He vuelto a leer a Gabriel Celaya. He leído su libro Poesía urgente, publicado en Buenos Aires, tres años antes de que yo naciera, allá por el año 1960. Dividido en tres partes —«Poesía directa», la cantata «Lo demás es silencio» y el recitativo (sic) «Vías de agua»—, Poesía urgente es un poemario de poemarios, pues. «Poesía directa» está compuesto por catorce poemas extraídos de tres poemarios: uno de 1951, Las cartas boca arriba; otro de 1953, Paz y concierto; y un tercero de 1955, Cantos iberos. La cantata es de 1951 y el (largo) recitativo (la única pieza inédita del elenco) fue escrito en 1956 y 1957.

 

          La oscura tarea que impone el ser un hombre.

 

En la nota introductoria, Celaya explica que sus «primeros pasos fueron los del surrealismo» y que luego pasó «por una fase de prosaísmo existencial» que acabó llevándole «a una poesía que, a una con otros compañeros de promoción, juzgué necesario escribir, en manifiesta reacción contra Juan Ramón Jiménez, para la inmensa mayoría». Se trataba en un principio de «apear el lenguaje», situar antes lo humano que lo precioso «y hablar de todo lo que el mundo habla en la calle». Pero aquello no fue suficiente. Seguía siendo un escritor, un poeta, minoritario, bien acogido por la crítica, eso sí:

«Para salvar la poesía, como para salvar cuánto somos, lo que hay que transformar es la sociedad. Y a esto debemos consagrarnos con todo y, por de pronto, si damos en poetas, con la poesía como arma cargada de futuro».

«Para salvar la poesía, como para salvar cuánto somos, lo que hay que transformar es la sociedad». Gabriel Celaya escribe «para la inmensa mayoría». #Lectura de #PoesíaUrgente por @ibanezsalas. @adehistoria. Share on X

Conviene contener la respiración: este texto estaba siendo publicado en Argentina, que disfrutaba de un pequeño interín democrático entre dictaduras militares. Donde vivía Celaya, en su país, España, continuaba la dictadura del general Francisco Franco.

Gabriel Celaya y sus versos de conmovida urgencia

 

#PoesíaUrgente, de Gabriel Celaya, se publicó en Buenos Aires en 1960, que disfrutaba de un pequeño interín democrático entre dictaduras militares. En España no habría sido posible: continuaba la dictadura de Franco. @ibanezsalas. Share on X

Soy mortal, soy cualquiera

Ahora, leamos algunos de los versos de Poesía urgente. Comienzo mostrando las joyas de «Poesía directa».

En el poema «A Blas de Otero» («¡si fuera Blas de Otero!»), donde Gabriel invoca «a los valientes, los héroes, los obreros», le dice «derramado» a su amigo el poeta:

 

          Tú sabes, no perdonas. Estás ardiendo vivo.

 

En la siguiente oda, ésta al pintor Jesús Olasagasti, queda «prohibido, señores, jugar al Paraíso» (en realidad, «todo está prohibido, fumar, beber, reír a locas»). Gabriel le dice a Olasagasti, así, con esa fuerza tibia de espasmo ensangrentado que es su poesía (con la que «a veces uno juega con Dios al escondite» procurando que su verso le caiga a ese mismo Dios «en gracia»):

 

           Te conservo en ginebra. No me importa tu alma.

 

Otros dos grandes poetas a los que canta Gabriel en su «Poesía directa» son el chileno Pablo Neruda y el español Miguel Labordeta. De la loa descomunal a Neruda me he permitido pergeñar este poema a lo grandes éxitos de sus versos magníficos:

 

«Te escribo desde un puerto.

Te escribo desolado.

Te escribo derrotado.

Soy un hombre perdido.

Soy mortal. Soy cualquiera.

Te escribo por los vivos.

Poca alegría queda ya en esta España nuestra.

Mas, ya ves, esperamos».

 

«Te saludo, Miguel, por si acaso aún existes: treinta siglos y pico de cultura son dentro de ti tan reales como el hambre y la rabia». De Labordeta (cuyas excusas le «suenan a Beethoven» y cuya poesía sorbe «como un Martini») le gusta a Gabriel cuando dice «gracias a cualquier cosa», cuando le nota «puntualmente contento». Porque en estos poemas está toda la carnalidad explosiva de lo trivial, de lo cotidiano, de lo dichoso pero también del fuego que abrasa toda hermosura o la ilumina. Soy sucinto con este «A Miguel Labordeta»:

 

«Me encantas. Me fastidias. Me drogas. Me vulneras.

Mas tú también te mueres. Más yo también me muero.

Vivimos de morirnos, vivimos de entregarnos.

Adiós a los enigmas contrarios que tú encierras».

 

Otra de las poesías de esta «Poesía directa», de esta Poesía urgente es la titulada «Pasa y sigue», que estuvo originalmente en su libro Paz y concierto, de 1953, y que yo te antologo así:

 

«Cuando grito, no grita mi yo para decirse.

Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,

y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.

[…]

¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,

hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado

de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.

[…]

Cantad cara al mañana

lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.

No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte

es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.

Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,

quedará una esperanza para todos nosotros».

 

¿Le harían caso aquellos poetas de mediado el siglo XX español al poeta Gabriel Celaya? Aquella España ¿era una «España en marcha», como se titula este poema (de Cantos iberos, 1955) del que te sugiero especialmente algunos de sus versos vibrantes:

 

«Nosotros somos quien somos

y así somos quien somos golpe a golpe y muerto a muerto.

¡Basta de Historia y de cuentos!,

no vivimos del pasado.

Españoles con futuro

y españoles que, por serlo,

aunque encarnan lo pasado no pueden darlo por bueno.

No quiero justificarte,

para salvarme y salvarte, con amor te deletreo».

 

Gabriel Celaya y sus versos de conmovida urgencia 2

 

¡Qué bien habría lucido este poema de Gabriel, bien citado, en mi libro ¿Qué eres, España?, ¿verdad?

Más España hay en su poema «A Sancho Panza»:

 

«Hoy como ayer, con alarde,

los señoritos Quijano siguen viviendo del cuento,

y tú, Sancho, les toleras y hasta les sigues el sueño

por instinto, por respeto, porque creer siempre es bueno.

En ti pongo mi esperanza

por qué no fueron los hombres que se nombran los que hicieron

más acá de toda Historia —polvo y paja— nuestra patria,

sino tú como si nada».

 

[A Don Quijote me atreví yo a escribirle un poema (no había leído este de Gabriel, y se nota) que despedía (mal, qué se puede esperar de un escritor así) con estos cuatro versitos inanes: te tengo que dejar Quijote / la próxima vez no vengas solo / acompáñate de Sancho / y sé ya un dios completo.

En fin…]

Llego ya a los más famosos versos de Gabriel, aquellos de «La poesía es un arma cargada de futuro» (también procedente de Cantos iberos), emblema por excelencia de lo que se dio en llamar poesía social que tengo que reproducir al completo:

 

«Cuando ya nada se espera personalmente exaltante

mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,

fieramente existiendo, ciegamente afirmando,

como un pulso que golpea las tinieblas,

 

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,

se dicen las verdades,

las bárbaras, terribles, amorosas crueldades:

 

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,

piden ser, piden ritmo,

piden ley para aquello que sienten excesivo.

 

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,

como mágica evidencia, lo real se nos convierte

en lo idéntico a sí mismo.

 

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos trece veces por minuto,

para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

 

Porque vivimos a golpes, porque apenas sí nos dejan

decir que somos quien somos,

nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.

Estamos tocando el fondo.

 

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales

que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.

Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

 

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren

y canto respirando.

Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas

personales, me ensancho.

 

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica, qué puedo.

Me siento un ingeniero del verso y un obrero

que trabaja con otros a España en sus aceros.

 

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.

Tal es, arma cargada de futuro expansivo

con que te apunto al pecho.

 

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.

Es algo como el aire que todos respiramos

y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

 

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.

Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.

Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos».

 

Obrero español se siente Gabriel Celaya, ingeniero de versos «que trabaja con otros a España en sus aceros». Y estas palabras, que «son lo más necesario». Es 1955, no lo olvides.

Obrero español se siente Gabriel Celaya, ingeniero de versos «que trabaja con otros a España en sus aceros». Es 1955, no lo olvides. @ibanezsalas @adehistoria. Share on X

«No basta ser poeta», dice Gabriel ese mismo año 55 en «Vivir para ver», donde pide cuentas a los poetas que dejaron sin habla a quienes lloraban o maldecían, también a aquellos otros que tan sólo escribieron «versos neutrales»: en lugar de haberles dado palabras «al mudo y al hambriento», «debisteis hablar alto por todos los que callan». No basta con que nuestros versos sean bellos, «no quiero, no quiero ceder a vuestra magia ni al respeto que os debo», no es la belleza lo que han de lograr los poetas, sino «la acción» con versos «de conmovida urgencia», porque «ser neutrales es pronunciarse en contra». Se trata de escuchar lo que «con alarma» exige el pueblo (¿qué pueblo, Gabriel?, ¿qué es el pueblo, quiénes?):

 

Hablemos despacito

del mundo que así cambia, dando vueltas, brillando.

 

Recuerdo mi futuro, presiento mi pasado

Gabriel Celaya y sus versos de conmovida urgencia 1

 

La larga cantata de 1951 «Lo demás es silencio» está dedicada a su pareja, Amparito en el libro, pero Amparitxu para la posteridad (Amparo Gastón Echevarría, poeta y gran colaboradora de Gabriel, con quien tras décadas de convivencia se casó muchos años después), y recibe su título del final de la obra Hamlet, de William Shakespeare. Es un canto coral, con un protagonista que lo promueve y un mensajero, dedicado al hecho de ser un hombre (un ser humano diríamos hoy, para no herir susceptibilidades) y al afán de trascendencia. Sus tres mil versos, sus docenas y docenas de versos, sus cientos de versos, tantísimos versos, bien podrían quedar así, reducidos a esta selección y por tanto a este nuevo poema que sigue siendo un Celaya de tomo y lomo:

 

«La mar, el mar,

para bien, para mal,

como si el ser un hombre quisiera decir algo,

hombre anónimo y digno,

y procuro ser hombre con decoro,

amargamente incendio los bosques donde lloro,

soy un hombre perdido. Soy un hombre cualquiera,

miro entorno dudando, quizá esté ya muerto.

Lo que exalta, sexual, junta en lo fiero

tu impulso afirmativo con mi miedo.

Es la sangre que irradia rebeldía,

la pura voluntad, la pura vida

que se inventa negándose a sí misma.

Me entiendo demasiado.

Hay poemas que nunca comprendemos del todo

y cuanto más cantamos más sentidos desvelan.

En mí acaba la Historia y empieza otro proceso.

Recuerdo mi futuro, presiento mi pasado.

Queremos existir con eficacia

[pero]

los hombres de uno en uno no son nadie.

Tan solo al ser en otros nos hallamos,

respiramos tranquilos, descansamos.

¡Arriba camaradas,

saludad la alegría!

Lo demás es vacío.

Lo demás es silencio».

 

«Lo demás es silencio» está dedicada a su pareja, Amparito en el libro, pero Amparitxu para la posteridad, y recibe su título del final de Hamlet, de William Shakespeare. @ibanezsalas lee #PoesíaUrgente, de Gabriel Celaya. Share on X

Recorrer amando lo curvo en la tiniebla

La última pieza de Poesía urgente, la única inédita hasta ese año 1960, ya se dijo, es el recitativo ‘Vías de agua’, escrita como sabemos en 1956 y 1957. Es esta una obra muy compleja en la que declaman diversos personajes llamados ‘el estudiante’, ‘el jornalero’, el contable’, ‘un funcionario’, ‘el capitán de industria’, ‘la amante’ y ‘el capellán’, hay también un ‘altavoz’ y ‘un sargento’. Me voy a permitir poner un poco de orden en su maremágnum creando algo imposible, una única voz que diga, que dijera:

 

[el estudiante]

«Sé hacer algo con nada, verdades con mentiras,

y operar con palabras, fabricar poesía:

mi profesión es poeta,

qué así me gano la vida, perdiendo solo dinero.

[la amante]

Aún recuerdo el origen de los dioses

y aún puedo daros vida, siempre joven.

Yo soy la Magdalena lapidada

que derrama su esencia a nuestras plantas.

[el jornalero]

Todos los vinos de España

van al mar de un sentimiento.

[el estudiante]

Dije que es mala la muerte y a lo bello llamé bueno.

A los álamos delgados, a los montes de oro rojo,

a la equívoca sonrisa de la muchacha a quien quiero,

al buen vino de Cebreros, al poema de un amigo,

a cuanto en mí provocó la luz de un nuevo deseo,

dije sí, dije creciendo, dije abierto, sin pensarlo.

Mas de la muerte y la guerra renegué, y no me arrepiento.

Dije no como en el cielo, dije no como si nada,

y ahora van a fusilarme.

Me doy por fusilado.

El hombre nació para la dicha,

para besar los labios donde tiembla lo bello,

para reír mojado de mar y de promesa

o recorrer amando lo curvo en la tiniebla.

[el chapista]

¡Ay blanco espanto de España!

¡Ay sal negra restallando!

¡Ay horror de los lagartos!

¡Ay sal seca y hueso amargo!

[la amante]

Padre nuestro que estás en los cielos.

Mátanos despacio.

¡Sálvanos del odio! ¡Sálvame de espanto!

La guerra no ha terminado.

Y esta España muerta en vida,

y estos hombres derrotados,

y este cansancio de siglos.

[el chapista]

No pedimos lo imposible: pedimos el más acá,

lo que nos cumple por hombres, la dignidad natural».

 

La dignidad natural de una España que sigue muerta en vida.