Mireya Alcaraz
Mireya Alcaraz, escritora en ciernes.
“Tiene catorce años y escribe mejor que muchos adultos que conozco” rezaba la nota adjunta al documento Word que me envió hace unas semanas el escritor y profesor de técnicas narrativas, Néstor Belda. Una lectura rápida del relato me hizo comprender que Mireya Alcaraz no solo escribe mejor que muchos adultos, sino que lo hace mejor que muchos escritores. La decisión estaba tomada. Su relato Difícil de olvidar era el más adecuado para la cuarta edición de Lobeznos, la sección dedicada a las jóvenes promesas de la Literatura y del Arte en MoonMagazine.info.
Sin más preámbulos os dejo con el relato y os invito a la lectura de la entrevista a esta jovencísima autora en moonmagazineinfo.com, blog de MoonMagazine.info.
Difícil de olvidar
de Mireya Alcaraz
Cruzo la calle, el frío del agua traspasa mis botas, la humedad calándome los huesos, puedo sentir las gotas, que yo misma salpico, rozándome la piel, clavándose como cuchillas, y el vaho tratando de escapar de mi boca. Difícil de olvidar.
Corro hasta que acabo jadeando, luchando por respirar como si hubiese tragado cristales; «ya estoy», me repito hasta que por fin se cumple. Helada y empapada, consigo empujar la puerta que se interpone entre Diana y yo. Llego a la terminal de pasajeros y la abrazo, puedo sentir el calor de su abrigo, el latido de su corazón acelerado, sus lágrimas fundirse con las gotas de lluvia de mi hombro: será la última vez que la vea.
—Daniela —Solloza. Sus finas manos tiemblan, como si tuviera frío, aunque sé que no es así. Es un temblor alternado con su respiración, en el que se aprecia su miedo, su angustia. Aún recuerdo cuando nos conocimos… Difícil de olvidar.
Mi madre me mandó a comprar el pan, ya que mi hermano mayor estaba ‘’demasiado ocupado’’ luchando por no ahogarse en su propio
charco de sudor y babas. Al llegar a la tahona, una chica salió y, al abrir la puerta, me golpeó en la cabeza, tirándome al suelo.
—Genial—murmuré.
La joven notó mi sarcasmo, y por lo visto se sintió atacada.
—Menos mal, ¿no te has hecho daño en esas piernas de trapo? —me preguntó y cerró la puerta tras ella.
—Tranquila, que si me lo hubiese hecho, el médico lo cura. Lo tuyo ya no te lo cura nadie.
—Dios, o te la llevas o te la mando. —Vale, tuve que admitirlo, esa respuesta fue muy buena. Me puse de pie y me sacudí los pantalones.
—Aún no es Halloween, bruja.
—¿No tienes nada mejor que hacer?
—Sí, pero por lo visto tú no, ¿por qué no te vas a molestar a animales venenosos?
—Tss… Das pena. —Sonrió y se alejó.
Unos días más tarde, nos volvimos a encontrar en la playa. Se sentó sobre su toalla, y algo en su espalda me llamó la atención: tenía una herida, no muy profunda, brillante y casi seca, con los bordes negruzcos. Intentó tumbarse, pero la herida se lo impidió, haciéndole soltar un quejido. Finalmente decidí preguntarle qué era aquello, ella se sintió molesta por mi intromisión y no contestó.
Cuál fue mi sorpresa cuando, después de dos semanas, al subir a casa, me encontré a Diana junto a la tahonera en mi salón, hablando con mi madre. La amable mujer era la encargada del cuidado de Diana. Durante un mes tenía que irse del país por asuntos familiares, así que le pidió a mi madre que, durante ese periodo de tiempo, le dejara a Diana quedarse a comer. Mi madre aceptó.
Desde luego que esa chica y yo no nos íbamos a llevar bien, pero intentábamos fingir mientras estábamos con adultos.
Así pasaron dos semanas más, en las que todos los días, a las dos del mediodía, Diana se presentaba en mi casa para comer. Las cosas no mejoraban entre nosotras, al contrario, cada vez nos llevábamos peor. Hasta que un día entró con los ojos llorosos, su mano izquierda se posaba sobre su antebrazo y, realmente, tenía cara de dolor.
Me acerqué a ella y en silencio la guie hasta mi habitación. Se sentó sobre la cama.
—¿Qué te ocurre? —pregunté.
—Nada —murmuró casi inaudible.
No pensaba hablar y yo no podía obligarla, así que pasé a la acción. Le aparté la mano, dejando ver una herida reciente. Tenía la piel caliente, arrugada, ensangrentada, unas cuantas bambollas rodeaban el contorno triangular de la herida. Le acaricié la lesión y ella ahogó un quejido. No hizo falta que le preguntase nada, ella sabía que yo necesitaba saber qué le había ocurrido. Recargó su cabeza en mi hombro y comenzó a llorar. En ese momento nada tenía sentido para mí.
—Cuéntame —rogué.
—Me lo han hecho con la plancha. —Mostró de nuevo su brazo. Sorprendida, arqueé una ceja.
—¿Quién? —pregunté. Su expresión en ese momento fue la más rígida que he visto nunca, se podía ver reflejado el dolor en sus ojos.
—Mis… —vaciló—, Mis padres —dijo por fin. En ese momento me acordé de la herida que le había visto anteriormente.
—¿Y la herida del hombro?
—Un cigarro. —Sollozó.
Le acaricié el pelo e intenté calmarla. Me explicó que hacía ya un año y medio que sus padres la maltrataban, le pegaban, tanto con sus manos como con cualquier objeto que tuviesen a su alcance. Me contó que, incluso, una vez su madre le rompió un plato en la cabeza y al ir al hospital, tuvo que decir que se le cayó un cristal encima. Desde entonces, le prometí y me prometí que jamás la dejaría sola.
Ella comenzó a abrir su mente y a contarme lo que sentía y pensaba, y yo hice lo mismo, por lo que en no mucho tiempo, nos convertimos en amigas inseparables. Pero, ahora, a punto de subir al avión, me mira ausente; le aparto un mechón moreno de la cara y noto en sus ojos que muchas cosas van mal.
—Eh, esto no es un adiós, ¿de acuerdo? —Fuerzo una sonrisa y la abrazo de nuevo. Ahora ella tiene que coger un avión a Alemania, donde va a pasar unos años.
—De acuerdo. —Traga saliva y me sonríe. Sé que es una sonrisa forzada, pero igualmente quiero que se mantenga fuerte. Una voz femenina anuncia por los altavoces que su vuelo va a salir. Debe subir al avión en ese instante.
Siento que otra lágrima cae por la mejilla de Diana.
—Dani —me llama—.¿Crees que algún día nos volveremos a ver?
Un nudo en mi garganta me advierte de que si trato de articular una sola palabra, las lágrimas van a comenzar a brotar. Así que solo asiento y sonrío. Le doy un último abrazo y me despido de ella.
Dibujos digitales de Mireya Alcaraz basados en fotografía realizados por Rosa Prat.
Para leer la entrevista a Mireya Alcaraz Haz clic aquí.
Sin Comentarios