Transito por los relatos de La versión de Judas, de Manuel Moyano —también por su novela, por sus viajes—, como quien recorre los pasillos de su propia casa, agitando memorias en cada recodo y pisando baldosas con ruidos familiares. Hay autores por quienes mi yo lector siente una misteriosa empatía sentimental, intelectual, la abstracta cercanía de unos ojos gemelos que contemplan el mundo y la vida con una sincronía esencial, que no aparente ni total. Estos autores escriben, por tanto, desde su yo, desde su cabeza y sus tripas; pero, de alguna manera enigmática, también lo hacen desde mis meninges y mis vísceras mamíferas.
Manuel Moyano es uno de ellos. He leído cuentos de Moyano, los de El amigo de Kafka, que obtuvo el Premio Tigre Juan a la mejor primera obra de narrativa publicada en España, por lo que mi experiencia ya me sugería que estos relatos de Judas tendrían calidad y oficio; también he devorado (dos veces) su novela El imperio de Yegorov, que fue finalista del Premio Herralde de 2014 y obtuvo el Premio Celsius 2015 a la mejor novela de ciencia ficción y fantasía en la Semana Negra de Gijón, y con la que se ha producido un milagroso renacimiento en los últimos años, vía redes sociales; y por último, he leído previamente La frontera interior, un libro de viajes por Sierra Morena que me produjo una inmensa ternura y sensación de paz y serenidad, además de recordarme, por un efecto nemotécnico insondable, al bueno de Andrés Ortiz Tafur y, por razones menos abstrusas (aparece en el libro), al poeta y artista de las letras Manuel Moya. Ahora: La versión de Judas.
Otra cosita. Estos cuentos se han escrito a lo largo de veinticinco años, vamos que no han sido originalmente cavilados para formar una colección u obra de nexo común, pero tienen un aroma parecido, una idea vital y artística que late, disimulada o evidente, a lo largo de todos los relatos. Es curioso: el escritor, sin darse cuenta, va trenzando su obra literaria, su visión creativa del mundo, y esto queda en evidencia cinco lustros después, cuando Mariano Zurdo y su «talentura» juntan estas diez composiciones breves. Hice una reflexión parecida acerca del libro de cuentos de Antonio Tocornal, Cadillac Ranch, que ha tenido una trayectoria muy exitosa, como espero que tenga La Versión de Judas, por cierto.
(Hago esta acotación mientras escribo la reseña: me acabo de enterar de que, efectivamente, este libro ha sido elegido finalista del Premio de la Crítica de Andalucía en modalidad de relatos, así que ese éxito paralelo ya se barrunta)
Entrando en materia, los diez cuentos que componen esta versión de Judas tienen un innegable regusto kafkiano, también borgiano, aunque he leído menos al argentino que al checo, por lo que opino con el fundamento justo; no obstante, el título del libro y del último relato muestran un guiño innegable, por su evocación del relato de Borges, Tres versiones de Judas, que he leído antes de escribir esta reseña. No obstante, los cuentos de esta colección no optan por la abstracción de Jorge Luis, y sí por unas alegorías transparentes. Moyano utiliza situaciones fantásticas, simbólicas, con una riquísima imaginación y una fina ironía, que en ocasiones se adentra totalmente en lo humorístico. A base de historias más o menos imposibles o disparatadas, entre líneas, creo detectar una interpretación de la existencia, del mundo y la vida, pero sin pedanterías ni lecciones filosóficas. También en el estilo se evita ese gustarse demasiado, esa escritura retórica que convierte algunas prosas en ejercicios de engreimiento y narcisismo de dios menor. El autor afila la prosa, la cuida muchísimo, elige las palabras y escarba por las vísceras del lenguaje, pero huye del barroquismo y se ajusta a la elegancia de una narrativa sobria y de calidad. Lo que viene siendo un tipo que sabe escribir.
La versión de Judas, de Manuel Moyano, un autor que afila la prosa, elige las palabras y escarba por las vísceras del lenguaje. Lo que viene siendo un tipo que sabe escribir. Reseña de Manuel Rodríguez. @TalenturaLibros. Share on XCon Moyano y La versión de Judas he recorrido el tiempo y la vida, el mundo y el universo, y he gozado de una variedad de cuentos, con diferentes escenarios e ideas, pero con esa atmósfera común que siempre me ha introducido en la historia y me ha hecho sonreír —cómplice— o entornar los ojos con miedo o nostalgia. En «Así murió Mamadou» nos habla de geopolítica paródica y surrealista, a través de la apropiación de las constelaciones por unos países u otros; en «La bufanda roja» utiliza un tren y sus vagones infinitos o circulares para homenajear al checo universal, puro marasmo vital; en «La ciudad soñada» nos introduce de lleno en lo mítico y simbólico, usando para ello a un ciego y su hijo, que recorren el mundo buscando una utopía, otra; en «La casa de la calle Ulloa» rebusca por las entrañas de Poe y nos asusta con una historia terrorífica, de perro maléfico y destino cruel; en «El Libro» brilla la esencia borgiana y nos escenifica lo cíclico de los movimientos sociales y políticos, con una metáfora de tintes distópicos; en «Dualde y compañía» otra vez juega al misterio y lo tremendista, con ese individuo y su gemelo parásito; en «Páginas inmortales» analiza la dualidad de los escritores, que disfrutan de los parabienes del éxito vacuo, pero siguen anhelando que se les reconozca la genialidad de su obra; en «Fragmento de un diario» se sugiere un viaje en el tiempo, ubicado en el Curacao de finales del siglo XIX, con cosmonauta y misionero, colonialismo y universo; en «El orgullo de Riopanza» se ahonda en los tonos grises de las existencias mediocres y aturdidas, por el alcohol o lo que fuere; en «La versión de Judas» nos hallamos con un Jesús de Nazaret contemporáneo, de apellido Velasco, y con doce apóstoles millonarios, creando una fina alegoría. Un repertorio maravilloso.
Y quiero terminar siguiendo al propio autor en su Nota final de La versión de Judas, donde se acuerda de Azorín y su cita sobre el estilo, que extracta pero que yo reproduzco entera:
El estilo no es una cosa voluntaria y ésta es la invalidación y la inutilidad —relativas— de todas las reglas. El estilo es una resultante fisiológica.
Por eso, durante los veinticinco años durante los cuales fueron creados estos relatos, del primero al último, la fisiología de Moyano lo ha llevado, tal vez sin pretenderlo, a una obra plena y compacta, que se alimenta de lo fantástico, lo alegórico y lo extraño (literal), y a un estilo decantado por su propia evolución natural: por su fisiología. En veinticinco años, un escritor, un artista, evoluciona, gira y retrocede, avanza y salta al vacío, pero siempre está buscando las mismas respuestas, o quizás preguntas, y no cesa en su deseo de hallar la voz exacta, precisa y preciosa, que le sirva para expresarse y adentrarse en la cabeza y el alma de sus lectores. Yo diría que Manuel Moyano lo ha conseguido con La versión de Judas.
Manuel Moyano no cesa en su deseo de hallar la voz exacta, precisa y preciosa que le sirva para adentrarse en la cabeza y el alma de sus lectores. Yo diría que lo ha conseguido con La versión de Judas. @Talenturalibros. Share on X
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