Escucha este aterrador fragmento de Frankenstein de Mary W. Shelley:
Locución: Jacinto Montes de Oca – Web | Facebook | LinkedIn
Edición y mezclas: Javier A. Bedrina – Web | Facebook | LinkedIn
Los padres del monstruo. El sueño de Mary W. Shelley
Lo que me ha aterrado en mi sueño aterrará a los demás.
(Mary W. Shelley, 1816)
Creo que en ella no hay ningún vicio, y que tiene un considerable talento.
(William Godwin, 1812)
Nada más fascinante que escribir sobre un sueño. O soñar un sueño. ¿Fue Frankenstein el resultado de un sueño en una tormentosa noche de verano? ¿Fue la inspiración de un rayo de la luna llena que surgía entre las montañas que rodean el lago Lemán, iluminando a una joven de dieciocho años que se debatía en una pesadilla en su lecho?
Escribir sobre una historia soñada es tarea de escritores de oficio. Soñar cómo pudo ser en la realidad la historia de una creación literaria inolvidable es un viaje en el tiempo.
La primera parada es la madrugada del 16 de junio de 1816 en Villa Diodati, en el lago Lemán. Mary Wollstonecraft Shelley nos conduce a aquella noche en su prólogo para la tercera edición de Frankenstein o el moderno Prometeo. Su voz, mucho más madura que la de la joven que pronunció una frase inolvidable aquella noche, suena convincente:
Muchas y largas fueron las conversaciones entre Lord Byron y Shelley (Percy), a las que yo asistía como una devota pero, casi siempre, silenciosa oyente. Durante una de esas conversaciones, se discutieron varias doctrinas filosóficas y, entre ellas, las referidas a la naturaleza del principio de la vida, y también la posibilidad de que dicho principio llegara a ser algún día descubierto y divulgado. Hablaron de los experimentos del doctor Darwin (…).
Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada no pude dormir, tampoco podría asegurar que estuviese pensando. Mi imaginación, sin yo requerirlo, me poseyó y me guió, dotando a las imágenes que surgían en mi mente de una intensidad que estaba más allá de las fronteras del sueño. Vi —con los ojos cerrados, pero a través de una aguda visión mental —al pálido estudiante de artes diabólicas arrodillado al lado de aquella cosa que había conseguido juntar. Vi el horrendo fantasma de un hombre yacente, y entonces, bajo el poder de una enorme fuerza, aquello dio señales de vida y se agitó con un torpe, casi vital, movimiento. Era espantoso (…)
La idea había tomado posesión de mi mente de tal manera que el miedo recorría todo mi cuerpo como un escalofrío y traté de cambiar las fantasmales imágenes de mi fantasía por la realidad que me circundaba. (…) Al día siguiente anuncié que había pensado una historia.
Tercera edición de «Frankenstein o el moderno Prometeo».
Así nos habló Mary W. Shelley. ¿Era un recuerdo fiel de una noche atormentada o el recurso literario de una escritora? El recuerdo fue real. Mary W. Shelley afirmó que cuando se levantó sobresaltada, la luna llena estaba brillando sobre su ventana. Astrónomos han afirmado recientemente que la madrugada del Esa madrugada Mary W. Shelley soñó una historia. Una historia que fue madurando en los días siguientes. 16 de junio de 1816, después de una terrible tormenta, la luna llena debió iluminar Villa Diodati entre las dos y las tres de la mañana. Tal vez fue la noche anterior cuando, como dice la leyenda, Lord Byron convocó a sus invitados —Mary W. Shelley, Percy B. Shelley y Polidori, además de Claire, hermanastra de Mary y pareja de lord Byron— a escribir una historia de fantasmas, o tal vez la propuesta nació días antes entre interminables veladas en la Villa, recluidos por la tormenta, pero esa madrugada Mary W. Shelley soñó una historia. Una historia que fue madurando en los días siguientes (la primera referencia a su novela en su diario fue el 24 de julio, pero antes podía haber escrito un relato corto), que tal vez, sin ser ella consciente, estaba creciendo en su interior desde hacía muchos años.
Víctor Frankenstein, el científico, no fue el padre del moderno Prometeo. Fue el instrumento literario, la placenta que alimenta el alumbramiento de un ser gestado en la lúcida mente de una mujer excepcional: Mary Godwin de nacimiento, Mary Wollstonecraft Shelley para la historia. Gestación y muerte. Un recuerdo imborrable para una adolescente que perdió a su madre por un parto sangriento y la manipulación de un médico de manos inexpertas. Como aquel alumbramiento, la primera creación literaria de Mary W. Shelley vino acompañada del horror. De vida y de muerte. Pero si Mary W. Shelley fue la madre, aquella criatura soñada tuvo varios padres. Aquellos que, en persona o en las páginas de un libro,sembraron en la mente de una mujer de talento el germen de una novela extraordinaria.
El parto de Mary W. Shelley fue resultado de una época en que la medicina no podía, no sabía asegurar la pervivencia de la madre. Mary Wollstonecraft prefirió la ayuda de una partera que a su vez acudió a un médico poco hábil que no supo retirar la placenta. La intervención fue sangrienta y la llegada de un El parto de Mary W. Shelley fue resultado de una época en que la medicina no podía, no sabía asegurar la pervivencia de la madre.médico preparado y amigo de la familia como Anthony Carlisle fue tardía. Pero esa misma época fue deudora de una revolución que afectó a la literatura en igual medida que a la ciencia o a la tecnología. Londres bullía entre rateros, asesinos o ladrones de cadáveres que convivían con literatos, artistas y jóvenes científicos, todos ellos chapoteando en el mismo barro, «tanto barro en las calles como si las aguas acabaran de retirarse de la faz de la Tierra y no sería extraño encontrarse con un Megalosaurus de cuarenta pies de largo, contoneándose como un lagarto elefantino subiendo por la colina de Holborn» (Charles Dickens, Casa desolada, 1852)
Aquel siglo XIX aún naciente creó pioneros que surcaron cien mares, científicos apasionados y obras literarias de referencia. Las cosas como son o Las aventuras de Caleb Williams, escrita en 1794 por William Godwin, el padre de Mary W. Shelley, es considerada por muchos la primera novela policial, en la misma medida en que Frankenstein es considerada la primera novela de ciencia-ficción de la historia. Mary W. Shelley se convirtió en escritora a los dieciocho años, en un mundo literario heredero de escritoras (Ann Radcliffe) y escritores (Horace Walpole, Matthew G. Lewis) que crearon un género, la novela gótica. Mary W. Shelley se convirtió en escritora a los dieciocho años, en un mundo literario heredero de escritoras (Ann Radcliffe) y escritores (Horace Walpole, Matthew G. Lewis) que crearon un género, la novela gótica. Sin embargo, aquellos días en el lago Lemán, en un mes de junio del año sin verano, han pasado a la historia como el sueño del romanticismo guiado por lord Byron. Puede que Mary W. Shelley encarnara el romanticismo junto con el resto de los ocupantes de Villa Diodati, pero aquellas aguas turbulentas que les impedían salir a navegar, las lluvias inacabables y la bruma negra, que como un manto cubría el lago, fueron el paisaje en el que nació una novela gótica y romántica a la vez. Mares tenebrosos, ruinas, castillos, oscuridad y terror. Tétricos laboratorios y una naturaleza opresiva y letal. Pero también un sueño, una quimera, un ideal: la creación de la vida, una meta inalcanzada por místicos y alquimistas durante siglos. ¿Cómo llegó Mary W. Shelley a soñar este claroscuro de luz y oscuridad?
Lo que me ha aterrado en mi sueño aterrará a los demás. #MaryShelley. @bruma_negra Share on XEn el nacimiento del XIX los periódicos anunciaban avances científicos y experimentos imposibles. Pero Mary W. Shelley soñó simultáneamente a un científico y a su criatura, su creación, hijos, sí, de una madre, pero deudores de aquellos que acompañaron a la escritora en su viaje: los padres del monstruo.Mary W. Shelley no era una científica. Su adolescencia se desarrolló entre libros y llegó a la ciencia desde la intriga y la curiosidad alimentada por la pasión de otros genios que entregaron su vida a proyectos ilusionantes y fantasías, que naciendo de la alquimia, necesitaban de la experimentación, contrariando en muchas de las ocasiones la moralidad vigente. Ese amor y esa pasión por crear, por innovar, impregnaron una mente intelectualmente ávida de conocimiento que soñó simultáneamente a un científico y a su criatura, su creación, hijos, sí, de una madre, Mary W. Shelley, pero deudores de aquellos que acompañaron a la escritora en su viaje: los padres del monstruo.
#MaryShelley, una mente intelectualmente ávida e interesada por la creación de la vida. Share on XSommers Town, Londres, 1806
El paseo desde el cementerio de San Pancracio donde reposaban los restos de Mary Wollstonecraft, su madre, hasta su casa, había sido habitual para Mary Godwin que aún no había cumplido los diez años. Para la niña, su padre era «más grande, más prudente, mejor que cualquier otra persona». William Godwin confiaba ciegamente en las capacidades de Mary. Un amigo experto en fisionomía le había asegurado que su hija era portadora de una inteligencia extraordinaria y, en cada uno de esos paseos, hablar de literatura era el tema favorito de Mary. Las charlas con su padre en su casa de Sommers Town, sin embargo, no eran tan habituales desde que se había vuelto a casar con una viuda con dos hijos, Mary Jane Clairmont. William Godwin dedicaba las mañanas a escribir y era solo después de la comida cuando leía libro tras libro a Mary y a su hermana Fanny —hija de Mary Wollstonecraft anterior a su matrimonio con William Godwin— como parte de la educación que recibían sin asistir a escuela alguna, aprendiendo a leer y escribir desde muy temprana edad. Al atardecer era cuando innumerables visitas llegaban a Sommers Town. Mary disfrutaba escuchando a Samuel T. Coleridge leer con voz profunda La balada del viejo marinero, a Humphry Davy entusiasmado siempre con sus lecturas sobre química filosófica, a William Wordsworth recitando vívidas poesías sobre las cataratas, bosques y montañas que rodeaban las enigmáticas ruinas de la Abadía de Tintern y, sobre todo, con el doctor Anthony Carlisle, el gran amigo de William Godwin que podía hablar de química, de medicina, de galvanismo o de alquimia con su maravillosa manera de narrar historias. Solo los libros y esas charlas entre intelectos tan sugerentes mantenían la atención de la «pequeña y preciosa Mary» (1) antes de caer rendida por el sueño…
La casa está en silencio. Unos pasos suben por la escalera de madera hasta el ático de Sommers Town, la puerta de la habitación de Mary Godwin se abre y una mano deja un candelabro con una vela junto a otra vela aún encendida y casi consumida en la mesilla de la habitación. En la cama, una niña está dormida rodeada de varios libros abiertos…
—Mary, ¿estás dormida?
La niña abre los ojos. La frente sudorosa. Tiembla. Responde.
—Padre…
—He oído un grito y he subido. Has tenido una pesadilla. ¿Qué haces rodeada de libros? Sabes que tu madre te ha prohibido coger libros de la librería (2) para llevártelos a la habitación.
—Mary Jane no es mi madre. Ella no ama la literatura como la amaba mi madre, como la amas tú. Tiene la librería como un negocio. Yo sí amo los libros, padre, los necesito.
—Si se entera te regañará. Ayer también la enfadaste. Te dijo que tú y Fanny debíais subir a dormir porque era tarde y os escondisteis detrás del sofá mientras el señor Coleridge recitaba La balada del viejo marinero.
Mary se sienta en la cama. Ya no suda. Sus ojos brillan y su voz cobra fuerza.
—El señor Coleridge recita maravillosamente, padre. Fanny se escondió por hacer una travesura, pero yo necesitaba oír su historia. Me encantó la historia de un barco atrapado en un mar de hielo y cubierto por la bruma. Esa imagen nunca se me borrará de la mente.
—¿Y por qué lees tres libros a la vez?
—Sabes, padre, que es tu método de lectura. Tú también lees tres a la vez. Tú me has enseñado.
William Godwin sonríe y toma los tres libros que estaba leyendo su hija:
—Veamos qué te ha desvelado —dice William Godwin tomando en sus manos dos libros, Las cosas como son y San León.
Conversaciones imaginadas para dos voces y un sueño bajo la luz de la luna @bruma_negra Share on X—No sabía que leías mis libros, Mary…
—El primero que he leído ha sido Las cosas como son o Las aventuras de Caleb Williams, como a ti te gusta llamarlo, padre. Yo soy como Caleb Williams, muy curiosa…
William Godwin sonríe de nuevo.
—¡A mí no me lo tienes que decir, Mary! Pero a Caleb Williams la curiosidad, el deseo de saber, le atrae la desgracia. Es un libro muy oscuro para tu edad.
—Puede que no haya entendido todo lo que quieres trasmitir, padre —y Mary Godwin baja la cabeza avergonzada—, me fascina el enfrentamiento ente Caleb Williams y Fakland, el bien y el mal, y la injusticia de la sociedad en contra del que es perseguido sin culpa, o cómo la bondad se puede transformar en maldad…, pero, sobre todo, me gusta cómo está escrita. Me gusta cómo escribes, padre. Si algún día escribo una novela, te la dedicaré a ti…
William Godwin vuelve a sonreír. El 10 de Noviembre de 1832, The Aethenaeum publicaría una reseña de Percy B Shelley sobre la tercera edición de Frankenstein. Percy B Shelley escribió aquella reseña para la primera edición de Frankenstein que fue editada anónimamente con la siguiente dedicatoria: «A William Godwin, autor de Justicia Politica y Caleb Williams por el Autor» y expresa: «El encuentro y diálogo entre Frankenstein y la Criatura en el mar de hielo evocan el enfrentamiento entre Caleb Williams y Fakland».
La primera creación literaria de #MaryShelley vino acompañada del horror Share on X— …y San León, lo he cogido esta noche porque ayer le pedí al señor Carlisle que me dijera cuál de tus libros era el que más le gustaba.
—No me extraña —exclama William Godwin—. A nuestro buen doctor le fascina cuanto se refiere a la alquimia y la búsqueda del elixir de la vida. De hecho, tuvimos largas conversaciones cuando estaba escribiendo San León. La locuacidad de Anthony Carlisle es extraordinaria, y sus conferencias crean auténticos problemas de orden público en la calle por la cantidad de gente que quiere escucharlo.
William Godwin publicó San León en 1799. Un libro que habla de la búsqueda del principio de la vida eterna a través de la alquimia.
—A mí me fascina también cómo cuenta historias —corrobora Mary—. Recuerdo que una vez, cuando tenía seis años, también me escondí detrás del sofá y le oí contar una historia sobre un científico italiano que había experimentado sobre el cuerpo de un ajusticiado. (3) Le introdujo unos cables en la boca y en la oreja e intentó que moviera sus brazos y abriera los ojos. Estaban también el señor Coleridge, el señor Lamb y el señor Davy. Y tú discutiste sobre si era ético prolongar la vida de los muertos.
—Hija, aún eres muy pequeña para entender aquella discusión. Siempre he soñado que el doctor Carlisle pudo llegar a tiempo de salvar la vida de tu madre… pero dar la vida a un ser muerto es otra cosa. La alquimia tiene muchos secretos. Estoy preparando un libro sobre la vida de Cornelio Agripa, Alberto Magno y Paracelso, todos ellos botánicos, astrólogos, alquimistas y magos. Sé con qué frase empezar: «El hombre es una criatura que tiene una ambición sin límites». (4) Las búsquedas del elixir de la vida por los grandes filósofos son apasionantes. Muy lejos de los experimentos con cadáveres que practicó Aldini y antes Galvani, como nos contó el doctor Carlisle.
—A mí me dio miedo padre. Aquella noche tuve una pesadilla. Soñé con un cadáver reanimado que movía un brazo lentamente…
—La culpa es tuya, Mary, por querer oír esas historias. Fanny y tú siempre le estáis pidiendo al señor Coleridge que os cuente historias de fantasmas. ¡Y él sabe muchísimas!
—Me gusta oír historias de fantasmas y espectros… aunque yo nunca sabré contar una —responde Mary.
—Tienes una mente maravillosa, Mary Godwin. Pero creo que no lees las lecturas propias de tu edad— dice el padre, mientras toma el tercer libro de la cama, lo abre al azar y lee: «…aquellos desgraciados, parásitos de la sociedad, llamados resurrecionistas, llevaban los cuerpos a la Abadía Oakendale. Eran recibidos por la noche….»—. Mary, ¿ahora lees historias de ladrones de cuerpos? —exclama el padre leyendo el nombre del autor— parece una historia de horror escrita por Walpòle o Lewis, pero no conozco a su autora. ¿Mrs Carver? (5)
—Es un secreto padre. Un secreto entre el doctor Carlisle y yo. Aún no lo he leído. Me asusta pensar en cadáveres. Sé que solo es un libro, y yo necesito leer libros, vivir rodeada de libros, aunque a veces me aterren las historias que cuentan y tenga pesadillas.
Y en ese momento una corriente de aire que entra por la ventana, apaga las velas que están sobre la mesilla y la habitación de Mary Godwin se sume en la oscuridad.
La Criatura nació años antes de Diodati en la mente de #MaryShelley @bruma_negra Share on XLibrería Juvenil Godwin. 4 Skinner Street, Londres, 1811
Mary Godwin alcanzó su objetivo de vivir rodeada de libros cuando la familia Godwin se trasladó en 1807 a vivir al ático de la librería que regentaban, la Liberia Juvenil Godwin en el 4 de Skinner Street, solo a dos manzanas de las prisiones de Fleet y Newgate y de Old Bailey, el tribunal de justicia de Londres. Era un barrio repleto de carnicerías, prisiones y librerías. De noche, los carniceros troceaban vacas y cerdos entre los terribles chillidos de los animales. La sangre cubría las aceras y solo desaparecía entre la bruma y la sempiterna lluvia del amanecer. De día, era habitual ver a los condenados en Old Bailey camino de la horca entre la algarabía del público. La ventana de la habitación de Mary Godwin ofrecía a diario el espectáculo en directo de animales desmembrados, hígados y corazones pasando de mano en mano y condenados suplicando clemencia hasta el segundo anterior en que su espinazo crujía y su cuerpo bailaba al son de la horca. Los cuerpos de los colgados podían ser recogidos y conducidos a los sótanos del Real Colegio de Cirujanos para realizar experimentos de anatomía. (6) La eterna curiosidad de Mary Godwin la impelía a asistir desde su ventana al diario espectáculo de un guiñol sangriento e interminable, y solo los libros eran un refugio permanente para su mente inquieta. Los libros y la gratificante compañía intelectual de los amigos de su padre.
Mary se asoma a la ventana y ve un carromato con tres cadáveres de ajusticiados dirigiéndose calle abajo para ser diseccionados por algún cirujano o anatomista y se acuerda de un amigo. Una campana suena y la puerta de la librería se abre. Mary, sentada frente una mesa en la que reposan tres libros abiertos, salta de su silla y acude a saludar a Anthony Carlisle.
—Buenos días, Mary. ¿Está tu padre?
—Buenos días, señor Carlisle. Mi padre ha salido, pero estoy yo. Podemos hablar de libros —sonríe Mary Godwin.
—¡Claro! Ya veo que estás, como siempre, leyendo tres libros a la vez. Veamos cuáles son —dice el famoso cirujano y anatomista tomando en sus manos uno de los libros— La vida de John Milton , un libro muy interesante. ¿Quién te lo ha recomendado?
—Fue Martha, tu mujer, un día que fui a tu casa. Lo escribió su tío, el reverendo Charles Symmons. Me parece muy interesante la visión de Adán en El paraíso perdido, creado por Dios a su imagen, una criatura perfecta y al que la curiosidad llevará al pecado.
—Cierto Mary. El tío de mi mujer ha escrito sin duda una obra muy interesante…, por ejemplo, nuestra “común amiga” Mrs. Carver ha utilizado también una cita de Milton en La anciana— y Anthony Carlisle sonríe mientras guiña un ojo a Mary Godwin.
—¡Es verdad! Es que Mrs. Carver escribe muy bien, y si Mrs. Carver cita a Milton, yo también lo citaré si escribo un libro (7) —añade Mary guiñado a su vez un ojo a Anthony Carlisle—. Pero no es justo que los lectores no conozcan el significado del juego de palabras que esconde ese seudónimo (8). Yo he leído ya muchas veces Los horrores de la Abadía de Oakendale… aunque a la noche tenga pesadillas… ¡Y ya no soy una niña!
Anthony Carlisle se ríe y toma otro de los libros que están sobre la mesa.
—Ya sabes que hay razones para mantener el anonimato de Mrs. Carver (9). Es nuestro secreto… y, por supuesto que ya no eres una niña. ¡Estás leyendo a Erasmus Darwin también!
—Me lo recomendó Humphry Davy, después de un debate en el salón con mi padre sobre las posibilidades de crear vida a través de descargas eléctrica. El doctor Curry, que estaba presente, le dijo que si el cuerpo había entrado en estado de putrefacción eso era imposible. Le pregunte si de verdad los grandes científicos creían si eso era posible, y me recomendó que hasta que él escribiera sus propias teorías, podía leer los libros del señor Erasmus Darwin. Hay una explicación de cómo puede producirse una generación espontánea de vida en una pasta hecha de harina y agua. (10)
—Conozco los libros del señor Darwin, Mary, pero como sabes, a mí también me seducen las teorías de nuestro común amigo, el señor Davy. Yo llamo eufemísticamente el secreto del “movimiento muscular” (“muscular motion”) al secreto de la vida.
—Me hubiera gustado asistir a tus conferencias en el Croonian (11 ) —y los ojos de Mary Godwin se llenan de emoción— y oír tus teorías de cómo se puede inyectar un fluido vital en la sangre para revivir los músculos. También he cogido de la librería este libro que me recomendaste una vez: De humani corporis fabrica, pero no entiendo el latín.
—Ese libro me lo regalo cuando era estudiante mi profesor, John Hunter. Un hombre extraordinario. Yo y otros alumnos acudíamos a diario a las salas de disección de Windmill Street y allí, rodeados de cadáveres, recibíamos las mejores lecciones sobre anatomía. También fui muchas veces a su casa de Leicester Square. Hunter tenía una increíble colección de plantas y animales. Un verdadero museo. (12) El paraíso de un anatomista.
—¡Oh! —Exclama Mary Godwin— me gustaría ir.
—Seguro que luego tendrías pesadillas Mary. Te aseguro que es un lugar que puede asustar. Su casa tenía dos entradas para que los invitados no tuvieran que pasar por su laboratorio. (13) Y además, está el gigante.
Mary se sobresalta. Su curiosidad, su mente siempre activa ha recibido una llamada de atención.
—¿Quién es el gigante, doctor Carlisle? ¡En Los horrores de la Abadía de Oakendale también aparece un gigante! (14)
—Te contare una historia, Mary: Charles Byrne fue conocido como el gigante irlandés. Medía más de dos metros y su constitución era la de un gigante; aunque era irlandés, vino a Londres y se convirtió en una celebridad, pero enfermó pronto. Su terror era que su cuerpo pasase a manos de los anatomistas y cirujanos para ser diseccionado. Y ese era precisamente el objetivo que perseguía John Hunter, mi profesor, obtener el cuerpo del gigante irlandés para su sala de disección.
—¿Y lo consiguió? —interrumpe Mary Godwin.
—El gigante pidió a sus amigos irlandeses que velasen su cuerpo cuando falleciera y que lo llevaran a alta mar donde se hundiría en las profundidades. Así lo hicieron. Lo velaron cuatro noches en un ataúd gigantesco, mientras el Colegio de Cirujanos prometía una enorme recompensa a quien consiguiera aquel cadáver. El bote fue llevado a alta mar… pero el cuerpo del “gigante irlandés” fue conducido al laboratorio de John Hunter por un enterrador. Hunter despojó a aquel cuerpo de su carne putrefacta y reconstruyó su esqueleto. Y doy fe de ello, Mary, porque yo lo vi y aprendí a ser anatomista gracias a aquel esqueleto que aún reposa en el museo de John Hunter, ahora expuesto en el Real Colegio de Cirujanos.
—Yo no puedo ir todavía a la Real Academia ni al Real Colegio de Cirujanos. No puedo contemplar ese esqueleto.
—Mary, te prometo que te llevaré a visitar el Museo Hunterian del Real Colegio de Cirujanos la semana que viene. Si tu padre me da permiso, claro. Y te recomiendo una lectura que te gustará: El esqueleto animado, de William Lane.
—¡Gracias, señor Carlisle! Me encantará. Salgo muy poco de casa. Además, mi padre me ha dicho que debo ir fuera de Londres por una temporada para curar mis eczemas. A Ramsgate, creo —Mary calla por un instante y luego continúa— Me da miedo abandonar mi librería, mis libros. Ellos me ayudan. Ellos y mi imaginación son mi refugio. Los eczemas no me preocupan. Me preocupan mis sueños, mis “sueños despiertos”. (15)
Y Mary Godwin cierra los ojos. Por un instante, su amigo Anthony Carlisle desaparece de la escena. Incluso sus libros han abandonado la habitación. En su lugar, comienzan a aparecer cebras, rinocerontes, esqueletos de animales que no conoce en la habitación. Y en medio, una presencia terrible. Sobre una mesa de cirujano, el cuerpo blanco y cadavérico de más de dos metros de altura de un gigante.
Gigantes, resurreccionistas, ladrones de cadáveres, cirujanos, carniceros: los padres del monstruo. Share on XReal Academia de Anatomía, Londres 1814
En 1814, la Conferencia inaugural de los “Discursos Hunterian” en la Real Academia de Anatomía de Londres fue presentada por sir Anthony Carlisle y leída por John Abernethy, alumno de John Hunter, como Carlisle, y cirujano respetado. Tuvo como título: Una investigación sobre la probabilidad y la racionalidad de la teoría de la vida del señor Hunter. La clase científica londinense acudió en masa en una época en que se perfilaba ya la existencia de dos bandos: el de aquellos científicos que experimentaban con cadáveres, aportados en ocasiones por ladrones de cadáveres y resurrecionistas, en busca del secreto de la reanimación de aquellos que ya habían traspasado el umbral; y la de quienes consideraban dichas prácticas una blasfemia y una inmoralidad. Entre aquel grupo de cirujanos y anatomista enredados en discusiones, una joven espera a la salida.
—Mary, ¡qué alegría! —exclama Anthony Carlisle cuando ve a Mary Godwin— He sabido poco de ti en los últimos tiempos.
—Usted siempre tan educado, señor Carlisle —responde Mary Godwin— estoy segura de que mi padre le habrá contado que está muy enfadado conmigo porque mantengo una relación inconveniente con Percy Shelley a quien usted conoce por las cenas en nuestra casa. No puedo mantener secretos con usted.
—¿Ya no me tuteas, Mary? Aunque estás hecha una señorita, yo no puedo olvidar a mi alumna más aventajada. Mi vida personal no ha sido un ejemplo y no seré yo quien hable de asuntos terrenales como el amor. (16) Nuestra pasión es la ciencia y «los misterios de la fuerza vital y el papel de la electricidad en la animación de la materia inerte», como el doctor Abernethy ha expuesto en la conferencia de hoy. Por fin puedes asistir a la Real Academia, como siempre habías deseado.
—El misterio de la fuerza vital es un tema que tanto a mí como a Percy nos interesa. El también realizó experimentos con electricidad cuando asistió a la Universidad. Y ambos tenemos intención de asistir a la próxima conferencia del señor Andrew Crosse sobre “Electricidad y los elementos”. También he leído Elementos de Filosofia Quimica de nuestro amigo Humphry Davy. Me ha hecho recordar las tardes en casa de mi padre. Pero hoy quería saludar a mi amigo, “el mejor contador de historias y el mejor cirujano de Londres” (17). Y a la señora Carver, por supuesto—enfatiza Mary, mientras guiña un ojo.
—Gracias, Mary. Y gracias también de parte de la señora Carver. Creo que hoy día es mejor mantener el anonimato de nuestra escritora favorita— y es ahora cuando Carlisle guiña un ojo—. Por cierto, estoy esperando la primera novela de la mejor lectora de todo Londres.
La cara de Mary Godwin se ensombrece por un instante. Anthony Carlisle no lo sabe, pero Mary está embarazada y espera un hijo de Percy B. Shelley. Su vida está a punto de cambiar para siempre y ya no es la niña que escuchaba relatos escondida tras un sofá.
—No lo creo señor Carlisle… Anthony —suspira. Los sueños y las historias bullen en mi cabeza, pero alumbrar una nueva vida, aunque sea literaria, es un acto que requiere valor, decisión y amor. Y aun así, puede que el alumbramiento cree tristeza y dolor.
Las lágrimas cubren los ojos de Mary Godwin. Su mente evoca una escena. Una madre dando a luz entre terribles sufrimientos. Y tiembla.
Residencia de Sir Anthony Carlisle, Londres, 1824
Sir Anthony Carlisle está sentado en la biblioteca de su residencia. La segunda edición de Frankenstein reposa en su mesa. Ya aparece como autora Mary W. Shelley. Carlisle sonríe. Un cuadro colgado en la pared le hace recordar una historia. Es su retrato. En él está el anatomista, erguido, orgulloso, a punto de revelar al mundo su descubrimiento. El descubrimiento de la fuerza vital. Su mano derecha reposa sobre una calavera, abierto en una mesa, el libro De Humani Corporis Fabrica de Vesalius, y al fondo del retrato un cadáver levantándose de la muerte con sus músculos perfectamente definidos. Carlisle baja la vista y lee un fragmento de la carta que le ha remitido Mary W. Shelley:
«Estimado señor Carlisle.
….
He contemplado su retrato en la exposición que se exhibió en el Real Colegio de Cirujanos. Si alguna vez edito una tercera edición de Frankenstein, he decidido que el libro tenga un grabado que recoja la imagen de La Criatura despertando de su sueño letal, emergiendo de un esqueleto gigante, y su calavera, junto a un libro abierto que representará todas mis lecturas, aquellas que me llevaron a soñar con científicos en pos de una quimera, la de la fuerza vital, ese “movimiento muscular” que aún está intentando conseguir. Y por supuesto, estará el anatomista que busca la creación de la vida. También habrá una bomba de aire conectada a una batería Volta como la que usted me enseñó en su laboratorio. Sé que algún día lo conseguirá, Anthony, a pesar de la persecución de aquellos que lo quieren vincular con los ladrones de cadáveres. (18)
Es posible que para evitar cualquier especulación y siguiendo la prudencia de Mrs. Carver, introduzca algunas modificaciones en esa futura edición: la Criatura ya no será creada por la unión de partes de seres humanos —imposible como usted me indicó, por la desproporción entre un cuerpo gigantesco y los órganos de un humano normal—, sino por un logro de la fuerza de la electricidad…
Lamentaré si no consigue su empeño, mi buen doctor, pero yo siempre creeré en usted y en sus maravillosas historias científicas que tanto me recuerdan a las que mi padre me contaba sobre filósofos y alquimistas.
Sus sueños son brillantes, mientras que los míos siguen siendo una pesadilla tan terrible como el cuadro de Fuseli que usted bien conoce. La muerte de mis seres queridos es mi último tormento, y la sensación terrible de que a veces la monstruosidad más horrible puede crecer en nuestra propia mente…»
Sir Anthony Carlisle guarda la carta. Nunca conseguirá su objetivo de crear la fuerza vital a través de la electricidad. Pero guardará siempre el recuerdo de aquellas tardes de domingo en casa de los Godwin, hablando de la creación de la vida, de retazos humanos, de gigantes y de electricidad. Y recuerda, también, la cara ilusionada de una niña que lo miraba con ojos de admiración. Una mujer, que a través de una pesadilla, viviría para siempre en la mente de quienes leyeran su obra en generaciones futuras. Y ese había sido también su triunfo.
Epílogo
Mary Wollstonecraft Shelley vivió su última pesadilla al final de sus días. Un monstruo creció en su cerebro en forma de tumor. Una parálisis muscular paralizó su cuerpo en su lecho de muerte. No estuvo su padre, William Godwin, para iluminar con una vela aquellas noches de pesadilla, ni Anthony Carlisle pudo insuflar en su cuerpo el principio vital. Sin embargo, su mente, un instante antes de apagarse, recordó ‹aquel húmedo y hostil verano» y la noche del 16 de junio de 1816 en Villa Diodati, junto al lago Lemán, cuando la luz de la luna llena iluminó su ventana. En su lecho, Mary W. Shelley cerró los ojos y sonrió.
Ya no estaba el monstruo.
La luna iluminaba mis esfuerzos nocturnos mientras yo, con infatigable y apasionado ardor, perseguía a la naturaleza hasta sus más íntimos arcanos.
«A Mary»
Los padres del monstruo. El sueño de Mary W. Shelley es un artículo de Juan Mari Barasorda
Notas y bibliografía consultada
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Excelente y exhaustivo trabajo. Un placer haberlo leído. Gracias.
Este trabajo de Juan Mari es una joya, ¡cuánto me alegro de que lo hayas leído! Además, el recitado de Jacinto es impecable. Un trabajo audiovisual elegante y estremecedor. Un abrazo, Manuel, muchas gracias.