Érase una vez en América (1984) es una de las imprescindibles del cine negro —de gánsteres— incluida en cualquier lista de las mejores del género y dirigida por Sergio Leone en, quizás, su mejor película: en realidad, la única negra.
Pero tratándose de una cinta estudiada y diseccionada por muchos entendidos del cine, habiendo leído lo que se ha dicho de ella, poco más se puede aportar. Sí acaso, resaltar la labor de Tonino Delli Colli, director de fotografía de esta película y de otras míticas como El nombre de la rosa o El bueno, el feo y el malo, y que aquí se supera.
Sin olvidar a Ennio Morricone y su música, que siempre acompañó a Leone y que ahora sigue aportando sus maravillosas partituras a directores como Quentin Tarantino y su reciente Los odiosos ocho.
Con el paso del tiempo y la memoria, realizando flashbacks continuamente, la película cuenta los inicios como delincuente de David “Noodles” Aaronson en el seno de una pandilla juvenil, su ascenso en el escalafón delictivo, su drástica interrupción y su regreso treinta y cinco años después para encontrarse con su pasado. Traiciones y mentiras en los ambientes judíos de Nueva York en la época de la Ley Seca y las numerosas oportunidades de dinero fácil que se ofrecían. Transcurre tanto tiempo a lo largo de la película, que asistimos a la evolución del ambiente gansteril empañado en nostalgia. Y, al final, siempre el fracaso, una visión crítica y pesimista del sueño americano.
Así, si queréis saborear sus excelencias (reales y verdaderas), sus actores y portentosas interpretaciones, su magnífica dirección y su soberbia puesta en escena, podéis consultar la multitud de críticas, reseñas y comentarios que, de Érase una vez en América, está plagada nuestra madre Internet.
Y, como casi siempre, una buena película está basada en una gran novela: The Hoods, de Harry Grey, lamentablemente imposible de conseguir. Solo se editó en castellano en 1963 por la editorial Constancia.
La película negra de #SergioLeone. Historias de amistad y lealtad entre gánsteres. @joseviblender Share on X
Yo prefiero deambular en las historias de gánsteres, la historia de la amistad, la lealtad y la deslealtad. Creo que es el pilar sobre el que se basa nuestra atracción hacia estas películas. Érase una vez en América, El padrino —las tres—, Uno de los nuestros y Muerte entre las flores, de los Coen, son grandes símbolos.
¿Por qué nos gustan unos tipos carismáticos que, en la cruda realidad que nos rodea,repudiamos? La magia del cine.
Podría explicarse porque representan la pertenencia a un grupo y la seguridad que ello proporciona. Los vínculos y las ventajas que nos da un clan que vele por nosotros y por los nuestros, ante cualquier dificultad. Y lo echamos de menos.
Vínculos y ventajas que nos da un clan que vele por nosotros y por los nuestros. @joseviblender Share on XTambién podría explicarse por la querencia natural hacia espacios infantiles seguros. Una buena tunda en un descampado era el mortero sobre el que se unía el grupo. Retahíla de anécdotas que comentar. Siempre defendiendo a tus leales camaradas.
Pero esta filosofía de mercadillo la dejaremos para oportunos momentos, ebrios de Daniels, cómodas amistades —antiguas mejor— y tiempo, mucho tiempo por delante.
Gracias Rosa, me alegro que te guste el artículo. No te olvides de la saga El padrino.
La mejor película que se ha hecho (y creo, se hará) de este género. Cada poco siento la necesidad de revisitarla y siempre encuentro algo nuevo, otro detalle (aquel «Noodles, me resbalé», siempre me nublará la vista), otra razón para volver a verla.
Las cinco películas que mencionas son lo mejor. «Muerte entre las flores» es otra de mis referencias y visitas periódicas. Con ella me colgué de los Coen.
Precioso artículo, Josevi.