Allá por 2016 y de forma azarosa conocí a Andrea Jaurrieta. El que suscribe, sentado en su butaca del Principal de Donostia, se encomendaba al más puro estilo Almodovar, a cualesquiera fuerzas para que el último visionado de la jornada fuera interesante, sugerente, entretenido o ágil, y no caer en el desvalimiento. Minutos antes del inicio de la proyección se sentaba a mi lado una joven menuda y surgía una de esas conversaciones de circunstancias:
—A ver qué tal… espero que esté bien porque es la cuarta del día y a las diez está uno ya…
—Yo es la primera que voy a ver, llevamos todo el día de reuniones con gente de la industria y tal…
—¿Y eso?
—Hemos hecho un película.
—¡Ah, qué bien! Y ¿qué peli es? ¿Cómo te llamas? —En ese momento se apagaban las luces de la sala—. Luego me cuentas.
Nada más terminar la excelente Elle (Paul Verhoeven), ambos nos mirábamos con cara de «¡Joder, qué ha pasado aquí!, ¡qué locura de peli!» y ella respondía a mi pregunta:
—Me llamo Andrea Jaurrieta. Hemos estado hablando con las productoras para sacar adelante mi primera película Ana de día.

Nina

Las óperas primas siempre son partos difíciles y me alegré mucho cuando vi que Ana de día se estrenaba en 2018 y, más aún, al ver que era nominada en la categoría de Mejor dirección novel de los premios Goya.

Cuento todo esto a modo de introducción porque los festivales te brindan estos pequeños grandes momentos cuando te mueves durante nueve días de una sala a otra a la carrera, como en una especie de gymkana, encajando proyecciones como quien hace un sudoku de los difíciles; porque si eres curioso y circulas por los mentideros con los ojos y oídos bien abiertos, oyes y ves cosas: en las conferencias de prensa de los Kubos o en el Tánger y el Okendo, tomando una caña o un café. Pasan cosas y reúnes material que luego sirve para artículos ligeros que se mueven entre la crónica, la crítica y la opinión.
A raíz de aquel encuentro fortuito le cogí cariño a la realizadora navarra, como si hubiera sido partícipe de una suerte de ceremonia de iniciación, invitado de honor al nacimiento de una carrera cinematográfica —me pasó lo mismo cuando acudí con mi amigo Alfonso al palco del Victoria Eugenia a ver Shallow Grave, primera película de Danny Boyle—.

El caso es que Ana de día se estrenó y en 2024 Andrea Jaurrieta nos presenta Nina, la historia de una mujer que regresa años después a su pueblo de origen para saldar cuentas con el hombre que abusó de ella siendo una adolescente; adolescente ingenua y propensa a la ensoñación vs. depredador maduro oculto tras un intelectual taimado y seductor. ¿Les suena? A mi también. Es cierto que, siendo Nina Patricia López Arnaiz, y Darío Grandinetti el apuesto escritor, poco o nada puede fallar desde un punto de vista interpretativo —aunque por momentos aprecie a la actriz vasca sobreactuada—. Como poco o nada podía hacer la pobre niña —interpretada por Aina Picarolo— para no caer en las redes de un Grandinetti que atrapa desde el halago, la educación y las buenas formas —seguro que la voz grave y la suavidad del acento argentino ejercerían su influencia también—.

Les pregunto si les suena porque a mí me suena, me suena demasiado, porque la dirección coge el camino narrativo clásico, moviendo a los protagonistas entre el presente y el pasado a través de flashbacks mostrándonos, a mi entender, un desarrollo lógico y previsible de los acontecimientos, una historia muy parecida a otras historias de abusadores cultos y tiernas jóvenes obnubiladas por el amor puro, todo ello enmarcado en un contexto de pueblo pequeño y cómplice, porque todos se conocen y se sabe todo.

Y eso que Jaurrieta juega con las metáforas —cazadores/depredadores— y los símbolos —el uso constante de un rojo muy almodovariano, la procesión religiosa—, y se ve que maneja con soltura la cámara y los resortes cinematográficos, pero hay ausencia de audacia, de atrevimiento en la propuesta, aun teniendo sobre la mesa opciones para decantarse por mostrar una mirada distinta en una historia que hace treinta años habría sido rompedora, pero que, desgraciadamente, vemos a diario en los informativos, el cine y la literatura. Los diálogos que pretenden mostrar la naturalidad de una conversación son a veces vacuos; los planos y escenas interminables que buscan mostrar el alma de los personajes, las situaciones un tanto inverosímiles tampoco ayudan.

La crítica cinematográfica Desiré de Fez afirmaba en una ocasión que los directores noveles optan en su ópera prima o dos primeras películas por copiar bien la obra de un buen director o tirar de una historia propia, con más riesgo y resultado imperfecto. Jaurrieta no termina de decantarse.

Insisto, había opciones sobre el tapete para hacer cosas distintas, por citar sin excesivo desarrollo, a bote pronto: a través de la mirada de un personaje secundario y no de uno de los protagonistas; a través de un baño de sangre al más puro estilo Tarantino —incluso Alex De la Iglesia— la procesión final se presta a una carnicería porque va encabezada por el depredador, seguido en comitiva por todo un pueblo cómplice; el cartel de la película anuncia en rojo un western; el inicio del largometraje nos presenta a una Nina acechante, escopeta en mano; incluso a través de un enfoque transgresor y políticamente incorrecto —como lo hacía ¡y de qué manera! esa Elle en la que conocí a la realizadora navarra— como hubiera sido el caer, años después y a su pesar, rendida nuevamente a los pies del escritor o descubrir otro abuso en el presente y, lejos de redoblar su odio hacia él, terminar cubriéndolo y protegiéndolo… qué sé yo.

Ha de decirse, en honor a la verdad, que principio y final son coherentes; lo digo por quien pedía a gritos el estallido de violencia. La determinación del personaje —apoyada en el regreso al pueblo en el que se cometió al acto execrable, el fuerte valor simbólico de una escopeta, la escena inicial de vigilancia y asedio, el seguimiento del abusador y la búsqueda del momento, etc.— es un amago, solo una intención o un deseo porque Nina está dominada aún por el miedo, la angustia y la necesidad de entender el por qué, y no está capacitada para llevar a cabo el asesinato, como se ve en la escena inicial, casi grotesca, en la que resbala y cae, está temblorosa y no es capaz de cargar la escopeta.

Andrea Jaurrieta @NinaOlvido es una directora con capacidad técnica y narrativa y estoy seguro de que acabará pergeñando a futuro historias con una mirada propia y original sobre historias mil veces contadas. Share on X

En definitiva, Nina es una película correcta, un lugar común correctamente trazado. Andrea Jaurrieta es una directora con capacidad técnica y narrativa, de la que espero más y estoy seguro de que acabará pergeñando a futuro historias con una mirada propia y original sobre historias mil veces contadas.

Nina, película de Andrea Jaurrieta.

Nina

Guion y dirección: Andrea Jaurrieta

Ficha FilmAffinity

Kerman Arzalluz

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