El ser humano ha iniciado un proceso hacia un ser humano cibernético, un viaje sin retorno. Sus consecuencias son imprevisibles y no alcanzamos a calibrar el coste. Pero hay ya un humano cibernético en cada uno de nosotros que camina hacia una confluencia electrónica cada vez mayor; so pena, en contrapartida, de quedarnos atrancados en las cunetas de la era más decididamente tecnológica del devenir humano.
El ser humano ha iniciado un proceso sin retorno hacia un ser humano cibernético. ¿Cuáles son las consecuencias de este proceso? ¿A qué coste? @marianRGK nos habla sobre ello en este interesante artículo. Share on XUsted escribe con ordenador, quiere enriquecer vocabulario, mostrar cultura y erudición, zas, una tecla y en una ventanilla de la pantalla aparece la solución rápidamente, zas, otra tecla y queda incorporado al texto y esto es sólo el principio, después será mucho peor.
Joan F. Mira (1978)
Internet y nuestras mentes
Internet no agota la realidad; cierto que a veces lo parece, tal es su fuerza amplificadora. Y si los cerebros humanos se reajustan a tenor de sus experiencias, Internet es una experiencia en el sentido más amplio de la palabra. Si es enriquecedora o no y hasta qué punto habrá que discutirlo. O habrá que discutir, en todo caso, qué ofrece a cambio de qué.
Haciendo un paralelismo entre libros e Internet: los primeros sirven para centrar la atención y fomentar la reflexión y el pensamiento profundo; sirven como disparadores de la creatividad y de una ética de la lentitud y de los tiempos estrictamente humanos. Enfrente, la red de redes promueve una ética radicalmente opuesta: velocidad, superficialidad, mercadotecnia. Lo analiza en profundidad Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
Ya lo dijo Marshall McLuhan: «El medio es el mensaje»; entre el mensaje y el receptor actúa el medio, que se embute en el modo en que el receptor lo percibe. Se puede decir así: el impacto del mensaje tiene relación directa con la forma en que se transmite. No exageramos si decimos que las experiencias proporcionadas por los paraísos de los 60 quedan suplantadas ahora por las experiencias tecnológicas. Y si no suplantadas, combinadas e intersectadas.
La pregunta es si con menos riesgos o con riesgos, sencillamente, distintos. ¿El humano cibernético sigue siendo humano?
Atrapados entre bits de información
La tecnología libera una auténtica torrentera de datos, un universo de bits tan incesante como inasumible a pesar de lo democrático que parece. Vivimos asaltados y atrapados. Lo más que se suscitan son debates acerca de si tal contenido es más o menos veraz o si ese otro debemos asumirlo incluso como posverdad, que acaba siendo otra forma de emponzoñar la realidad social; una realidad social que es, antes que nada, analógica.
Se describen síntomas de adicciones nuevas (nomofobia, cibermareo, cibercondria, lesiones musculares, tensión ocular, ansiedad, alteración de los patrones de sueño, violencia gratuita y otras dependencias de índole variada). Es posible que todos estos trastornos encuentren cauce dentro de unos años. Puede que, pese a todo, tengamos la posibilidad de comprobar que pudimos hacer un uso razonable de lo que ofrece Internet; que el humano cibernético no se cargue lo genuinamente humano.
Quizá no haya que echarse las manos a la cabeza. Si repasamos la historia, comprobamos que ante la aparición de cada elemento tecnológico, la opinión pública quedaba polarizada entre fanáticos y detractores. Poco a poco, entre ires y venires, el efecto de la novedad se disolvía, lo nuevo quedaba incrustado en el modus operandi de la comunidad y se disipaban las resistencias.
Lo cierto es que a día de hoy, inmersos en la cara y la cruz del edén tecnológico, el impacto en sí del medio como mensaje sigue sin estar en el centro del debate.
El humano cibernético y el lenguaje
Neil Harbisson es un artista un tanto particular: nació con acromatopsia, una enfermedad congénita que le impide ver los colores. Pero su singularidad no termina ahí: si bien esa disfunción solo le permite ver negro, blanco y gris, Harbison disfruta de una ventaja compensatoria: «oye» los colores. Tal prodigio sucede gracias a un ojo cibernético. Lo bueno de acceder a las frecuencias cromáticas es que le permite alcanzar un mayor espectro de colores, desde infrarrojos hasta ultravioletas… y más. Esto le lleva a decir que «no usa ni lleva tecnología, sino que es tecnología».
Harbisson se hace eco de cómo la tecnología está cambiando el lenguaje y de que la distancia entre nosotros y las máquinas se acorta; que hace quince o veinte años decíamos «mi móvil se está quedando sin batería» y ahora decimos «me estoy quedando sin batería», como si fuéramos nosotros quienes nos descargásemos en lugar del móvil.
Quizá estamos lejos aún de que la tecnología ofrezca la posibilidad de que cerebros y almas sobrevivan en máquinas de aspecto humano, como muestra la película Ghost in the Shell, no obstante, estamos ya en camino de no poder prescindir de ellas y cada vez más cerca de «hibridizarnos».
Ya no llevamos ni usamos #tecnología: somos tecnología. Como Neil Harbisson, el hombre del ojo cibernético que le permite oír los colores. El humano cibernético, un artículo de @marianRGK. #cyborg #ciberlife. Share on XMientras escribo este artículo
Mientras escribo sobre el humano cibernético, me hago propuesta firme de no distraerme cada vez que consulto algo. No es fácil.
En algún momento supe de la existencia del hombre ciborg y de su imposibilidad de ver los colores. Debió ser a través de Internet, de manera que esto acaba siendo una completa banda de Moebius. Pincho. Me atrapa el vídeo. ¿Qué pasaría si a alguien le diera por tirar de la antena al humano cibernético? ¿Cómo estará sellada a su cuero cabelludo?
Consulto también el contexto de la frase de McLuhan, profética, y doy con el vídeo que ha quedado subido más arriba. Rescato de mis estanterías el libro de Nicholas Carr en el que cita al académico McLuhan: «Los efectos de la tecnología no se dan en el nivel de las opiniones o los conceptos», sino que más bien alteran «los patrones de percepción continuamente y sin resistencia». Me satisface comprobar que mi fuente no es solo Internet.
Hago otra consulta: los tipos de adicciones descritos hasta la fecha por el abuso de las ya-no-nuevas tecnologías. Son muchos más de los que creía. Internet me salva.
Hoy, cuando escribo, es sábado. Confieso que en sábado mis barreras son más frágiles y que me place ver qué hay por las redes sociales: me entretengo en comentar aquí y allá o en leer tal artículo que me ha llamado la atención. Así, noveleando, escribir me lleva más tiempo del que tenía previsto.
Y lo peor es que no quiero terminar con una mala sensación.
Soy ya una especie de humana cibernética
Me puedo rasgar las vestiduras, pero no soy capaz de concluir algo que vaya a ser publicado sin ordenador. Puedo tomar notas, escribir a mano —tampoco podría dejar de hacerlo—, pensar con un boli y un papel como los viejos compañeros de viaje que son. Estoy decidida a terminar el artículo con un pensamiento esperanzador.
Echo mano de otro libro: Describir el escribir, de Daniel Cassany. Dice que en pocos años los estudios sobre expresión escrita han avanzado muchísimo. Los enfoques lingüísticos tradicionales (centrados en lo fonocéntrico y prescriptivo) van quedando atrás, que empieza a tomarse la escritura «como un proceso, como un proyecto que se va desarrollando incansablemente en la mente del escritor». Habla de los avances tecnológicos, los ordenadores, los procesadores de textos; de que los cambios a los que nos conducen «son sustanciales y muy beneficiosos. Paso a paso, trabajando con el ordenador, los escritores vamos desarrollando nuevos procesos de composición, más eficientes y creativos que los tradicionales».
Se acabó tener que corregir con tippex, goma o bolígrafo del color de la letra de la máquina, añade. Se acabó no poder dar vuelta al texto una vez que lo habías compuesto. Se acabó incorporar nuevas ideas sobre la marcha. Se acabó no poder desdecirse o revisar parte de lo escrito porque, apremiados por el tiempo, no se terminaba nunca.
En conclusión
El procesador de textos ha modificado mis hábitos. Internet los ha modificado también. Las largas horas de biblioteca y búsquedas —no siempre fructuosas— se han visto aliviadas por el acceso al, zas, teclear unas cuantas palabras y, ¡hale hop!, helo ahí.
Esto me permite repasar, revisar, acomodar; en definitiva, dedicar tiempo a mejorar la congruencia y coherencia de mis escritos. A pensar y reflexionar más y mejor sobre los contenidos. A quedar más o menos satisfecha del resultado. A condición, eso sí, de no perderme ni dejarme embaucar por los cantos de sirena de la red. Me toca ser estricta conmigo misma y poner coto a mis devaneos. Entonces dejo de temer esta síntesis entre lo humano y lo tecnológico. Entonces disiento de lo que dice Joan F. Mira en la cita del principio, aunque entienda perfectamente adonde apunta.
Volvemos al viejo axioma de que no son las máquinas, sino el uso que hacemos de ellas. El problema no es que las máquinas puedan hacer esto o lo otro, sino que terminen por suplantarnos. En última instancia, el problema es que dejemos de pensar y de reflexionar, como ya dijo B. F. Skinner en su Análisis Experimental del Comportamiento. O acabaremos —parafraseando al autor—, no dirigiendo nuestras vidas, no tomando decisiones y esperando a que las cosas surjan y se hagan sin nuestro concurso.
¡Aprovechemos lo que el presente tiene de bueno y mantengamos firme el timón! Aún estamos a tiempo.
Volvamos al viejo axioma: no son las máquinas, sino el uso que hacemos de ellas. Sigamos pensando y dirigiendo nuestras vidas, a pesar de (y con) la tecnología. Un artículo de @marianRGK. Share on X
Un artículo de Marian Ruiz Garrido
Portada de David de la Torre
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