La decisión de Alexei Stepánovich es un relato inédito de Santiago Limonche concebido como ejercicio de finalización del Curso online de Técnicas Narrativas impartido por Néstor Belda.
Nuestro #EscritorNovel del mes: @SantiLimonche, alumno del Curso Online de Técnicas Narrativas @NessBelda. #Relato: La decisión de Alexei Stepánovich. #Literatura #Narrativa Share on XLa decisión de Alexei Stepánovich
Hacía media hora que los generales que me eran fieles habían recibido mi orden de arrestar al jefe del Estado Mayor. Ahora permanecía sentado en mi despacho, a la espera del resultado: había empujado la primera ficha del dominó, nadie podía detener el plan. No sabía si concluiría con un éxito, pero necesitaba llegar hasta el fin. Todo lo he hecho por él; todavía no podía pronunciar su nombre, ni siquiera en mi mente.
—¡Señor ministro! ¡Señor ministro!
Las puertas se abrieron con tal violencia que dejaron una marca en los paneles de madera de la pared, pero mi ayudante personal ni se dio cuenta. Gesticulaba con las manos, igual que las aspas de un molino; unos churretes de sudor le malograban el perfecto peinado hacia atrás. Se paró en seco y puso las manos en el pecho mientras sus pulmones luchaban por conseguir oxígeno.
Sentado tras mi escritorio, no pude evitar fruncir el ceño mientras dejaba de repasar el informe de gastos en armamento, que me servía para relajarme. No pasé por alto la mirada de preocupación de mi ayudante al ver mis ojeras y las prematuras hebras grises de mi bigote.
—¡Señor ministro, ya vienen! La comunicación se cortó cuando me estaban informando que venían hacia aquí. No sé si han cumplido con la misión o si… —Hizo un gesto con el dedo, de izquierda a derecha sobre el cuello—. Las calles se han convertido en un pandemonio con tantos disparos y gritos. Según me informaron, han muerto varios soldados.
La reprimenda que estaba a punto de soltar murió en mis labios. Dejé caer el bolígrafo sobre el escritorio. Cerré los ojos, junté las manos en un triángulo y sentí que me temblaban los labios. Intenté disimularlo apretando la boca. Era demasiado pronto, no estaba preparado.
—Déjame solo, por favor, necesito reflexionar.
—Pero, señor…
—Ya sé que el tiempo es nuestro enemigo: solo diez minutos hasta que lleguen.
—Por supuesto, señor ministro —dijo mi ayudante antes de girarse para salir.
—Ah, por cierto, siempre me has sido leal, puedes irte, si así lo deseas. No hace falta que te quedes si no quieres verte involucrado.
—Permaneceré con usted aunque para ello deba ir hasta las puertas del infierno. Usted es Alexei Stepánovich: el líder que necesita nuestra nación.
Giré la silla, igual que otras veces cuando necesito reflexionar, y contemplé el patio del ministerio de Defensa Nacional a través del ventanal. El jardín no tenía una hoja fuera de sitio, reflejo de la dedicación de los soldados que lo cuidaban. A pesar de los grandes copos de nieve que caían y me invitaban a la tranquilidad, sentí espasmos al imaginar la violencia de afuera y las muertes de las que podía ser responsable. Negué con la cabeza y me mordí los labios. Volví a girar la silla y me invadió la sensación de que paredes forradas de roble me oprimían, a pesar de la amplitud del despacho. Apreté el botón del mando a distancia de la televisión y esperé unos segundos hasta que la pantalla cobró vida.
… en Etostrana está sucediendo algo inconcebible en 2020. Recordamos a los espectadores que el pequeño país situado en el este de Europa…
Dejé de prestar atención al presentador del canal internacional y bajé el volumen. Los años que pasé en el servicio militar voluntario se ponían al mando cuando me encontraba estresado. Lo primero, como bien sabía, era analizar la situación para encontrar la mejor solución. ¿Existía una respuesta acertada frente a un golpe de Estado? Ahora tampoco servía de mucho lo aprendido en la facultad. ¿Cómo manejaría estas circunstancias? Ya me gustaría a mí ver a Gauss, Euler o Arquímedes bajar de sus atriles de maestro para hacer frente a esta situación. Mi nación se encontraba frente a una encrucijada como no se había visto desde la caída del telón de acero. Hasta había rezado todos los días, pero Dios no me había manifestado su voluntad.
Un batallón de inquietudes rondaba mi mente tras haber maquinado este golpe de Estado, pero ahora que había empezado, no me sentía preparado. Yo no era el único que estaba implicado en el plan, obviamente, pero fui el engranaje central.
Todo empezó tres meses atrás, el tres de diciembre, cuando me comunicaron que mi hijo, teniente del ejército, había muerto en una misión. Aquel día no se me borrará de la memoria: las risas mal disimuladas de mis enemigos políticos, las lágrimas de mi mujer o la mirada perdida de mi hija. Esa noche, un frío llanto fue mi única compañía en el salón. Pataleé, arañé, grité. Los minutos se dilataron con la recreación constante, una y otra vez, de la caída de mi hijo alcanzado por una bala.
¿Cómo podía haber pasado semejante tragedia? En un momento de lucidez, empecé a vislumbrar el origen de la muerte de mi hijo: las políticas de apertura del Primer Ministro hacia Europa. Si ese malnacido no hubiera aprobado la misión conjunta con la OTAN… Ni siquiera me lo consultó. Casualidades de la vida, a mi hijo le tocó prestar servicio y no lo pude impedir, mis enemigos me hubieran acusado de trato de favor.
Me encerré en mi casa durante un día. Me aislé de todos, incluida mi mujer. No solo había muerto mi hijo, sino también otros diez compatriotas. El jefe del Gobierno, y de mi partido, me envió un correo electrónico para ofrecerme un escueto pésame que podría haber sido redactado por cualquier becario. Tampoco se lucieron los nuevos socios europeos: no vino ningún general, político ni diplomático. La guerra se reducía a simples cifras.
Me pregunté si tenía sentido seguir adelante. Cogí el abrecartas con dedos inseguros y lo puse sobre mis muñecas. Cuando la primera gota de sangre brotó, una revelación me detuvo. La culpa había sido única y exclusivamente del primer ministro. Cuanto más buceaba en la profundidad de los hechos, más claro veía que mi compañero de partido me había traicionado. Pues, si quería guerra, yo le daría el infierno sobre la Tierra: iniciaría un golpe de Estado. No sabía cómo gestarlo, pero lo juré por el alma de mi hijo.
La situación era idónea, la crisis interna del país era muy grave. Las políticas de los anteriores gobiernos habían creado una masa de parados ingobernable. La economía se encontraba estancada. Lo único que necesitaba la crisis para explotar era una mecha. Con este rescoldo de esperanza, salí de mi aislamiento preparado para afrontar la justicia póstuma para mi hijo.
Mi vuelta al ministerio supuso una actividad tal que muchos empleados se sorprendieron. Primero lancé indirectas a mi círculo más cercano. Tras un recibimiento positivo, me atreví a consultar a los militares que conformaban el verdadero núcleo de poder, sin el cual el golpe de Estado no encontraría cauce. Las primeras acciones se concretaron en forma de numerosas manifestaciones «espontáneas» de los familiares de los militares fallecidos, a las que pronto se unieron todos los defraudados por el sistema.
Miré el reloj, solo habían transcurrido cinco minutos. No sabía si vendrían mis generales o los subordinados del jefe del Estado Mayor. El muy necio no había querido unirse a mi plan, por lo que debía apartarlo para asumir el control efectivo del ejército hasta que decidiera su destino. Era necesario eliminarlo de la ecuación para que el golpe de Estado tuviera opciones de éxito, aunque eso no lo garantizaba.
Volví atrás recordando cómo crecía mi plan y se incrementaban las oportunidades para iniciar el golpe de Estado. Los etostranos queríamos vivir en paz, sin meternos en líos ajenos, pero la riada europea inundó todo a su paso tras yo romper los diques. Ya había prevenido que las tensiones internas desembocarían en este día. No perdí el tiempo e influí en los generales soltando una frase por aquí y unas palabras por allá. Como antigua república soviética, Etostrana todavía contaba con un ejército poderoso que muchos políticos no querían ver. Entre los soldados había un malestar que me fue útil para ganar enteros para que las tropas apoyaran el golpe.
A falta de tres minutos, no me terminaba de creer los acontecimientos, a pesar de ser yo el desencadenante. Me acordé del caos en que se había transformado mi país. Pensé en las muertes de las cuales yo sería responsable, pero se me pasó igual de rápido cuando me acordé de mi hijo. Si yo tenía que ir a los infiernos por él, que así sea. Pagaría con gusto el precio de que Etostrana ardiera hasta los cimientos. ¿Acaso no se atribuía a Stalin la frase de que la muerte de un hombre era una tragedia; la muerte de millones una estadística? El mal generaba destrucción y el jefe del Gobierno sería testigo en primera fila por ser el causante de la muerte de mi hijo.
«¿Acaso no se atribuía a Stalin la frase de que la muerte de un hombre era una tragedia; la muerte de millones una estadística?». #Relato: La decisión de Alexei Stepánovich de @SantiLimonche, alumno del Curso Online de @NessBelda. Share on XCuando escuché, a través de de las puertas entornadas, el tono sosegado con que mi ayudante daba la bienvenida a los militares, no sonreí. Las sonrisas se me habían acabado.
El golpe había triunfado, tal y como lo había planeado, pero yo seguía sintiéndome muerto en vida.
La decisión de Alexei Stepánovich
©Santiago Limonche
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El relato engancha desde el primer momento y se mantiene hasta el final.
El único pero que se le puede poner es que es muy corto. Así que ya sabes, en cuanto las musas te iluminen otra vez, tienes que seguir escribiendo.
Enhorabuena
Muy amable por tus palabras, Piedad. Parece que los lectores estáis de acuerdo: pedís una segunda parte. Lo haré lo mejor posible (con la venia de las musas).
Corto, pero intenso. Me ha encantando la elección del protagonista y como en pocas palabras lo has descrito. El relato engancha desde el principio. Esperando saber más de Alexei. 🙂
Gracias por tus palabras, Nerea.
Espero ofrecer una continuación de Alexei y sus (drásticas) decisiones. A ver que tienen a bien a mostrarme las musas.
Bien conseguida la descripción de los personajes y sus emociones.
Me gusta la gestión de los conflictos y los momentos de tensión.
Saludos,
Pepe Jarne
Muy amable por el análisis sobre el relato, Pepe. Me alegro de corazón que te gustara.
Enhorabuena, el relato engancha y mantiene la atención desde el principio hasta el final, hace pensar y la incertidumbre de lo que ocurrirá después hace que el pensamiento se quede enredado en la mente del protagonista y con ganas de seguir leyendo. Espero impaciente una segunda parte, no nos dejes con la intriga.
Con palabras como las tuyas, Ana María, dan ganas de ponerse a escribir ya mismo. Cuando las musas me inspiren me pongo, ya sois muchos los que me habéis pedido una continuación.
¡¡Genial!! Engancha a pesar de lo corto que es.
Gracias, María Jesús. Me alegro que disfrutaras leyendo el relato.
Un relato que engancha y me ha hecho sentir las mismas emociones que el protagonista. ¡Enhorabuena!
Maribel, tomo nota de tu opinión y muy amable por dar feedback sobre el relato. Me gusta transmitir el placer de la lectura a otras personas.
Muy amable, Blanca, por la reflexión y el análisis sobre el relato. Sin los profesores que he me han ayudado ni las musas que me han dado la chispa, no estaríamos aquí.
También tomo nota para escribir una continuación 🙂
¡Enhorabuena! No es fácil transmitir tanta información y describir las emociones de una manera tan efectiva en un relato tan breve. Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Eso sí, se queda una con ganas de leer más.
Gracias Jorge por tu opinión. Tomo nota sobre la extensión, además he recibido más feedback en ese sentido.
Soy escritor novel por lo que me falta un largo camino pero me alegro mucho por empezar a trasmitir las emociones de una novela que amamos los lectores.
El relato tiene un buen ritmo y mantiene la emocin hasta el final. No es fácil la situación del protagonista pero se vive sus emociones.
Lastima que sea tan corto.