escalan sin un solo resquicio para el tedio, hasta adquirir una cadencia vertiginosa que atrapa al espectador de principio a fin.
La iluminación compartimenta los espacios en tres variantes diferenciales que transforman cada escena para darle un volumen propio. Una luz verde se enciende al descender la plataforma, engendrando esperanza y desesperación con matices desiguales. La luz roja marca los ciclos de sueño, en el que los personajes se ven obligados a confrontar su situación y los demonios más profundos de la psique humana. Un semáforo cromático que se invierte por niveles y en cuya ausencia impera una angustiosa escala de grises que consigue unificar los espacios e igualar a los prisioneros que la habitan como a simples motas de polvo.
La banda sonora, y en muchas ocasiones su ausencia, combinan a la perfección en esa urdimbre escalonada. Ligeras pinceladas que, sin elevar el tono ni un instante, aumentan la tensión hermética del momento, clausurando nuestros sentidos en un pozo saturado por los aullidos de los desesperados.
El comienzo de un largo ascenso
Tras dirigir los cortos 913 y La casa del lago, el bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia nos muestra con su primer largometraje los visos de una carrera con una extensa proyección de futuro.
El Hoyo es un exponente de talento irrefutable. La gran apuesta patria de Netflix, que, tras inaugurar la semana del Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, logró alzarse con el Premio del público en el Festival Internacional de Cine de Toronto y el galardón de Mejor película en el Festival de Sitges.
Sin embargo una obra no resulta completa sin cada uno de los trazos que lo componen. El informe y maravilloso bodegón que conforma El Hoyo no sería posible sin la impecable actuación de sus protagonistas, cuya presencia imprime matices únicos en cada una de sus aportaciones. Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Alexandra Masangka, Emilio Buale y especialmente nuestro quijotesco Goreng, interpretado de forma espléndida y sin excesos por Iván Massagué, cuya evolución del desarrollo del personaje nos lleva de un extremo a otro sin perder ni un ápice de credibilidad.
Impecable actuación de los protagonistas de @ElHoyoLaPeli: Zorion Eguilleor, @Antoniasanjua, @AlexandraMeReal, Emilio Buale y el quijotesco Goreng, interpretado de forma espléndida y sin excesos por @chidolula. @AlexisFalkas. Share on XUna interpretación dotada de una madurez extraordinaria que revela el auténtico potencial de Massagué.
El Hoyo: «Solo hace falta una chispa de solidaridad espontánea»
El Hoyo nos demuestra que el cine español puede brillar una vez más en el género de la fantasía más circunspecta, fuera de su habitual zona de confort y sin hablar de la posguerra ni de confrontaciones entre bandos. Sin dramas costumbristas ni comedias familiares.
Canibalismo, brutalidad descarnada y el salvaje egoísmo de la supervivencia humana. Un descenso a la locura, satisfactorio pandemónium de sensaciones confrontadas y placeres culpables. Sin embargo, El Hoyo no se limita a ofrecernos una visión distópica y deprimente de la sociedad moderna. Es un espacio abierto a la reflexión autocrítica, un llamamiento a la solidaridad y la empatía.
La demostración fílmica de que un mundo mejor es posible.
@ElHoyoLaPeli no se limita a ofrecernos una visión distópica y deprimente de la sociedad moderna. Es un espacio abierto a la reflexión autocrítica, un llamamiento a la solidaridad y la empatía. Obviamente. Crítica: @AlexisFalkas. Share on X
Una crítica de Alexis Falcas
El vals de los agujeros negros
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