Fundido en negro
Un fundido en negro para el final, cuando no hay otra salida…
Al calor del verano
Microrrelato de Ángeles Platas-Samarcanda Cuentos
Fotografía de Siscu
Era una cálida noche de verano donde todo acompañaba al mejor de los paseos. El cielo estaba iluminado por millones de estrellas y las buenas sensaciones dominaban el momento. Los chicos sonreían, mientras un agradable paisaje desfilaba ante ellos a increíble velocidad. La ventanilla del coche permanecía medio bajada y el agradable aire que entraba por encima del cristal les invitaba a una magnifica velada. Los tres amigos estuvieron de acuerdo en que no se podía pedir más.
—¡Esto es vida! —Gritó uno de ellos con espontáneo énfasis.
Fuera, los sonidos de los grillos era la única nota discordante en el oscuro silencio. Sin embargo, el paso del paraíso al infierno se hizo en un cruel segundo. Algo había caído encima del capó del vehículo sin previo aviso, incrustándose en la luna delantera y alcanzando a uno de los chicos con brutalidad.
Denis sangraba abundantemente y la brecha de la cabeza era enorme, pero el golpe en el pecho fue tremendo; decisivo. El coche se había detenido por el impacto justo después de pasar el puente de San Climent y los chicos gritaban horrorizados. Un enorme pedrusco que nadie sabía de dónde había salido era el causante del desastre. Se escucharon algunas voces en lo alto. Un puñado de gente se había arremolinado en el puente. Una voz que berreaba sin contención se escuchó por encima de las demás.
—¡Oh dios, le hemos dado, le hemos dado!
Samarcanda Cuentos.
Foto de Siscu.
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Al tañer de las campanas
Microrrelato de J.J. Guerra
Fotografía de Tarsi Canteiro
Como cada amanecer, el tañido de las campanas anunciaba el despertar obligado del alumnado. Aunque desde hacía casi una semana, para alguien no sería la maldición de tener que levantarse, sino el alivio de quien pasa las noches en vela abrumado por los miedos.
—De hoy no pasará, hablaré con el director—. Fue a verlo, pero no se encontraba en su despacho; sintió nacer en su nuca un extraño escalofrío.
Aquel monitor le daba asco, desde antes, incluso, de haberlo visto actuar con los mayores. Y para mal de males, al cruzarse con él, pudo comprobar cómo lo desnudaba con su mirada lasciva. Acabó de atravesar el dichoso y angosto pasillo a toda prisa y llegó a su alcoba. Cuando su compañero, al ver la mezcla de miedo y asco en su rostro, intentó interrogarlo, solo obtuvo por respuesta el sonido del vómito en el baño contiguo.
Ya sabía que el próximo sería él. Volvió a dirección, el director había vuelto. Dio todos los rodeos que se pueden dar cuando tienes trece años y quieres denunciar abusos sexuales de un fraile, que además de monitor, es la mano derecha de la persona a la que lo tienes que delatar. Tuvo la comprensión del administrador del colegio. Este se entrevistaría al día siguiente con los chavales que estaban siendo víctimas de los abusos.
Al caer la tarde le llamaron a dirección. No daba crédito a lo que veía, el director formaba parte de aquello y ahora era él el invitado. Como gato encerrado, sacó sus uñas agarrándose a la vida que le daba una silla. Fue un golpe letal en la nuca del fraile, a quien aborrecía. El director tuvo más suerte —o no—y puede contarlo desde la cárcel.
J.J. Guerra.
Foto de Tarsi Canteiro.
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J.J. Guerra es miembro de la comunidad de autores de Artistas-Creadores de Revista MoonMagazine.info.
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