El retrato de una dama, dos reseñas en una. Nos las sirve, Teresa Suárez.
El retrato de una dama, la película (1996) de Jane Campion
«Año 1872. Isabel Archer (Nicole Kidman) es una inquieta joven norteamericana que se niega a comprometerse con ningún hombre hasta haber conocido todas las posibilidades que la vida puede ofrecerle. Viaja a Inglaterra para pasar una temporada con unos parientes. Tras la muerte de su tío, hereda una gran fortuna que le permitirá conocer otros lugares y tener nuevas experiencias».
Ese es, básicamente, el argumento de The Portrait of a Lady de Jane Campion, basada en la extensa novela del mismo título de Henry James.
Acompañan a Nicole Kidman, John Malkovich (Gilbert Osmond) y Bárbara Hershey, cuya interpretación de Madame Merle le valió, en 1996, una nominación al Óscar como Mejor actriz de reparto.
Cuando vi El retrato de una dama de Jane Campion no pude evitar compararlo con otros dos dramas de época que me fascinaron en su día y todavía siguen haciéndolo.
El primero es La Edad de la inocencia (1993), basada en la novela homónima de Edith Wharton (esta autora, que siempre se movió en los círculos de la alta sociedad de Estados Unidos y de Europa, conoció a Henry James, quien ejercería una duradera influencia en su vida y su obra), llevada al cine por Scorsese y maravillosamente interpretada por Daniel Day-Lewis (uno de mis actores favoritos), Michelle Pfeiffer y Winona Ryder.
El otro, el mejor de los tres, es Las amistades peligrosas (1988) dirigida por Stephen Frears (su genial Café irlandés es una auténtica maravilla) y protagonizada por Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer. ¡Adoro al malvado y libertino Vizconde de Valmont, no puedo evitarlo!
Si las enfrentamos en un duelo pierde, por goleada, El retrato de una dama.
Pese al excelente plantel de actores, la película te deja completamente indiferente.
Jane Campion no fue capaz de captar la fuerza, el color y la originalidad de la dama que pintó Henry James. Su retrato es tan solo una copia defectuosa de una gran novela.
Jane Campion no fue capaz de captar la fuerza, el color y la originalidad de la dama que pintó Henry James. Su retrato es tan solo una copia defectuosa de una gran novela #ElRetratodeunaDama, #reseña #novela #crítica #cine @pitosporum. Share on XLa novela (1880) de Henry James…
Cuando la juncal y muy americana señorita Isabel Archer llega a Inglaterra de la mano de su tía materna, el marido de ésta y su primo, que apenas sabían de su existencia, quedan fascinados por el aire curioso e impertinente, y al tiempo retraído, que se gasta la damisela.
Criada junto a sus hermanas por un padre poco dado a imponer reglas de conducta estrictas, Isabel crece libremente en un ir y venir desordenado (desde el nuevo mundo a la vieja Europa), donde el único anclaje a una vida menos errante son las estancias pasadas en la bulliciosa y alegre casa familiar de la abuela.
De las tres señoritas Archer la hermana mayor es la práctica, la segunda es la belleza y la tercera, Isabel, es considerada la intelectual por su afición a leer y a dejar transcurrir las horas pensando, sobre todo en sí misma, algo ciertamente exótico para una época en la que lo habitual era que las mujeres esperaran, sentadas y tranquilitas, a que un hombre se cruzara en su camino y les proporcionara un futuro por medio del matrimonio.
Sus parientes ingleses, tan imperturbables, encuentran encantadora esa manera tajante, tan suya, de afirmar o sostener opiniones (bastante endebles y fáciles de rebatir por más que ella crea que se trata de firmes convicciones) y revitalizador su interés por preguntarlo todo, por saberlo todo, por verlo todo, pues «su ansia de conocimientos era de índole verdaderamente fecunda y el poder de su imaginación, muy grande».
Isabel Archer es una cateta americana sin filtros. Una inteligencia sin pulir, una presencia que atrae y desconcierta a los miembros de la rancia y contenida clase alta inglesa.
Cuando apenas llevas unos capítulos de los cincuenta y cinco empleados por James para bosquejar su retrato, más de ochocientas páginas, no puedes dejar de preguntarte qué le deparará el destino a esta dama. ¿Mantendrá ese espíritu aparentemente indómito o se dejará amansar? ¿Se adaptará a los convencionalismos sociales para no sentirse excluida o aceptará el destino reservado a aquellas mujeres que proclaman su diferencia y originalidad?
Por mucho qué se empeñé no lo va a tener fácil. Desconoce la presión que el grupo es capaz de ejercer sobre aquellos individuos que se resisten a la norma hasta conseguir su conformidad.
El retrato de una dama es un auténtico folletín. Al igual que en el caso de Tiempos difíciles de Dickens, se nota que son novelas escritas por entregas y que a mayor número de palabras más cobraba el escritor. Se suceden las páginas sin que pase nada relevante y de pronto, pasado con creces el ecuador de la novela, el narrador se apodera de la trama y te explica con sus palabras, en pocos capítulos y de manera para mi gusto atropellada, cosas que te has estado preguntando a lo largo de todo el libro como, por ejemplo, por qué Isabel cae rendida a los pies de Osmond (¡porque era pobre y estaba solo!).
Aunque le reconozco a Henry cierta gracia en los diálogos, la abundancia de éstos durante las casi novecientas páginas me aturde. Hay veces que me gustaría que los personajes se callaran y me dieran unos minutos para reflexionar y hacerme mis propias cabalas sin que sea el escritor el que dirija mi atención todo el tiempo. Ese exceso de vigilancia de James logra el efecto contrario: me distraigo con una mosca.
Además de Isabel (la dama boba cuyo estúpido convencimiento de que la espera un destino diferente al del resto de las mujeres la llevará de cabeza al mismo) protagonizan la novela el sofisticado, culto indolente, engreído y cruel Gilbert Osmond y la envidiosa, intrigante y despiadada Madame Merle, la femme fatale de esta historia.
Les acompañan un nutrido grupo de personajes secundarios, entre los que destacan el primo de Isabel (quien, condicionado por su enfermedad, contempla desde su palco privilegiado la vida de los otros y disfruta moviendo los hilos de las marionetas para ver que les sucede), el exigente pretendiente americano y la agresiva amiga periodista.
En El retrato de una dama de Henry James hay dos cosas que llamaron especialmente mi atención.
La primera es la imagen que, a través de diferentes personajes, se da del matrimonio:
- Los tíos de Isabel: por su forma tan distinta de ver la vida les resulta imposible vivir juntos, por lo que solo comparten techo uno o dos meses al año.
- La Condesa Gemini: casada por un Conde florentino soso y jugador, que se niega a salir de su ciudad porque fuera no es nadie, sobrelleva su matrimonio gracias a las aventuras que mantiene con otros hombres.
- Isabel y Osmond: él se casa por dinero, es evidente, pero también convencido de que lo hace con una hoja en blanco que podrá ir escribiendo a su antojo. Pronto ambos se arrepienten. Él no romperá el matrimonio. Ella, desdichada e infeliz, tampoco: su orgullo le impide admitir ante todo el mundo que la mayor promesa que hizo en su vida fue también su mayor error.
La segunda es el concepto de familia que, por no coincidir en absoluto con el modelo de familia tradicional mediterránea proveedora de cuidados y apoyo a sus miembros, resulta muy chocante:
- El moribundo Ralph Touchett deambula de un lugar a otro buscando el mejor clima para su salud sin contar con el apoyo de su madre (ella vive la vida sin dejar que nada ni nadie trastoque sus rutinas), quien también se excusó del cuidado del padre salvo al final de su existencia.
- Su prima, que dice quererlo mucho, en ningún momento se plantea acompañarlo en sus últimos días porque su marido se enfadaría y, sin ningún remordimiento, le encomienda dicha tarea a su pretendiente americano para, de paso, librarse de él.
- Osmond y su hermana no se soportan y apenas se tratan lo necesario para ofrecer una determinada imagen de cara a la galería.
- La relación entre Osmond y su hija, es fría. Él únicamente ve en ella un objeto maleable, decorativo y precioso que, llegado el momento, subastará al mejor postor.
El retrato de una dama, la película de Jane Campion, me resultó flojo, pretencioso y bastante frío.
El retrato de una dama, la novela de Henry James, me gustó mucho no tanto por el contenido sino por la manera en que está escrita. Me maravilla la obstinación de Henry en controlar los pensamientos, sentimientos y deducciones que la obra debe despertar en quien la lee. No te deja a tu aire en ningún momento y lograr eso, cuando te enfrentas a lectores tan heterogéneos y propensos a revelarse a las primera de cambio, tiene mucho, mucho mérito.
Mal por Jane.
Bien por James.
#ElRetratodeunaDama, la película de Jane Campion, me resultó floja, pretenciosa y bastante fría. La novela de Henry James me gustó mucho no tanto por el contenido sino por la manera en que está escrita. #Reseña: @pitosporum. Share on X
Reseña de Teresa Suárez
Portada de la reseña: David de la Torre
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