En las siguientes líneas vamos a despedirnos de la existencia que conocemos, pero, también, vamos a celebrar un reencuentro: el de la persona que suscribe con la capacidad de síntesis, la expresividad y la búsqueda de la esencia de la palabra, a través de su maltrato y su ruptura, de la que hace gala Alfonso Larrea. Usando tales armas y alguna más, este (todavía) (muy) joven autor nos devoró y regurgitó a la orilla hace algunos años con Los poemas menguantes.
Ahora, años más tarde, llega, para zarandearnos, estremecernos y rompernos en mil pedazos de microplásticos y cenizas nucleares, Luz de horizontes inmolados, editada con gusto estético —a caballo entre algo de abstracto y mucho de sobrio— por Ediciones en Huida. Y volvemos a ser testigos de un uso de la palabra pura y estrictamente filológico en su sentido más amplio, de un profuso conocimiento de la poesía. Pero también de una audacia que haría temblar a los académicos y que, de hecho, hará temblar a los academicistas, presente el uso transgresor del género en los nombres (les muertes, le enfermere, nosotres…), así como en el brillante abuso de los espacios entre palabras (o sílabas) en ciertos poemas, en un equilibrio perfecto entre forma y fondo, o en el empleo de transcripciones fonéticas, que añaden extrañamiento, irrealidad, a lo narrado. Y, si en algún momento hemos expresado que Larrea respeta más la poesía cuanto más la rompe, eso mismo podríamos decir de su uso de la gramática, que aprieta, exprime y pone al servicio de un recorrido claro, de una narración que avanza a medida que la destrucción se apodera de todo.
Llega para zarandearnos, estremecernos y rompernos en mil pedazos de microplásticos y cenizas nucleares, Luz de horizontes inmolados, de @alarreag editada con gusto estético por @edenhuida. La #reseña es de @rosaggv. Share on XLuz de horizontes inmolados nos pone en primera fila de un espectáculo terrorífico e inevitable: la descomposición del mundo, expuesta de manera gradual en los versos (mayoritariamente heptasílabos), aunque ocurre a pasos de gigante. La primera parte del poemario, «El proceso o las alas sucias de la destrucción», viene inaugurada por dos o tres poemas cuyo núcleo temático es el aviso, la advertencia. Nos avisa la propia naturaleza (encarnada por el mar, tan central en el imaginario de Larrea), primero; los informativos, después. Finalmente, justo antes de las huidas en masa, los activistas, desoídos, despreciados y disueltos en el guirigay de voces que se alzan desde los mercados y las instituciones. En algún momento impreciso, mucho antes de que alguien reaccione, ya es demasiado tarde, y la ola de destrucción acude a cebarse con los que ya huyeron de un desierto a otro. Hace mucho que ya era demasiado tarde, pero la voz poética no se deshace de su anhelo de salvación, ni siquiera en medio del correr loco del tiempo:
Decidimos huir de aquí. / el calendario sucede / por nosotres…
Ni entre la muerte que cunde por las carreteras («…sigue / la angustia de caminar / sobre antigües compañeres…»), las costas («con hoteles de coral / que acogen la carne dulce / de vencidas poblaciones») y los escombros de lo que una vez dimos por hecho.
Comienza entonces la segunda parte, «Las despedidas o el abrazo eterno», una letanía de adioses a todo lo que conocimos. De algunas cosas podemos despedirnos sin sufrir (tal vez, de la ansiedad). Pero duele despedirse del amor y, aun así, lo hacemos:
la última sangre de mi corazón, /ay, será para cogerte la mano.
Algo se nos desgarra en ese momento, justo antes de abrir las puertas de la tercera parte: «El futuro o arte poshumane». Tonos bíblicos (apocalípticos), expresiones de un paisaje alucinado, poemas en prosa que se derraman como las cenizas a través de las que ya no asoman ni siquiera las calaveras de lo que hubo, se concitan para ofrecernos una paradoja: hay un renacer después de la destrucción. Y será, tal vez, mejor, porque lo que hallamos es
…la no supremacía de ninguna especie; esto es, el equilibrio de todas ellas. / La nueva naturaleza había extirpado el gen de la humanidad.
En medio de un pesimismo que aplasta, surge esa esperanza que tal vez sea un oxímoron: sólo sin humanos es posible el equilibrio en ese mundo nuevo emergido de las cenizas del anterior.
¿Hay algún confort en este ciclo eterno de destrucción y renacimiento? ¿Hay denuncia y, por tanto, conexión entre la poesía de Larrea y la corriente de la ecopoesía? ¿Están el lenguaje y la escritura al servicio de un anhelo de ruptura, de un afán por incomodar que… poco puede importar cuando mañana mi identidad y la tuya, lector, no sean más que un átomo lanzado a la atmósfera tóxica de un planeta baldío? ¿Podemos salvar el mundo? ¿Y qué significa salvar el mundo, fuera de la onfaloscopia absolutista del humano que equipara mundo y existencia —o supervivencia— propia?
Luz de horizontes inmolados genera más revoltijos emocionales que alivios, más inquietudes que disfrutes pasivos, más extrañamiento que empatía y más preguntas que respuestas.
Pero lo hace con sabiduría, con madurez, con la mesura de un poeta que todavía tiene mucho, mucho que decir.
Luz de horizontes inmolados, de @alarreag, genera más extrañamiento que empatía y más preguntas que respuestas. Pero lo hace con sabiduría, con la mesura de un poeta que todavía tiene mucho que decir. #Reseña: @rosaggv @edenhuida. Share on X
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