Gonzalo Camarero (Burgos, 1966), autor de Indagaciones sobre la luz, es licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto. En 1994 ingresa en la carrera fiscal y ha ejercido en Bilbao, Logroño y en la Secretaría Técnica de la Fiscalía General del Estado en Madrid. Actualmente es letrado del Tribunal Constitucional. Pero si tenemos hoy en MoonMagazine a este jurista políglota es por su afición a los libros. En efecto, su temprana pasión por la lectura (con especial querencia hacia las literaturas helena y germánica) lo ha llevado a publicar este año su primer poemario. Reseñándolo, iniciamos la VIII edición de Poemarios para un verano sin crímenes.

En la primera parte de este libro —innominada, pero que bien podría titularse como el poemario—, la luz tiene, si cabe, mayor protagonismo. No está de más recordar cómo para Dámaso Alonso «la poesía consiste en una íntima vibración del poeta, por vías de misterio comunicada a su obra; vibración que en ondas de luz nos descubre hasta profundidades últimas, como en prodigio, el pensamiento, nítidamente traslúcido, e intensificado».

Las aguas del mar —y también de un río—, en afiladas aleaciones de luz y oscuridad recogen ese deseo de apresar, en instantes más o menos mínimos, la luz absoluta. En «El mar es femenino» un mar pacífico de femeninos perfiles expande un amplio repertorio de luminosidades marinas; «Canet d’ en Berenguer» muestra a mar y cielo fusionándose en la tranquilidad que regala la malva luz del atardecer; «El Mediterráneo en Mojácar» remarca la monumentalidad líquida que abarca la vida en sus simas abisales, donde una luz marítima —ahora oscura y abstracta— reanima la sangre; en «Palma de Mallorca» la luz de un día nublado bajo la que asoma el mar y sus sombras húmedas realza edificios y balcones modernistas; «Mojacar» muestra ahora la luz del mar sobre las fugaces olas: su fascinante embrujo conduce al poeta a los ojos de su amada. Y en «El Eresma. Cerca de Valsaín» se vislumbra este afluente del Duero, río más tranquilo que la mar pero tampoco desprovisto de atractivos naturales y cuyo estático aspecto trae premoniciones de muerte.

Iniciamos la VIII edición de Poemarios para un verano sin crímenes, sección creada y dirigida por Manu López Marañón, con la ópera prima de Gonzalo Camarero, Indagaciones sobre la luz. Share on X

EL MAR ES FEMENINO

El mar es femenino como una hembra
que ha mordido sus uñas, cuyo pecho
la luna ciñe alterna y curvo un trecho
dorado el sol la sume con su siembra.

Femenina es la mar, indiferente
al dolor de quien pétalos azules
graba en sus olas blancas, en los tules
quietos donde agoniza en paz la mente.

Tus ojos de fulgor claro y ambiguo,
los rizos de algas que abren tu tristeza,
la compañía cóncava que donas,

algo tienen de sal y remo antiguo,
de zozobra y peligro. Allá empieza
el agua oscura donde me ocasionas.

Poblaciones ibéricas y extranjeras conforman la otra mitad de esta parte inicial del libro. Sobre ellas recae la luz dando lugar a excelentes poemas —no a fotografías ni mucho menos a postales… En «Cáceres», empequeñecido el poeta ante la sólida belleza que regalan los siglos a torres y blasones, la luz de ese cielo en el que brillan estrellas le agranda el ánimo; «El condado de Lara, Burgos» describe las ruinas de derruidos muros sobe los que sopla el espíritu condal de las leyendas de Castilla; «En un bar de Venta del Moro» un anciano que se desayuna con licor hace un doloroso elogio del pasado; «Oporto» dibuja al Duero bajo la plata del sol y el fluir de sus aguas y desde él se percibe, con estremecimiento, el errante transcurso del tiempo; «Jerusalén» tras destacar la convivencia entre las tres religiones desemboca en su zoco, donde se percibe la melancolía; y «París» es un vívido viaje familiar en esta urbe inagotable de emblemáticos lugares. El permanente asombro, grabado en los ojos de dos niñas, y aquella inscripción, sobre las paredes de Saint Germain de Pres, en la que un alumno agradece haber aprobado unos exámenes de 1892 superan emocionalmente al censo urbano.

OPORTO

Subimos al árbol de piedra
de tronco barroco,
la Torre dos Clérigos.
Cielo azul de diciembre
y sobre los tejados centenares
de blancas gaviotas
cuyo vuelo desde el suelo
pasaba desapercibido.
Es la soledad de las alas
que baten en el éter.
Al fondo, el Duero
no lleva el oro del Douro
sino la plata del sol
con su oscuro fluir.
Los puentes, descabezados
gigantes pentaculares
de los que el barco
surca con estremecimiento
la sombra del pubis.
Durante el almuerzo
palomas tullidas
piden en el murete
arroz y trocitos de pan
sin temer a la tristeza
ni extrañar nuestras manos.
En la Ribeira se yergue el transcurso
de un largo tiempo errante.
El antes de hace años
en la avenida de Boavista
y el después en Santa Catarina.
En medio, solo un río ya hundido,
y tu rosa sonrisa de vino verde
que como las uvas traslúcidas
se llena de luz, de fulgor del mar allende.

La segunda parte de Indagaciones sobre la luz la conforman treinta y cuatro haikus. El haiku, estrofa de procedencia japonesa, es un poema breve también llamado «tercillo» en los que se da una yuxtaposición de dos ideas o imágenes separadas por un término cortante —o separador. Siete haikus muestran las emociones producidas por la naturaleza, materia muy del gusto oriental: son «Paisaje chino» donde la naturaleza imita al arte; «La impostura del orto» que recoge el trabajo del sol para que amanezca; «Heráclito», donde su variable río desemboca en un mar tampoco estático; «El tejo» en el que hojas poco visibles de un árbol generan angustia; «Ocaso» o el mudo trabajo de la naturaleza mientras el hombre sueña, y «Ante un árbol del Retiro», donde la luz mece a un árbol sin corrientes que lo ladren. «Crepúsculo» avisa de cómo al alma más envarada llega asimismo la luz del atardecer.

HERÁCLITO

Océano verde.
De las almas depósito
que van y vienen.

OCASO

Hojas que mueren
—olvidando la aurora—
mientras tú sueñas.

Gonzalo Camarero aprovecha la estructura del haiku para una serie con variada temática, alejada de la contemplación. Significativos son: «Lápida», donde cincela un certero epitafio; «Mirándote» o esa espera con la que hay que contar en el amor; «Música en Jericó» o el poder de la música; «Infancia» o la fugacidad de la época más feliz; «Silencio» o cómo el tiempo quema cualquier vana palabra; «Untertang» donde el sueño reparador hace menos doloroso el inevitable hundimiento, o «Dolor», donde se avisa de cómo para volar primero hay que sufrir. Para el final de esta selección queda «Inframente» o cómo la poesía, naciendo de lo más íntimo, resulta ajena a su creador. Este haiku anticipa «La escritura de la araña» y «Erato» —incluidos en la siguiente parte—, donde el poeta desarrolla más a sus anchas qué entiende por proceso literario.

LÁPIDA

Quien aquí yace
soñó un viento que nunca
pudo ceñir.

INFRAMANTE

La poesía
se hace en el Más Abajo.
Y brota ajena.

«Un rayo de agua», tercera parte de este poemario —extenso e intenso— conformada por sonetos y composiciones en verso libre, es fértil en temática.

Para sus poemas de amor el autor de Indagaciones sobre la luz prefiere el soneto. En «A Rosa, tras el verano» sobresalen la belleza, juventud y armonía de la amada; «Canción del esposo», conjugando pasión y libertad, habla de la mujer durante y después del amor carnal; «Lágrima» incide en unos ojos desbordados por el llanto; dos sonetos —«Sobre el sentimiento estético»— funden pasión amorosa y belleza recorriendo un itinerario que abarca niñez y madurez; «La muerte cíclica de la amada» es otro díptico, ahora sobre el amor constante más allá de la muerte: un soneto viene escrito a los pies de la tumba de la amada y el otro avisa de la brevedad en la plétora amorosa; «El amor como ágape» o la brevedad de una vida corta y en penumbra a la hora de cubrir al amor; «El amor de Fincino encalla en tu mano» desvela los inagotables dones de la amada; el díptico «Sobre el Libro IV de El Cortesano» desarrolla el ocaso de la pasión y la llegada de la frialdad, a la que se combate mejor aferrándose a recuerdos carnales; «Durée» exige eternidad para la pasión; «El amor es agua» recomienda la maleabilidad del líquido elemento para adaptarse a los humores de la amada; «Muerte en la niebla» expresa la difuminación de la luz amorosa, reflejada ya solo en lumbre; y «La amapola» compara a una amada con los jugos de esa flor, dando sabor al presente.

MUERTE EN LA NIEBLA

Muerte es el abandono por el aire
de un cuerpo desatado en quilla quieta,
pero también la pérdida violeta
de una piel, de unos ojos con alboaire.

Mi mundo eras tú. Solo tu camino
busqué una y otra vez. Hasta que el blanco
ciprés perenne piedra fue que el flanco
oprimió del sendero, del destino.

Mi tránsito es saberte viva, lejos,
apartando las rocas de otras vías,
destapando el umbral donde te muestras.

Solo quedan los íntimos reflejos,
la leve luz que, tuya, no me fías,
mientras regalas lumbres que eran nuestras.

Ya en verso libre «El amor en Stendhal» certifica que la cristalización del amor no es eterna; «Hiemal era mi mano» describe una fría mano reviviendo gracias al deseo; «Tus labios en la copa» resalta los amados labios posándose en una copa y prefigurando el beso; «Nochevieja» recuerda los ojos de una amante, llenos de abismo interior, grabados a fuego en el poeta, y, por último, en «La guirnalda solar de tus rizos» los cabellos de la amada le sirven para dejar un sentido retrato en el que cohabitan dones físicos y espirituales.

HIEMAL ERA MI MANO

Miré mi mano.
Se alzaba, pálida y blanca.
Quizá la sangre yacía inmóvil.
Quizá se hundía ya en las bodegas del ser.
Este idioma no denota bien el movimiento,
pero quizá la sangre fluía hacia abajo,
filtrándose en la tierra,
tal vez aún líquida,
sin precisar de la lluvia,
de un rocío que derrumbara su solidez,
su firmeza alcanzada sin mi consentimiento.
Hiemal se alzaba la mano,
con el color espectral de la luna,
aunque el deseo puesto en ti era quieto.
Porque imperfecto es el cambio,
como en mi mano entonces parecía ocurrirle a la sangre.

Continúa «Un rayo de agua» con poemas que recogen referencias de la Grecia clásica. A «Gotas de agua» motivos helenísticos prefiguran el cuerpo presente y «Leteo» presenta al río del olvido como deseado abandono de todo deseo, purificación e inicio del conocimiento. En soneto, «Orfeo en los infiernos» cita a una Eurídice sorda al arte musical; en «Micenas, siglo XII A.C.» un soldado argivo se desprende imprudentemente de sus armas bélicas para esperar a su amada, y con «Perséfone» el poeta busca en esta reina del inframundo amparo para sus adversidades.

LETEO

El Leteo
es Olvido.
Y abandono de todo deseo.
La máxima purificación de la sombra,
al fin sin circunstancias.

Quizá entonces haya
Infinitos puntos de vista.

Tres poemas que el autor dedica a su familia y otros tantos centrados en el proceso de la escritura ponen broche de oro a esta inagotable parte de Indagaciones sobre la luz. «A María, en su décimo cumpleaños» expresa la emoción del padre por tener entre sus brazos a su hija, visible encarnación del más bello ángel, y «A la pequeña Beatriz» resalta, entre las gracias de la otra hija del poeta, «esa sonrisa que es inteligente victoria sobre las dificultades». En el soneto «A mi padre», Gonzalo Camarero añora a su valiente progenitor.

Con «La escritura de la araña» se explica la complejidad del escribir –símbolo y destrozo– para, al final…, nunca decir lo que se quería decir; otro soneto, «Erato», dedicado a la musa amorosa de la poesía, cuenta cómo ella es la dueña real de las palabras que tiran con fuerza del creador, simple intermediario de alguien extraño a sus logros. Y en verso libre «Escritores que esculpen» previene de cómo las palabras del escritor, extraídas con sobrehumanos esfuerzos, deben ser luego pulidas para obtener… «lenguas de plata fenecida».

ESCRITORES QUE ESCULPEN

Extraían trozos de estrellas veteadas
del fondo de la tierra
y admiraban la impureza que ocultaba
los cristales hendidos por los picos,
aunque ahora languidecen junto al mar,
junto al vaivén que pule todas las esferas
y solo devuelve lenguas de plata fenecida.
El símbolo de la letra de la luna
con que un dios inició el abecedario.

Indagaciones sobre la luz acaba con «Nueve sonetos de Tristán» que, como todos los de Gonzalo Camarero, formalmente vienen cuadrados con buen ritmo y lograda armonía. Lejos de zafar la labor, su ceñida estructura colabora a la hora de desplegar el genio. En esta cuarta parte, las alusiones a la leyenda de amor entre el joven caballero artúrico Tristán y la princesa irlandesa Isolda conforman un culterano alarde de aprendizaje y, también, un remate manierista a las otras partes. Una mayor complejidad de comprensión hace algo más abrupto el puente de comunicación entre autor-lector, pero, sin duda, la concentración de estas composiciones merece nuestra exigente dedicación.

En La estación más ardiente, magistral libro de Asunción Escribano sobre la creación poética, esta autora y catedrática salmantina afirma que «los poemas rinden pleitesía a la luz quedando ante ella mudos por el asombro». En este culto diálogo que Gonzalo Camarero nos propone con sus alumbrados espacios líricos deslumbra el fragor del poema, brillando hacia fuera en una íntima llama que lo consume. Pero el resultado final de los versos de Indagaciones sobre la luz, lo que de sus inmortales cenizas reflota, nunca será oscuridad ni penumbras, sino, precisamente, la otra cara del fuego.

Con su excepcional poemario este vate burgalés se ha convertido ya, por derecho propio, en poeta de la luz afirmándose contra la muerte gracias a un amor que —en su caso— sí osa decir su nombre.

Con su excepcional Indagaciones sobre la luz, Gonzalo Camarero se ha convertido ya, por derecho propio, en poeta de la luz afirmándose contra la muerte gracias a un amor que —en su caso— sí osa decir su nombre. Manu López Marañón. Share on X


Indagaciones sobre la luz

Gonzalo Camarero

Editorial Loto Azul

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Reseña de Manu López Marañón

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