Crítica de la novela gráfica ‘Mary Shelley: la muerte del monstruo’, de Julio César Iglesias y Raquel Lagartos, por Carlos J. Eguren.
Mary Shelley: la muerte del monstruo
Cuando el final no es la muerte, sino el olvido
Tú, que conocías los secretos de la vida y la muerte, tú, cubriste mi memoria de cadenas y me arrojaste al olvido.
¿Lloró el hijo de Frankenstein cuando nació atravesando el velo de Tánatos y naufragó en los océanos de la vida? ¿Lloró al ser rechazado por su padre y odiado por el mundo? Podríamos atisbar ciertas lágrimas en el rostro cetrino, inhumano y plagado de cicatrices del recién nacido, pero aprendiendo de Milton y los viejos románticos, el llamado monstruo tuvo, por seguro, el llanto en los futuros caminos de su dramática existencia.
El paralelismo del recién nacido con la criatura de Frankenstein no es baladí, igual que tampoco lo es el paralelismo que hizo Mary Shelley con el carismático Lucifer, el antihéroe rebelde preferido de los románticos gracias a El Paraíso Perdido, ni el paralelismo que realizan, entre Mary Shelley y el arrepentido Victor Frankenstein, el guionista Julio César Iglesias y la dibujante Raquel Lagartos en el cómic Mary Shelley: La muerte del monstruo.
Frankenstein nunca muere
Pocos personajes han logrado el grado de celebridad y profundidad que han ostentado seres como el monstruo de Frankenstein. Su publicación y sus reescrituras fueron sacudidas por la polémica; la autoría que algunos quisieron compartir con el esposo de Mary, el gran Percy, o las partes cambiadas u omitidas más adelante por la escritora para evitar los juicios puritanos de la sociedad. Desde entonces, el ser fue transformándose: de aquel taciturno ser nacido de la muerte, capaz de hablar como los mejores poetas recitan, a un monstruo que apenas berreaba como el que vimos en la adaptación de Thomas Edison en 1910, una de las pioneras del cine, o la más famosa, la de James Whale, que convertiría al ser en una leyenda del celuloide que llegaría hasta nuestros días, gracias al inconfundible Boris Karloff. Desde entonces, docenas de adaptaciones a diversos medios nos han ido llegando, algunas incluso insólitas como el Frankenstein underground del maestro del terror japonés Junji Ito. Muchos piensan que la bestia murió junto a su amo, en la nieve, pero no hay duda de que, en realidad, su sombra ha continuado extendiéndose desde los confines del mundo hasta llegar a todas las épocas.
Por suerte, décadas después, ya se empezaron a vivir cambios con el Frankenstein de Kenneth Branagh, que, aunque homenajeaba a las huellas del engendro cinematográfico, tomaba el espíritu del ser del libro, con largos parlamentos donde explicaba la tristeza de la existencia humana. Puede que en los últimos años, una de las pocas obras que beben de nuevo del cáliz original haya sido la serie Penny Dreadful, donde un fantástico Rory Kinnear hablaba como el mismísimo John Clare y perseguía a su terrible creador, el atormentado Victor Frankenstein de Harry Treadaway; a ellos, más tarde, se sumaría el personaje de Lily, encarnado por Billy Piper, que bien podía ser una exteriorización de la rabia que una mujer como Mary tuvo que sentir por una vida que fue demasiado cruel con ella.
En el séptimo arte, la figura de Mary ha cautivado a los lectores que ven en ella a la madre de la ciencia ficción y de una de las criaturas inhumanas más humanas jamás escrita. En 2017 se estrenó Mary Shelley de Haifaa Al-Mansour (no debemos olvidar el cameo de Mary, ya clásico, en el inicio de La novia de Frankenstein). ¿Y qué decir de aquel delirio único que era la maravillosa Gothic (Ken Russell, 1986)? ¿Y de aquella rara joya en la filmografía española que es Remando al viento (Gonzalo Suárez, 1988)? Mary Shelley, con el tiempo, se ha convertido ella también en parte de la ficción.
Así, deudor de esta nueva concepción mítica de la autora (aunque sin omitir los datos fidedignos), Julio César Iglesias se acerca al impacto que la vida de Mary Shelley tuvo en su propia obra y cómo esta salpicó su propia vida tal y como reconocía el autor en una entrevista para RNE:
«Me pareció importante reivindicar la compleja relación entre factores biográficos, culturales, sociales y artísticos que hay que tomar en cuenta a la hora de analizar cualquier obra, especialmente en el caso de una mujer que se adelantó varias décadas a lo que la moral de su época estaba dispuesta a soportar».
La noche en la que nació el monstruo
Y es que aquella noche de 1816, el año en el que no hubo verano, se confabularon los hijos de la noche en Villa Diodati. Fue allí donde se reunieron los artistas más espléndidos y donde nacieron seres que cautivarían las almas atormentadas de aquellos que hallamos refugio en las sombras. Lord Byron sería el anfitrión de aquel encuentro donde se leyeron historias de fantasmas y se lanzó el reto: ¿quién de ellos sería capaz de escribir una obra de terror? Byron pronto se aburrió, su adversario Percy Shelley prefirió otros menesteres, la amante de Byron y hermanastra de Mary, Claire Clairmont, nunca sintió demasiadas ganas de danzar con la muerte y la tinta, pero no se pudo decir lo mismo de John William Polidori ni Mary Shelley.
El doctor de Byron del que no se esperaba nada salvo la frustración, John William Polidori, crearía El vampiro, relato donde el macabro Lord Ruthven bien podía ser un trasunto del propio Byron; de él, nacerían otros chupasangres como Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu o Drácula de Bram Stoker; con él, moriría el propio Polidori, suicidándose años después de soportar el desdén de Byron y el resto de la sociedad.
Pero ¿qué decir de aquella joven de diecinueve años, la segunda esposa de Shelley, la hija de una feminista que murió al traerla al mundo, aquella joven Mary? Ella, cautivada por los experimentos del galvanismo y las conversaciones de sus compañeros, soñaría con un joven científico que mezclaría alquimia y nigromancia y haría nacer al monstruo que, irónicamente, muchos le darían el nombre de su creador: Frankenstein. Mary cambiaría para siempre la literatura de terror y engendraría la ciencia ficción a partir de sus ideas sombrías sobre cuáles son los límites de la ciencia y qué hay más allá de la vida. Siglos después de aquella reunión, es sorprendente pensar que Mary Shelley ha eclipsado a Lord Byron y Percy Shelley para muchos. Ninguno de los amigos seguramente se lo esperase aquella noche. Ni siquiera ella.
Si Victor fue el padre de Frankenstein, su madre fue Mary y ambos huyeron de su propia criatura. La dibujante Raquel Lagartos lo narraba así en la ya citada entrevista a RNE :
«Mary Shelley […] no tuvo una vida fácil: vio morir a la mayoría de sus seres queridos (tres de sus hijos y su esposo) y sufrió el rechazo de la sociedad conservadora que la culpó de la muerte de su marido, Percy Shelley, y condenó su manera de vivir. Tuvo que plegarse a los formalismos y convenciones y, de alguna manera, renegar de lo que había sido. Nosotros utilizamos al monstruo para encarnar la parte de Mary Shelley que ella desecha para poder sobrevivir. Representa la pasión creativa y la voluntad de seguir su propio camino».
Si el lector decide participar en esta teoría que sostienen sus creadores, disfrutarán de Mary Shelley: La muerte del monstruo, cómic editado por Diábolo Ediciones. Y es que para todos aquellos que nos hemos adentrado alguna vez en Frankenstein y en los autores de su tiempo, encontramos ante estas viñetas un festín de referencias, grandes instantes y frases, que permanecen grabados en la memoria. Lástima que Mary Shelley: La muerte del monstruo sea una obra que acaba haciéndose corta, porque ¿a quién no le hubiera complacido pasar más tiempo entre los monstruos?
Drogas, delirios, conversaciones, mentiras, seducciones, violencia y sueños engendraron las pesadillas de aquellos días en Villa Diodati. Entre rayos de una tormenta furibunda, los monstruos y las sombras se conjuraron en aquella lúgubre noche y marcarían la vida de Mary Shelley.
#MaryShelley: La muerte del monstruo, #cómic de @Otsuka2011 y @Raquel_Lagartos, @Diabolocomics. Un festín de referencias, grandes instantes y frases, que permanecen grabados en la memoria. #Prólogo: @fernandomarias. @Carlos_Eguren. Share on XMary Shelley: La muerte del monstruo. Creando las sombras
El cómic es un vehículo lícito para contar historias. Multitud de obras han ido abriendo el camino al público que nunca se había interesado en los tebeos, como sucedió con Maus de Art Spiegelman. Y si algo aprendimos de esa obra maestra que es From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell, es que los cómics son poderosas formas artísticas donde se pueden narrar fragmentos de la historia. Por fortuna, hemos superado la época de los grandes prejuicios para verlo como un soporte artístico más que lícito para transformar la vida de Mary Shelley en viñetas.
Julio César Iglesias escribe este maravilloso cómic de pocas páginas, que recoge la poesía y la literatura, pero también el sufrimiento y la vida de una de las escritoras más fascinantes de la historia de la literatura. Todo un homenaje para Shelley. Desde que nace y se lleva sin pretender la vida de su madre por delante, hasta que sus días se extinguen en el horizonte, la obra sigue la historia de Mary Shelley y cómo ella, al final, igual que Victor Frankenstein, herida por la pérdida de su esposo y tres de sus hijos, haría que se conformase con ser lo que los demás esperaban que fuera y diese la espalda a su monstruo. Es mediante este juego de paralelismos con el que Julio César indaga en el alma de una de las mujeres más fascinantes de la historia, una mujer que volcó su sangre y su tinta a merced de unas pesadillas que siguen representando a cada uno de los que encontramos en estos héroes trágicos el mensaje imborrable de lo que significa ser humano o no serlo.
El guion de @Otsuka2011 indaga en el alma de #MaryShelley y recoge todo lo que de poesía y sufrimiento tuvo la vida de la creadora del #monstruo más fascinante de la #literatura: #Frankenstein. @Diabolocomics. #Reseña: @Carlos_Eguren. Share on XJulio César Iglesias lo rememora a través de su prosa: Mary Shelley, huérfana, vivió entre libros e intelectuales que hicieron redescubrir su condición en el mundo. Su madre, Mary Wollstonecraft, luchó por los derechos de la mujer en una época donde estos parecían impensables. Mary siempre se supo una mujer fuera de su tiempo, que recibió la frialdad de una madrastra conservadora, un padre herido y un destino que la transportaría entre las sombras y las polémicas de una sociedad marcada por los prejuicios y las apariencias. Mary aceptó vivir, con sus virtudes y defectos, en un tiempo donde las sombras poblaban la existencia de todos aquellos que la rodeaban. Mary se consoló en la lectura de clásicos, en los experimentos de su tiempo y en conocer a Percy Shelley para llevar a cabo una existencia que pronto se sumergiría en la negrura y rememoraría los versos de la poeta del siglo XV, Florencia del Pinar: «El amor es un gusano / bien mirada su figura: / es un cáncer de natura que come todo lo sano […]».
El guion de Julio César Iglesias es acompañado por el dibujo de Raquel Lagartos, quien ya había trabajado con el autor en La hierba del estío. El estilo de Lagartos se rompe en manchas de oscuridad, lluvia, rayos y, sobre todo, el rojo de la sangre, la pasión, la fatalidad y el propio destino. Su estilo ilustra, bajo la luna escarlata, el destino de unos personajes destinados a la tragedia e, irónicamente, a la inmortalidad. Si es que las vidas alegres se olvidan en un segundo, las vidas trágicas soportan el cruel peso del olvido y todo ello gracias al trazo de la artista.
La fatalidad y el destino son fundamentales en el pathos de la vida y obra de #MaryShelley. @Raquel_Lagartos lo recoge mediante el coloreado. #Frankenstein #cómic. @Diabolocomics. #Reseña: @Carlos_Eguren. Share on XLa fatalidad y el destino son fundamentales en el pathos de la vida y obra de Mary Shelley. Lagartos lo recoge mediante el coloreado, que se convierte en un factor que ayuda a la expresividad y la narratividad. Gris de la melancolía, rojo de la sangre y la vida, negro del monstruo, sepia del pasado, blanco de la nada… Todo ello recoge la filosofía pronunciada una y otra vez por los personajes del cómic: «La muerte no es el final. Lo es el olvido». Por supuesto, resulta muy recomendable ver y escuchar esta entrevista a Iglesias y Lagartos donde hablan sobre el proceso de creación del cómic Mary Shelley: La muerte del monstruo.
Lector, si se me permite para cerrar esta reseña sobre la obra de Shelley y el cómic de Iglesias y Lagartos, debo confesar que uno de los sueños más lúcidos de mi infancia (quizás mi primera pesadilla) se quedó grabado perfectamente en mi memoria. La contaré brevemente. Recuerdo despertarme de noche e ir transitando los largos pasillos de la casa donde crecí con mis padres. No debía tener más de cuatro años. Y me veo detenerme ante la puerta principal y supe que estaba abierta. Fuera, había lluvia y rayos y una sombra que avanzaba hacia mí, una sombra altísima, de cabeza cuadrada y caminar despacio. Recuerdo que lloré y desperté antes de que la nudosa mano alcanzase mi rostro, pero no lo he olvidado. A veces, me pregunto si esa no era la mano de Frankenstein, si esa no era la mano del destino, si esa no era la garra de la ficción que me atrapó y no me ha soltado desde entonces, si esa no era la fiel mano que tomó a Mary Shelley y la dirigió entre las palabras para entregárnosla como una joya que nunca se apaga, incluso en la penumbra. Puede que el monstruo siga vivo, en cada uno de nosotros. Puede que todos seamos monstruos o puede que nunca lo fuéramos.
Al final, cuando todos los corazones dejan de latir y la memoria se apaga en el sueño indómito e innominado de la nada, sabemos la verdad. Julio César Iglesias y Raquel Lagartos lo entendieron perfectamente. Guardemos letargo bajo la telaraña, bajo el negro sepulcro del destino. No hay respuestas y como no las hay, mejor dejar que hablen los poetas que revelan verdades más allá de los silencios. Concluyamos, por tanto, con unos versos de Mary Shelley:
When I’m no more, this harp that rings
With passion’s tones profound,
Shall hang with rent and tuneless strings
O’er my sepulchral mound;
Then, as the breeze of night steals o’er
Its lone and ruined frame,
‘Twill seek the music that of yore
To greet its murmurs came.
But Vainly shall the night winds breathe
O’er every mouldering wire,
Mute as the form that sleeps beneath
Shall rest that broken lyre.
O Memory! be thy unction blest,
Poured then around my bed,
Like balm that haunts the rose’s breast
When all her bloom hath fled long.
Mary Shelley: La muerte del monstruo
Cómic. Biografía especulativa
Diábolo Ediciones, 2018
Julio César Iglesias y Raquel Lagartos
Prólogo de Fernando Marías
Texto introductorio de Ángeles Caso
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Reseña de Mary Shelley: La muerte del monstruo por Carlos J. Eguren
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