Es tiempo de hablar. Ya escuchamos demasiado y para mal. Es tiempo de gritar, y que quienes estén más capacitados, de entre nosotras, hablen por la tribu. Y desde lo más hondo, como ocurría en las tribus cuando había problemas.
Hoy los hay, problemas, y graves. Son problemas que Amanda Eznab describe con una voz poética de espeluznante vastedad y belleza en La placenta del mundo.
Graves problemas amenazan el equilibrio de la Naturaleza. La poeta antiespecista Amanda Eznab los describe con una voz poética de espeluznante vastedad y belleza en La placenta del mundo. @Amargord. #Entrevista: @AnimalPadilla. Share on XYo conocí a Amanda como por casualidad, me pidió hiciera el prólogo de la segunda edición del citado libro La placenta del mundo, que sale en octubre de la mano de Amargord ediciones, dije que sí con sólo leer, atónito, los primeros versos. Le pedí si la podía entrevistar para MoonMagazine; a esta mujer de tierra y huesos de cielo, y aquí el resultado: inefable. Lean, por favor.
Entrevista con la poeta Amanda Eznab
Bienvenida, Amanda, a la sección «La habitación de Elizabeth Heyrick», Elizabeth fue una abolicionista de la esclavitud negrera de enorme relevancia, de hecho, su impulso final a la lucha antiesclavista fue decisiva, pero murió sola y encerrada en su casa, deprimida, sin ver la consecución de todos sus esfuerzos: la Proclamación de la emancipación de los esclavos.
Amanda, si tuvieras que, con unos pocos versos, decirle algo a Elizabeth, ¿qué sería?
La sinrazón del mundo, Elizabeth, ¿quién la entiende?
¿Cómo hacen para no oír los alaridos de la injusticia?
Salimos desorientadas como murciélagos
bajo el sol inclemente del día.
¿Son estos mis contemporáneos?
La distinción, el privilegio, ah, crueles mentiras
agotando el aire de la vida.
Pero Elizabeth, mira, ha sido en ti el Gran sueño:
incubar al mundo como un pájaro,
incubar al mundo como un pájaro.
Amanda Eznab
Es un hecho que, en la lucha por la liberación animal, hay muchas más militantes mujeres que hombres. ¿Cómo podemos interpretar esto?
La lucha por la liberación de un otro es el ejercicio empírico de la empatía: necesito sentir para comprender íntegramente. Desde el instinto sabemos que la libertad es un elemento ineludible de la vida, imprescindible. Desde el instinto sabemos que encerrar a millones de animales para matarlos es algo profundamente errado. Desde la razón podemos obcecarnos, paralizarnos en el hábito, sedientos de seguridad, de anclas.
Con esto no quiero decir que las mujeres seamos más instintivas que los hombres, pues para razonar con claridad ninguna comparación es legítima ni necesaria, sino que el patriarcado, nuestra forma hasta el momento de intentar estructurar la existencia, ha dividido rancia e injustamente, roles y aptitudes. Desde «los niños no lloran» hasta el mundo agresivo y cruel en el que vivimos, así naufragan nuestras concepciones e idealismos de lo que se supone es nuestra especie. La fuerza, el valor, la «hombría», la razón, pensados como valores supremos han dado este resultado. Pero la vida no está fragmentada. La vida es una sola ola. El patriarcado ha ayudado a generar una grieta que ahora debemos saltar.
Las mujeres sentimos en nuestro cuerpo, de una forma más evidente, nuestra animalidad. Nuestra menstruación es guiada, como los océanos, por la luna. Aquellas que deciden ser madres, sienten corpóreamente la transmutación de dar cobijo, y amamantan, como todas las mamíferas. Por esto, las mujeres han sido y son discriminadas. Para ellas el mundo de los cuidados, de las emociones, del servicio. Y nada más. La lucha por la liberación de la mujer y de los animales está intrínsecamente emparentada porque nuestra especie ha querido distinguirse de la naturaleza. Por eso, probablemente, han sido esos nuestros valores supremos.
Durante millones de años podíamos ser cazados por otros animales, nos afectaban enormemente las razones climáticas, la disponibilidad de alimento y agua. Ahora, entonces, si puedo inventar glifosato o crear maquinarias de excelentísima afinación para matar en el mundo a 3000 animales por segundo, lo hago. Si puedo derribar una hectárea de selva tropical en 10 segundos, lo hago. Si puedo encerrar una orca en una piscina, lo hago. Yo, humano, domino. Hemos sido, y somos, muy vindicativos, tras todo.
Y entonces la lucha por la liberación animal. La lucha que de pronto reconoce al animal. A la vaca, al lince, al elefante, al cerdo, al pez… y al humano. Y reconocer al animal, es, a mi parecer, un salto evolutivo maravilloso. Trascendemos esa rabia, esa sensación de haber sido dominados, esa venganza. Esa confusión sobre lo que es divino y lo que no lo es. Porque hay belleza suprema en los pistilos de las flores, y en las tortugas, y en los ciclos del agua. Porque somos, todos, maravillosos hijos de la Tierra, regidos por los elementos y las estrellas.
Tu poesía viene a romper con la anterior. Somos pocos los que transitamos nuevos rumbos, temáticas poéticas, abriendo los léxicos antropocentristas a una poesía animalista, ambientalista, una poesía al fin empática con toda la vida, con todos los seres, ¡por fin! ¿Sientes que tu verso, como así lo veo, trasciende a ámbitos no tocados comúnmente por la poesía escrita hasta la actualidad?
Escribo después de ser y estar en la Tierra, de vivir mi contemporaneidad y agitarme, de sublevarme y de ahogarme. Son luego los versos escritos, el temblor sujeto entre palabras, la emoción corporizada. Bajo la superficie quieta del verso, rugen las mareas abisales, los círculos concéntricos del silencio, las tempestades que oyen lo que ocurre entre las nubes y aún entre los astros. Y entonces ahí sí puedo decir que siento como una red lanzada al fondo de los ojos nuestra visión antropocéntrica sobre todo lo vivo, sobre toda la vida. Y que a través del verso he querido, o he podido, libertarme.
Eres vegana, antiespecista y sientes a la Tierra como a ti misma, en todo tu ser, a tu ser como extensión hacia todo lo vivo. Eso se refleja en tu poesía. Tu poemario La placenta del mundo así lo atestigua. Si tuvieras que explicar resumidamente qué quiere trasladar esta obra, y qué busca conseguir, ¿qué dirías?
En sus momentos de escritura yo aún era un animal varado en las ciudades, entre el cemento y los horarios. Sentía una urgencia vital de liberarme, aunque no supiera cómo. La placenta del mundo era ese lugar inconquistable. Ese lugar donde manifestar mi enfado, mi desacuerdo con la realidad, mi amplio amor por la vida. Era ese lugar y esa posibilidad. Había escrito ese verso muchos años antes, y lo cierto es que había quedado encandilada en el fuego que desprende, porque hay palabras que unidas son como dos átomos que de pronto generan vida. Porque, ¿qué es decir La placenta del mundo? Esa fue la pregunta que rodeé durante años, como si algo se me hubiera perdido ahí dentro. ¿Qué es amar la Tierra y sus animales, si mis contemporáneos la lapidan y vilipendian? ¿Qué es amar la justicia? La placenta del mundo exige un humano más hermoso porque el mundo nace a cada instante, porque hacemos que nazca, horrendo o esplendoroso.
«Mientras lo escribía yo aún era un animal varado en las ciudades, entre el cemento y los horarios. La placenta del mundo era ese lugar donde manifestar mi desacuerdo con la realidad, mi amplio amor por la vida». Amanda Eznab. Share on XTu poesía es muy oral, muy musical. Entiendo es deliberado, natural, más bien. De hecho, escucharte recitar es todo un acontecimiento libre y trascendente. ¿Sientes algo más allá de ti que te asiste, tanto en tu poesía como en tu vida? No hablo en términos esotéricos, ya sabes. Me refiero a lo que nos toca a cada poeta, a cada una o uno que trae un mensaje.
Gracias por haberme oído, y de ese modo. Intento fundirme en lo más puro de la existencia. Déjame mirando el vaivén de los árboles, la inmensidad de un horizonte quieto e indómito, el amor absoluto con el que un pájaro alimenta a sus crías, la recreación onírica del gran astro en una fogata. Déjame, humanidad, en lo hondo de una sonata o de un poema, oyéndonos como humanos salvajes y profundos. Déjame en los ojos de mi perro. Porque entonces puedo sentir la extensa vida, la irracional perfección de la existencia, la asistencia remota de estar con los pies en la tierra, con los ojos en el aire.
Cuando escribo, es como si apagara las luces, como si tuviera que reconocer todo con el tacto y se rompieran los límites. Es como si me fundiera, sí, en la inmensidad de un paisaje: algo, o todo, te asiste.
Creo que hay una ventanita en lo hondo de todos nosotros. Una ventanita en la que, de pronto, si el viento la abre, o nosotros mismos, podemos ver el océano, las constelaciones, el interior de las flores, las simbiosis geométricas de las células, las explosiones que ahora ocurren en el sol, los movimientos planetarios e ínfimos por los que aquí estamos, las emociones que nos bullen y soliviantan. Y todo eso nos asiste, todo eso. Como si viéramos lo que nos ve. Como si viéramos.
Háblanos de la obra en construcción El soliloquio de las flores.
El soliloquio de las flores es un llamamiento al silencio, un llamamiento para oír la vida, la emoción eruptiva de la naturaleza, su amor deliberado. Para abandonar los trajes y ser un animal que mira y siente el frío o el viento en la cara, el hambre, la sed, la necesidad de manada y de soledad, del tiempo para pacer bajo el sol o para reconocer otros ojos. Pretendo acallarnos para oír los cantos de la Tierra, para restablecernos en sus ciclos y hallarnos como a fósiles marinos en las altas montañas, como a algo que extraviamos en las selectísimas ceremonias de la razón, entre copas y estratagemas. Callar, esperar a que amanezca y oír el soliloquio de las flores.
También estás escribiendo, a la par que El soliloquio de las flores, otro poemario. Su nombre, Sonatas y naufragios. Háblanos de Sonatas y naufragios, el porqué del título y qué diferencias sustanciales hay entre ambas obras.
Sonatas y naufragios. Literariamente es el libro más complejo en el que me haya abordado. Un gran naufragio. El título, al principio de su escritura, lo creí fortuito. Mi sorpresa fue que después de años en su escritura, y de procesos casi quirúrgicos, tomó un sentido absoluto, como el cauce de un río que sabe de los movimientos tectónicos y de las caídas abruptas del agua, aún antes de comenzar el deshielo, en las altas montañas. Al contrario de El soliloquio de las flores, este sí es un libro sobre lo humano, no desde una óptica antropocentrista, claro, pero intenta recorrernos en la historia, en nuestro inconsciente, en nuestra emoción. Todo desde los ojos prístinos de la poesía, que miran y huyen sin dejar rastro. Y desde ciertos recursos fantásticos. Decir Sonatas y naufragios como decir poesía y filosofía. La poesía que se entrega, que entrega el ser a la oscuridad originaria, a la respuesta. La filosofía que pregunta, que quiere desprenderse, independizarse, cuestionar la fábula y lo sagrado. Cuando Tales dijo «¿qué son las cosas?» tomó una actitud que hizo nacer la filosofía y provocó una gran coyuntura, una separación entre lo humano y su alrededor. Pero dudar es alejarse con desconfianza, mirar con desconfianza, y eso, emocionalmente, puede ser difícil de sostener. Esa ansiedad es el naufragio. Porque el misterio, aún hoy, no adolece. «Filosófico es el preguntar y poético el hallazgo», diría María Zambrano en su magnífico libro El hombre y lo divino, y ahí anda, tambaleándose, Sonatas y naufragios.
¿Cuál es tu visión del mundo futuro? Tenemos la crisis climática. Esto es serio. Sabes de mi visión, para la liberación de los animales, de «La Bella Revolución», un momento capital en que los insumisos de este sistema carcelario abrirán todas las jaulas del mundo, ese momento de justicia suprema ha de llegar. Respecto a la tierra, ¿crees que los que luchamos por ella y todos sus justos habitantes, lograremos más allá de una apasionada visión poética, sofocar los altos fuegos y liberar a todos los caballos, que se recreen las abejas en multitud de nuevo?
Creo que nos dirigimos hacia la compasión, por el orden natural de las cosas. Pero hay demasiados horrores en el camino. Por eso, o para eso, debemos asentarnos con total sensatez en el presente. La Tierra es la madre mayor, no deja de nacer ni de amamantar. Pero nosotros ¿qué somos? Nuestras sociedades son potencialmente peligrosas. Crueles y superficiales. De pletóricos escaparates. Estamos como aislados en un cubículo del orden universal. Trabajar y consumir. Me preocupa mi especie porque no ama la vida, o no sabe amar. Yo me desespero porque amo la vida y los sueños. Y sueño con las reales capacidades del humano. Con las maravillas que nos ofrece estar vivos, todas las constelaciones necesarias, los millones de años de evolución. Pero vivimos en el desenfreno. Debemos aún comprender lo terrícolas y animales que somos. Aceptar y abordar nuestra interdependencia y ecodependencia. Ese será un sensato comienzo, unos pasos que nos habrán de llevar hacia otro lugar. Porque, a mi parecer, el cataclismo ya está aquí, aunque esté más o menos detrás de los telones y pueda ser aún peor. El cataclismo es vivir como una especie que no reconoce su vulnerabilidad. Que se cree con total potestad e impunidad para todo. El cataclismo comienza con el sonido de un árbol milenario cayendo, con el chillido de una vaca en las granjas, con el enorme lamento de todos los animales. Pero sí, pienso que nos dirigimos hacia la compasión, porque nadie, en su sano juicio, puede sostener delante de su mirada las innumerables justicias de las que somos partícipes. El problema es cuánto tardaremos y cuánto nos ahincaremos en la ceguera. Supongo debemos pensar desde las ópticas temporales de la evolución: al fin y al cabo, ha pasado poco tiempo desde que dejamos de vivir en las sabanas, partículas de segundos desde que invitamos la pólvora ¡somos una especie que inventa minas antipersonas, explosivos, vivisección y mataderos! Por favor, exijámonos más, somos increíblemente creativos. ¡Aprendamos, por fin, a vivir desde la compasión! A veces sólo siento que aguardo sentada en una cuneta, como Gloria Fuertes, a ver brotar las amapolas.
Amanda Eznab, poeta: «Me preocupa mi especie porque no ama la vida, o no sabe amar. Yo me desespero porque amo la vida y los sueños. Y sueño con las capacidades reales del humano». @Amargord. #Entrevista @AnimalPadilla. Share on XJunto a tu hermana Julia trabajas en un proyecto de poesía y música unidas, de nombre Iumaná.
Lumana significa en nheengatu, la lengua general amazónica, abrazar. Por lo que, primeramente, quiere reconocer la sabiduría ancestral, acallada por el espíritu imperialista de nuestra especie. A partir de aquí, Iumana pretende ser un gran abrazo. Un abrazo entre las artes y las humanidades, y un abrazo a la Tierra. Ofrecerle a la naturaleza nuestra voz, nuestra primavera, nuestra creación: poner el arte al servicio de la armonía. Sacar la poesía de los libros y llevarla al fondo oceánico de la música para ahogarla, y que seamos, nosotros, el aire.
Amanda Eznab, poeta: «#Iumana pretende ser un gran abrazo entre las artes y las humanidades, y un abrazo a la Tierra. Ofrecerle a la naturaleza nuestra voz: poner el arte al servicio de la armonía». #Entrevista: @AnimalPadilla. Share on X¿Qué has aprendido como poeta que puedas trasladar como aprendizaje para la vida a cualquiera que nos lea?
A oír mi emoción, mis emociones. A perseguirlas como la cría de algún animal perseguiría a su madre, tras los bosques. A afilar una atención milimétrica, y trazar líneas inconexas. A exigirme una lucidez absoluta como si estuviera golpeando dos piedras y sólo necesitara una chispa para inventar el fuego. A agarrar entonces con las manos la antorcha y hundirme en caminos subterráneos.
Lo segundo, que es también lo primero, es a desmenuzar el lenguaje, a desvalijar las palabras, llegar al hueso. Ver lo que dicen. Ver lo que digo. Ver. Porque escribir es calmar el agua donde nos vemos reflejados. Y beber.
¿Qué has comprendido en tu casa en la Amazonía, que pueda servirnos a todos, para mejorar, salvar el mundo?
Son muchas cosas. A mi me ha transfigurado. Sentir el tiempo en su extensión, sin limitaciones ni exigencias es una liberación que quisiera que toda mi especie sintiera. De pronto me despierta un colibrí, o una gran mariposa azul pasa cuando estoy obcecándome en algún laberinto, o levanto los ojos y el cielo constelado y magnificente me hace llorar de emoción. Por eso es natural dejar el antropocentrismo, porque es una soberbia innecesaria, mirar sólo un rinconcito. Vivir entre la naturaleza me ha devuelto algo que creí extinguido, y es a sentirme realmente cobijada, entrelazada en un orden universal. Siento una integridad llena de emoción. También me ha ayudado a comprender, mucho más corpóreamente, cuáles son nuestras reales necesidades y cuánto realmente hacemos para colmarlas. Si tuviéramos que nosotros mismos conseguir y elaborar lo que en un segundo compramos por Amazon, o lo que comemos a diario, comprenderíamos el valor de las cosas. El uso del dinero, aunque nos llena de practicidad, nos ha hecho perder todas las balanzas. Creo que volver a vivir más cerca de la Tierra nos devolvería las brújulas perdidas, nos inauguraría los ojos, nos restablecería.
A quien esto lee le late el corazón ahora mismo, como a todos los seres que aún no se han ido o los han ido, y tiene grandes inquietudes, pero también, en ocasiones, grandes esperanzas. ¿Podrías dejar algunos versitos por aquí sobre ello, para terminar esta entrevista?
Aún. Aún dices, aún Aún se mecen los ligustros, se arrullan las viejas piedras, cae la lluvia como un canto de ruinas. Aún, el paso el infame, la luz polvorienta, los ojos que arden como estelares golpes, las manos tendidas sobre un lecho vacío. ¡Aún el trueno purísimo! Aún, el purísimo trueno. En los suburbios del verde, mientras se pare la aurora, encabritados pájaros salivan nubes. Aún, aún, en las boscosas colinas el viento, en los altos molinos el sueño, en las remotas sendas el fuego. ¡Oigo tu piel como un ciervo que oyera el marfil rodar de la luna en los ramajes preso en la libertad y preso en el misterio! En la azul colina verde, aún, las fuentes se asombran reflejadas y el rostro es un cantero de fugas y silencio. Aún, un ave de ojos rupestres atraviesa el cielo y nos lleva. En los albores de la sangre se extravían los presos, hasta las rosas naufragan, hasta el verso se apuna. Amanda Eznab
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