—¿Qué es eso? —le pregunté. Ella bebía un líquido espeso de color anaranjado, con olor a verduras crudas pero, en sus labios suaves, cobraba un significado diferente que iba desde lo amargo y desidioso hasta otro lugar perdido entre la alegría y la nostalgia. Frente a nosotros, un atardecer inolvidable, el agua viciada de la piscina y el futuro indeciso. Mis ocho años de edad jugaban a disfrazarse de otra cosa, más viril, tal vez, más segura y más cierta de lo que ofrecían mis dedos pequeños y temblorosos.
—¿Qué es qué? —preguntó con una sonrisa.
—Eso que tomas —aclaré, bajando el tono de voz.
—¡Prueba! —me retó.
Alargué mis manos hasta juntarlas con las suyas y nuestros dedos se entrecruzaron alrededor de un vaso frío. En ese instante aquel vaso se me antojo glorioso, el continente de la esperanza, el lecho líquido en el que latían todas las oportunidades y todos los colores del mundo.
Bebí ante su mirada expectante, contuve el líquido en la boca, cerré los ojos y tragué.
Hice un gesto de contenida desaprobación y ella rió.
—¡Eres tonto! —exclamó.
—Está muy fuerte —confesé, mientras tanto intentaba apartar las nuevas impresiones gustativas de los viejos recuerdos; mi madre dando vueltas por el comedor, mirándome con cara de pocos amigos y musitando: “O te comes las verduras o esta tarde no sales”. Mi abuela rechistando: “¡Este niño no va a crecer!”. Mi padre, guiñando el ojo, con un trozo crujiente de cebolla pinchado en el tenedor y esperando a que mi madre se diera la vuelta para decirme: “Venga, hijo, que de lo que se come se cría”.
Centenares de escenas nefastas se agolparon en mi cerebro y ella, entre tanto, reía a carcajadas.
—¡Eres tonto! —repitió.
—¡No! —exclamó ella sin dejar de reír—. ¡No son #verduras! ¡Es #gazpacho! @JudithBoschM Rafa Hierro Share on X—¡Son verduras con vinagre! —declaré por fin, sin poder hacer otra cosa—. ¡Y está muy fuerte!
—¡No! —exclamó ella sin dejar de reír—. ¡No son verduras! ¡Es gazpacho!
Acercó sus labios a los míos y me llevó por ese camino que cambia el pasado y lo convierte, para siempre, en otra cosa.
Han llovido tres décadas desde aquel momento. Pero cada año, por cuenta de esa magia extraña, el amor y el verano me saben, placenteramente, a tomate, cebolla, pepino, ajo, aceite, vinagre y un puntito de sal.
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