Tras el contacto continuo con la realidad y el apego a los sagrados hechos, a muchos periodistas les resulta decepcionante la ficción. Si abordan lo fabuloso es porque lo consideran como una excrecencia de la realidad. Lo imaginario puede contener algunos destellos de genialidad, pero siempre carece del sello de lo auténtico. La Ilíada es válida como narración porque describe el asedio real de Troya, no porque comparezca el improbable Aquiles.
Uno acaba pareciéndose a lo que ve y a lo que lee, de manera que este prejuicio antificcional no es exclusivo del oficio periodístico, sino que se extiende a muchos espectadores de voluntad maleable. Así, un reality es un espectáculo más grandioso, pongamos por caso, que una película de Marcel Carné.
Exponer la realidad es un viejo problema ético y estético. Platón excluyó a los poetas de su república, pues estos pervertirían las mentes de los jóvenes con sus mentiras. Menos beligerante, Aristóteles encontró el fundamento del arte en la mímesis, esto es, en la imitación de la naturaleza.
La realidad, la verdad, la naturaleza, por tanto, tienen un prestigio que viene de antiguo, si bien últimamente han tenido que soportar la proliferación de un discurso que trata de moldear la realidad mental de muchas personas mediante el desprecio interesado de la verdad. Los modernos demagogos lo han denominado hechos alternativos. De manera más crítica, se presenta como posverdad. Para entendernos, basta hablar de falsedad, calumnia o bulo.
Viene todo esto a propósito del teatro documento, el teatro de urgencia, el teatro documental…, cuya raíz es la realidad palpable, que parece querer acallar las soluciones perspectivistas con todo el peso de los hechos.
El pasado viernes veinticinco de enero, en el teatro Palacio Valdés, en Avilés, Jordi Casanovas estrenó Port Arthur / Jauría. Se trata de dos piezas independientes que tienen en común la utilización de sendas transcripciones de interrogatorios forenses. Port Arthur reproduce los interrogatorios policiales a Martin Bryant, autor confeso del asesinato de treinta y cinco personas y de las heridas de otras veintitrés, durante los días 28 y 29 de abril de 1996, en Port Arthur, en la isla de Tasmania, al sur de Australia. La segunda pieza, Jauría, reproduce parte de los interrogatorios judiciales a la víctima y a los victimarios en el reciente caso de la manada, que tuvo su origen en la violación en grupo de una joven de dieciocho años durante las fiestas pamplonicas de san Fermín en julio de 2016.
La técnica de Casanovas es sencilla. Ya la empleó en Ruz-Bárcenas, en 2014 (que sería llevada al cine por Alberto San Juan). El autor aprovecha como material dramático las transcripciones de los interrogatorios de determinados casos mediáticos. La criminología es su asunto. El gancho de la actualidad y la sed de hechos reales hacen el resto. Se exponen así crudamente los hechos, disminuyendo al máximo la tarea del autor, que se limita a seleccionar y editar esa parte de la realidad apta para su propósito. Si quieren, pueden relacionar este procedimiento con el kino-pravda de Dziga Vertov, el cinéma vérité de Jean Rouch o con la literatura de magnetófono que imprecisamente se atribuyó a Rafael Sánchez Ferlosio.
Más acertadamente, hablaremos de teatro documento, pues, verdaderamente, se trata de la dramatización de sendos documentos. Por este motivo, gran parte del acierto artístico de Port Arthur y de Jauría depende casi exclusivamente del tratamiento que las piezas reciben por parte del director y los intérpretes.
En el caso de Port Arthur, la intervención de David Serrano, su director, se aplica a construir fidedignamente los tres personajes comparecientes y a crear el ambiente confianzudo entre los dos investigadores y el reo antes de su puesta a disposición judicial. No es poco, pues las mismas palabras pueden cambiar de sentido con entonaciones y lenguaje corporal diversos. Interpretar significa al mismo tiempo actuar y dotar de sentido. He aquí una primera falla en el intento de reproducir sobre el escenario unos hechos reales. El resultado podrá parecerse más o menos a lo que ocurrió, pero no es lo que ocurrió. El texto de Casanovas parece tener la pretensión de exponer limpiamente unos hechos para que el espectador juzgue por sí mismo. Pero esos hechos están mediados por la propia selección de Casanovas y por la interpretación del director y de los actores. La prueba forense, además, no se limita a los interrogatorios policiales, sino que consiste también en pruebas físicas, declaraciones, testimonios…
Cuando la ficción es puramente ficción no se produce este conflicto entre lo representado y su representación. Los códigos ficcionales están asentados en el imaginario moderno, de manera que solo un quijote concibe que lo que sucede en la pantalla es lo que realmente ocurrió. Con los géneros que emplean materiales reales, en cambio, la referencia real siempre crea una tensión con su representación. Cabe pedir cuentas al autor: ¿de verdad es esto lo que sucedió?
En un aparte de Port Arthur (una de las pocas licencias que se toma el autor) se deslizan algunas teorías controvertidas (conspiranoicas) sobre los propios hechos: la masacre fue un ataque “bajo falsa bandera” que se aprovechó para retirar del mercado australiano determinados modelos de armas; Wikileaks publicó los interrogatorios y contrastó el nivel intelectual del reo (por debajo del nivel intelectual del 98% de la población) con la supuesta complejidad de la acción criminal, presuntamente ideada por alguien con conocimientos de táctica militar. Todo esto con el propósito de formar una sociedad más libre, más informada, más crítica… Este es otro de los efectos de confundir la presentación de una parte de la realidad con la realidad misma.
La representación de los interrogatorios de Martin Bryant, por otra parte, tiene la virtud de presentarnos un criminal desvalido, un pobre tonto incapaz de controlar su propia vida. La banalidad del mal es una explicación mucho más económica que la presentación de Martin Bryant como chivo expiatorio de una confabulación de la policía, los jueces, el estado australiano, decenas de testigos y los mismos familiares de las víctimas.
Tomado como ficción, el caso de Martin Bryant tiene ecos faulknerianos. La representación del discurso de un simple tiene un gran recorrido estético, pues retrotrae a la infancia. El resultado de la irresponsabilidad de permitir que esa persona tuviera acceso a las armas no es solamente treinta y cinco muertes y veintitrés heridos, sino también treinta y cinco condenas a cadena perpetua. La enfermedad y la discapacidad mental pueblan las cárceles en cualquier punto del globo. Zola habría indagado las condiciones ambientales y genéticas que hicieron de Martin Bryant un asesino, pero el signo de nuestro tiempo son los hechos y los contrahechos.
Hay otra limitación en la realidad presentada como una sucesión de hechos. El hecho psicológico casi nunca es observable. El teatro, sin embargo, lo hace aflorar. Adrián Lastra imprime a la transcripción la compleja simplicidad de un estúpido devenido en criminal. Por su parte, Joaquín Climent y Javier Godino crean convincentemente las psicologías de sendos investigadores, encerrados entre su repulsión por los actos que investigan, su compasión por el criminal y su necesidad de seducirlo para que confiese.
La mano de Miguel del Arco se deja notar en la dirección de Jauría. Es cierto que la pieza está organizada con mayor libertad que la anterior. No se produjeron en realidad los careos entre la víctima y los miembros de la manada que la pieza presenta. Es una licencia del autor, que escoge lugares paralelos en las declaraciones y los confronta. Tampoco la lectura de los whatsapps del grupo de la manada, la recreación del angustioso portal en el que tuvo lugar la violación o las coreografías de los miembros de la manada en torno a la víctima son elementos estrictamente reales. Son, muy legítimamente, interpretaciones artísticas de unos hechos reales.
Se produce así un juego dramático que permite al director interpretar con mayor libertad los sucesos que tiene entre manos. Bajo el manto de la presentación inequívoca de la realidad, hay mucho de recreación artística. Al fin y al cabo, estamos en el teatro.
Además, se trata de un caso mucho más conocido que el anterior, por lo que la reconstrucción de los hechos a partir de las declaraciones de la víctima y los victimarios y de las preguntas de los letrados remite necesariamente al conocimiento que el espectador tiene del caso. Como algunos jurados, el público ha presenciado conversaciones, ha recibido noticias y ha asimilado informaciones que no debía. La presunta presentación de los hechos desnudos resulta también falaz, esta vez por un exceso del contexto informativo. Todo se inclina hacia la metáfora, pues, hacia la recreación artística, a pesar de la autenticidad de las palabras utilizadas.
Así, el documento cobra vida. Las frías transcripciones de los interrogatorios se convierten en el relato espeluznante de la incapacidad de los miembros de la manada para comprender el dolor de su víctima. Pero también, incomprensiblemente, esta falta de empatía está en el aparato judicial, en su desprecio ante las necesidades de la joven. Las preguntas de los letrados cobran en la representación el mismo tono de intimidación física que la propia violación. La lectura del voto discrepante de uno de los jueces de la Audiencia Provincial de Navarra pone de manifiesto las veleidades retóricas del juez. Desenmascara su doble ignominia, en el fondo y en la forma. El teatro cumple así la función de presentar lo invisible, la doble cara del ser humano, su capacidad letal y benefactora.
Las interpretaciones de Fran Cantos, Álex García, Ignacio Mateos, Raúl Prieto y Martiño Rivas cumplen el propósito de presentar la España profunda, incapaz de conmoverse con el sufrimiento de los demás. María Hervás (Iphigenia en Vallecas) encarna sin aparente esfuerzo el desvalimiento de la víctima. El resultado es la confrontación de dos realidades opuestas que echan chispas.
Port Arthur / Jauría estará en el Pavón Teatro Kamikaze entre el seis de marzo y el veintiuno de abril.
Port Arthur / Jauría, de @Jordi_Casanovas, TEATRO DOCUMENTO IMPRESCINDIBLE en @teatrokamikaze desde el 6 de marzo. Sobre los crímenes de Port Arthur y la violación de #LaManada #YoSíTeCreo. Reseña @avazqvaz Share on XPort Arthur
Autor: Jordi Casanovas
Dirección: David Serrano
Intérpretes: Joaquín Climent, Javier Godino y Adrián Lastra
Colaboración en la dramaturgia: Sílvia Sanfeliu
Dirección de producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño de sonido: Sandra Vicente_Studio 340
Fotografía: Vanessa Portela
Diseño gráfico: Patricia Portela
Comunicación: Pablo Giraldo
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Ayudante de dirección: Daniel de Vicente
Agradecimientos: Rita Deiana
Una producción de Kamikaze Producciones, Milonga Producciones, Hause & Richman Stage Producers y Zoa Producciones para El Pavón Teatro Kamikaze
Jauría
Autor: Jordi Casanovas
Dirección: Miguel del Arco
Intérpretes: Fran Cantos, Álex García, María Hervás, Ignacio Mateos, Raúl Prieto y Martiño Rivas
Dirección de producción: Aitor Tejada y Jordi Buxó
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Escenografía y vestuario: Alessio Meloni
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño de sonido: Sandra Vicente_Studio 340
Fotografía: Vanessa Portela
Diseño gráfico: Patricia Portela
Comunicación: Pablo Giraldo
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Ayudante de dirección: Xus de la Cruz
Guía didáctica: Nando López
Estudiante en prácticas: Luis Izquierdo
Agradecimientos: Rita Deiana, Lucía López, Paz de Manuel, Isabel Valdés
Una producción de Kamikaze Producciones, Milonga Producciones, Hause & Richman Stage Producers y Zoa Producciones para El Pavón Teatro Kamikaze
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