¿Ha de ser económica la lengua o debería responder a demandas de cohesión entre los distintos grupos sociales y servir de pegamento a la colectividad?

Hacemos sábado en las dependencias de la lengua. Los nuevos valores viven ya su puesta de largo y es hora de retirar lo viejo para hacer sitio. Nuevos que llegan ataviados de urgencias, interconexiones asaltadas y pragmatismo. Lo reposado, las inmersiones lectoras y los análisis críticos han caducado.

Así y todo, vengo a hablar de filosofía.

¿Ha de ser económica la lengua o debería responder a demandas de cohesión entre los distintos grupos sociales y servir de pegamento a la colectividad? @marianRGK nos habla sobre #lengua y #filosofía. Share on X

Una lengua económica ¿para qué?

Hay una hostilidad creciente hacia lo que suponga reposo y parsimonia, y dificultades que se suman ante la diversidad de frentes abiertos en nuestras atareadas jornadas. No estamos para adivinanzas ni para entresijos. Vivimos picando espuelas, instados a expresar lo máximo con el mínimo de recursos.

Esto, que ya lo expresó André Martinet a principios del siglo XX, toma hoy un nuevo cariz. Lo que vio Martinet fueron veinticuatro sonidos que, combinándose, bastaban para que las posibilidades de articular mensajes se multiplicasen hasta el infinito.

Pero hoy, en cambio, en esta búsqueda ansiosa de la eficiencia, nos sobran grafías. Allá donde Martinet veía un campo inabarcable cuando avistaba esas infinitas posibilidades que ofrece la matriz de la lengua, parece que nos empeñásemos en el ejercicio contrario: reducir, reducir y reducir. Ponemos ‘q’ en lugar de ‘que’ o ‘x’ en lugar de ‘por’ y ‘d’ por ‘de’. La h muda ha ingresado de cabeza en el pozo de damnificadas y la ‘ch’ ha quedado trasmutada en ‘x’ o ‘s’.

Estimulados e hiperconectados, los malentendidos campan a sus anchas y la paciencia para deshacerlos mengua. Nos faltan argumentos y capacidad para interpretar críticamente nuestra historia: la pasada y la presente. La futura, con este pobre manejo, tiene visos oscuros: seguiremos siendo incapaces de lubricar las relaciones con algo más de empatía.

Insistir en la economía de la lengua, en tal caso, es un debate baldío.

Una lengua redundante y perifrástica

Las noches de insomnio se parecen a las pinturas de Salvador Dalí: se llenan de asociaciones extrañas con relojes blandos y auriculares en forma de langosta. Los sueños son sintéticos; las palabras que utilizamos para explicarlos, no. Hacemos rogativas en aras de la economía lingüística mientras somos dispendiosos en multitud de contextos.

Dices: «A mí no me gusta nada eso que estás haciendo» cuando podrías decir «no me gusta lo que haces». En cambio, has utilizado dos negaciones, una perífrasis verbal, dos pronombres que te duplican a ti mismo personalmente —sigo redundando por ver si te causo efecto— y un demostrativo que viene a insistir en «eso». En aras de la tan traída economía lingüística, podrías haber gesticulado moviendo la cabeza a izquierda y derecha y abocinado el morro; como mucho, haber añadido un escueto «no». Y sin embargo…

Sin embargo, después de tu frase inicial, has insistido en que «así vas fatal», «no has entendido de la misa la media» o «te van a hacer vudú como presentes eso».

La lengua es invitadora —magníficos veinticuatro signos reproductores— y tú necesitas estirarte: incidir, rodear, matizar, dar razones y redondear argumentos.

Eso, sin mencionar la moda reciente de desdoblar géneros y géneras, que tanta polvareda levanta y a la que incluso tú te has aficionado. Las ideologías aprietan: unos, que hay que incluir; otros, que no, que mira tú lo feo que queda el discurso con «los y las vecinos y vecinas». Unos, que hace falta economía; otros, que diversidad.

¿Una #lengua redundante, dada al desdoblamiento, perifrástica? ¿La economía y la diversidad son conceptos antagónicos? @marianRGK nos dice lo que piensa. Share on X

Desdoblamiento del lenguaje

Pobre expresión sintáctica, vocabulario desventurado y pensamiento errático es un cóctel letal y triunfo de un sistema, que nos quiere incapaces y acríticos.

Pero quien no está dispuesto a tirar la toalla de la empatía, sí que añade explicaciones porque necesita hacerse entender. E incluir y visibilizar. ¿Arraigará este empeño de volvernos más nítidas y reveladas quienes hemos picado piedra a lo largo de la historia sin luz ni taquígrafos?

Porque hay quienes sostienen que la lengua, en sí misma, es neutra; que los géneros no aluden a los sexos y que las nuevas realidades pueden expresarse sin necesidad de violentarla. Y en la acera contraria, quienes afirman que niños son ese sector de población que se decanta por el fútbol y niñas, ese otro con debilidad por las muñecas.

Forman un grupo aparte quienes defienden la lengua como patrimonio colectivo que cada hablante utiliza como mejor le conviene. Lo saben bien publicistas y políticos, aunque todos vendemos algo y todos buscamos influir. De un modo u otro.

Ella será neutra, pero nosotros, no. Las ideologías, sin ir más lejos, tratan de manejarla en virtud de intereses; anticipan qué usos persistirán y cuáles quedarán en territorio de anécdotas. Se parece a vaticinar cuánto futuro nos queda como humanidad.

Si la lengua es económica, nosotros, no

Entendernos, comprendernos mejor, llegar hasta el núcleo de lo que nos rodea ha sido un empeño ancestral. Tenemos más recursos que nunca a nuestra disposición y, aun así, parece que las energías se nos fueran en despreciarlos. En debatir sobre el chocolate del loro.

Aproximarse tiene exigencias. Vivir en un mundo plagado de vaivenes doctrinarios y mentales requiere poner toda la carne en el asador. Necesitamos algo más que un dominio casero y otro formal de la lengua. Urge un magma de fondo que nos invite a interesarnos en sus mecanismos; para volverla operativa, fértil, integradora.

Dame un ser humano entrenado —no ideologizado— y te hablaré de su amor por las preguntas, por la curiosidad; te hablaré de su capacidad de asombrarse; de su inquietud por el futuro, las injusticias y desigualdades; de su preocupación por el hecho de que hayamos convertido la casa común en un vertedero. Te presentaré a un ser expansivo y agudo, pero no verborrágico ni chocarrero; y, si lo es, sabrá diferenciar la pertinencia de lo uno y lo otro.

Un magma llamado filosofía

Ese magma al que me refiero se llama filosofía. Michael J. Sandel la tuvo como referente en su discurso al recibir el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Dice textualmente: «Me dejé seducir por la filosofía y todavía no me he recuperado». Y haciendo una aplicación práctica de esa pasión, añade:

Dondequiera que viajo siento un gran interés por el debate público sobre cuestiones importantes, preguntas sobre la justicia, la igualdad y la desigualdad, sobre la historia y la memoria, sobre lo que significa ser ciudadano. Recientemente, en un viaje a Brasil, visité una favela en Río de Janeiro. Ese barrio marginal masivo rebosa tanto crimen y violencia que ha sido sometido a lo que dan en llamar «pacificación», una especie de ocupación militar. Allí conversé con un grupo de líderes comunitarios y jóvenes activistas sobre cómo encontrar una voz y construir una comunidad, incluso en medio de la pobreza y la violencia.

La filosofía propicia reflexiones y abre caminos en la mente que, de otro modo, permanecen desactivados. Sirve para preguntar, preguntarse, reflexionar, para acceder a mayores cuotas de libertad; para saber decir no y resistir las manipulaciones; para aprender a relacionarnos con mayor calor afectivo; para encaminar ese futuro incierto con un compromiso hacia vidas más plenas y mejores. La filosofía es el puente entre lo tecnológico y el arte, entre la teoría y la práctica.

La #Filosofía sirve para preguntar, preguntarse, reflexionar, para acceder a mayores cuotas de #libertad; para saber decir no y resistir las manipulaciones. Un artículo de @marianRGK. Share on X

Entre la filosofía y la lengua

Ambas, filosofía y lengua, son nuestras únicas grandes armas para afrontar los forcejeos a que estamos sometidos. Se llega a decir más con menos cuando los demás caminos resultan infructuosos, pero llegar ahí requiere un gran dominio… no solo del lenguaje. Requiere sensibilidad (sentido y sensibilidad, haciendo propias las palabras de Jane Austen), capacidad de autoanálisis y auténtico deseo de liberarse de prejuicios.

Tenemos un futuro por diseñar en términos de pasta humana. Solo entonces tendrá sentido el debate sobre si la lengua ha de ser económica o qué. Porque una cosa es economía de la expresión y otra, muy distinta, economía del contenido.

Una cosa es economía de la expresión y otra, muy distinta, economía del contenido. Un artículo de @marianRGK. Share on X

 

Un artículo de Marian Ruiz Garrido

Portada de David de la Torre