A las mujeres se las ha ubicado socialmente en el espacio de la casa. En un artículo anterior hablamos del ángel del hogar, mujeres a quienes se les asigna este espacio como lugar de vida en el que desempeñar las tareas domésticas mientras los hombres salen al espacio público. ¿Pero quiénes se ocupan del trabajo doméstico cuando estas mujeres van a trabajar o deciden delegar estas tareas?
Las empleadas domésticas en la #literatura. Un nuevo artículo de Agustina Atrio, @despaseando, que nos habla sobre los roles que desempeña la mujer en el espacio doméstico. Share on XEn Europa, las clases altas y burguesas tuvieron criados para realizar las tareas domésticas. Su trabajo consistía en ocuparse tanto de la casa como de las necesidades de sus habitantes. Desde el siglo XIX, la feminización del trabajo doméstico se fue extendiendo y, en la primera mitad del siglo XX, los criados y criadas se fueron reemplazando por la empleada doméstica. En principio, esta continuaba viviendo en la casa de sus empleadores como interna, pero con el tiempo la situación fue cambiando y muchas tuvieron su propio domicilio, vida privada y en ocasiones, trabajaban para varios empleadores al mismo tiempo. Este cambio se explica por el deseo de preservar la intimidad que van desarrollando las familias empleadoras.
En general, han sido las mujeres «de la casa» quienes se han ocupado de la relación con las criadas y empleadas domésticas. Ya sea que lo realicen o lo deleguen, como escribe la periodista Mona Chollet en su libro En casa, «las mujeres están marcadas con el hierro al rojo del trabajo doméstico». La responsabilidad de las tareas domésticas continúa recayendo sobre ellas. A su vez, la ensayista sostiene que «el trabajo doméstico sigue siendo un trabajo que se ve cuando no se hace». Este trabajo, mal reconocido y socialmente poco valorado, ha sido hasta arquitectónicamente invisibilizado, con espacios que se han creado para separar a quienes lo realizan de quienes lo disfrutan: la escalera de servicio, la habitación de la criada, el cuarto de servicio, entre otros.
El trabajo doméstico mal reconocido y socialmente poco valorado ha sido hasta arquitectónicamente invisibilizado, con espacios que se han creado para separar a quienes lo realizan de quienes lo disfrutan. @despaseando. Share on X¿Pueden estas mujeres invisibilizadas por su profesión ser protagonistas en la literatura? A través de la lectura de obras escritas por mujeres nos encontramos con dos casos de ello.
Las empleadas domésticas en la literatura
Magda Szabó
En su libro autobiográfico La puerta, la escritora húngara Magda Szabó narra la historia de su relación con su empleada doméstica Emerenc. Si bien tanto la narradora como su esposo trabajan, quien se ocupa de la relación con la empleada es la primera. Si la trabajadora del hogar decidía faltar o renunciar, quien la reemplaza entonces es ella misma y no es concebida una división de tareas dentro del matrimonio.
Nos habíamos acostumbrado a que todo funcionara en un perfecto orden en nuestro día a día, lo que nos permitía centrarnos y entregarnos por completo a la actividad intelectual, sobre todo en mi caso. […] Era un contratiempo que había surgido inesperadamente y que me obligaría en adelante a dedicarme a las tareas del hogar y a postergar por tanto mi trabajo de escritora durante semanas y semanas; también podría seguir dedicándome a escribir, pero sin que nadie atendiera nuestras necesidades domésticas.
Es a ella, mujer, escritora y profesional, a quien se ubica en la casa, la que responde por esta aun si tiene otra profesión, al igual que su marido. Es a su vez a otra mujer a la que se le delega este trabajo, quien «hacía de todo por nosotros y conseguía que nuestras vidas fluyeran de manera relajada y confortable».
La narradora relata que Emerenc ha encontrado un nombre para su esposo: «el amo». Sin embargo, a ella no le ha puesto ninguno, ella con quien Emerenc comparte una relación en la que lo laboral y lo afectivo se confunden permanentemente.
Cuando venía una visita, anunciada o inesperada, se ofrecía para ayudarme, pero la mayoría de las veces optaba por rehusar sus servicios: no quería que mis amigos vieran que yo, en mi propia casa, no tenía nombre.
De las empleadas domésticas se exige saber que son de confianza y que desempeñarán bien sus duras tareas: «Me aseguró que esa señora no pegaría fuego a la casa por descuidar un cigarrillo encendido, ni tendría asuntos del corazón, y que, por supuesto, no robaría». No tener asuntos del corazón ni vida privada es un punto a favor en este diálogo, algo que solo en los trabajos femeninos parece considerarse. Cuando a su vez, Emerenc pide las referencias de su empleadora, esta se sorprende:
Si alguien le garantizaba que no éramos gente bulliciosa ni alcohólica, no descartaría la posibilidad. Me dejó estupefacta con todo eso: era la primera vez que alguien pedía nuestras referencias. «No lavo la ropa sucia de cualquiera», concluyó Emerenc.
Lucia Berlin
Las empleadas domésticas se encuentran bajo la prueba y control de sus empleadores. En el cuento Manual para mujeres de la limpieza de la escritora estadounidense Lucia Berlín, la narradora, una empleada doméstica, conoce las trampas que las patronas preparan para saber si las empleadas les roban:
A saber dónde, una señora en una partida de bridge hizo correr el rumor de que para poner a prueba la honestidad de una mujer de la limpieza hay que dejar un poco de calderilla, aquí y allá, en ceniceros de porcelana con rosas pintadas a mano. Mi solución es añadir siempre algunos peniques, incluso una moneda de diez centavos.
Lucia Berlin realizó numerosos trabajos durante su vida: fue profesora de secundaria, recepcionista, ayudante de enfermería en la sala de emergencias de un hospital y empleada doméstica. Sus experiencias quedaron reflejadas en sus cuentos, como Manual para mujeres de la limpieza, una crónica urbana de los trayectos de una empleada que viaja a los domicilios en los que trabaja en el bus urbano: «42-PIEDMONT. Autobús lento hasta Jack London Square. Sirvientas y ancianas».
En esta crónica-manual, la escritora presenta recomendaciones para las trabajadoras del hogar, así como lugares comunes en los tratos que estas reciben: patronas que les regalan cosas viejas o rotas que ya no les sirven, que controlan que no roben y hagan bien su trabajo o señoras que «siempre suben la voz un par de octavas cuando les hablan a las mujeres de la limpieza o a los gatos».
En Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin presenta recomendaciones para las trabajadoras del hogar, así como lugares comunes en los tratos que estas reciben. Las empleadas domésticas en la #literatura. @despaseando. Share on XEn las casas en las que trabaja, desarrolla relaciones con otras mujeres, las dueñas de la casa. Son mujeres relegadas en sus hogares, tensas por no saber qué hacer en ellos, rodeadas de pastillas sedantes y somníferos. Los apelativos marcan la diferencia de clase entre estas mujeres privilegiadas, «las señoras», y «las señora de la limpieza» o «su chica», mujeres de clase más baja.
Hacer mal las cosas no solo les demuestra que trabajas a conciencia, sino que además les permite ser estrictas y mandonas. A la mayoría de las mujeres estadounidenses les incomoda mucho tener sirvientas. No saben qué hacer mientras estás en su casa.
En ocasiones, no queda mucho por limpiar ya que las dueñas de casa han realizado casi todo este trabajo y solo quedan las tareas más complejas que prefieren no hacer. De todas formas contratan a empleadas domésticas como modo de demostrar un status social o que son «mujeres liberadas»:
(Mujeres de la limpieza: aprenderéis mucho de las mujeres liberadas. La primera fase es un grupo de toma de conciencia feminista; la segunda fase es una mujer de la limpieza; la tercera, el divorcio.)
En este relato se entrecruzan las diferencias de clase, raciales, etarias y de género. Esta última se hace patente en las casas vacías de hombres que salen a trabajar, dando lugar a un espacio feminizado compartido por empleadoras y empleadas. Estas mujeres sin embargo, están separadas por una línea divisoria, la que marca y conoce la Emerenc de Szabó:
«Según la división política de mi asistenta, el mundo estaba dividido en dos clases de personas: los que barren y los que no». La Puerta, de Magda Szabó. Las empleadas domésticas en la #literatura, por Agustina Atrio, @despaseando. Share on XSegún la división política de mi asistenta, el mundo estaba dividido en dos clases de personas: los que barren y los que no.
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