¿Dónde están las lágrimas de ayer por la tarde?
¿Dónde están las nieves de antaño?(Kurt Weill y Bertolt Brecht)
Me gustan las putas de Florencia, con su tierna aspereza. Hablo de las putas de antaño, como Villon hacía de esas damas que eran también cortesanas, es decir, rameras, y eran reinas y santas, amantes, visionarias, crueles, desdichadas. Mis putas son solo putas callejeras, honestas prostitutas de aceras y de asfalto: reinas y damas de pies hinchados que, cuando no avizoran al macho, se descalzan con un suspiro y dicen me matan los tacones. Con aquellas putas mías, amaba demorarme en pláticas nocturnas, de regreso a casa. Siempre alguna tenía entre las manos un periódico ajado, y juntas leíamos y comentábamos las noticias del día, reíamos los chistes o jugábamos a descifrar charadas. A voces discutían de pronto sobre un político, una actriz, un crimen, un determinado suceso, y yo las escuchaba atenta a la frecuente inteligencia de sus juicios y a la fantasía que, al tiempo, se entreveraba en ellos.
Habían aceptado ellas ya por costumbre mi visita: consentían que me sentase a su lado para leer juntas los diarios, charlar o tan solo observar en silencio la calle, los pasos de la gente, los edificios que se asomaban a la noche con su aplomo de saberse soberbios en una ciudad de tan hiriente belleza. Alguna acariciaba mi cabello, deshacía la cola o la trenza en que lo recogía y pasaba sus dedos por él, desenredándolo. Con sus dos manos lo alzaba para erigir efímeros peinados caprichosos y las otras sugerían cámbiale la raya de sitio, hazle un moño, no, échale todo el pelo hacia atrás. A punto de agotarse el entretenimiento, la mujer me trenzaba de nuevo el cabello o decidía, esa noche, que mejor suelto.
No hablábamos de sexo ni yo las hastiaba con preguntas acerca de su oficio. Me habría parecido inoportuno mencionar el trabajo en esos ratos suyos de descanso o de espera. Hablábamos, así, de todo; no hablábamos de nada. Me sentía a gusto con ellas.
Cuando las veía calzarse, erguir el busto, tentar el contoneo y pintar en sus rostros la mirada procaz y la sonrisa, sabía de la proximidad de un posible cliente. Según quien fuera este, mis putas me dejaban permanecer a su lado o, en cambio, me alejaban con un rápido vete rubricado por el aleteo de su mano. Era distinto cuando el hombre era uno de sus chulos: en esos casos, exclamaban airadas que las dejase en paz, que no las molestase, que me largara y que no querían verme rondándolas nunca más. No requería de un guiño furtivo para interpretar lo fingido de su cólera: era la señal acordada entre nosotras para alertarme del peligro.
Y entonces me alejaba sin mirar hacia atrás, sin un hasta mañana que podía o no ser, pues ignoraba si mis pasos, a la noche siguiente, me llevarían al encuentro con mis putas, si acaso estaría aún yo en Florencia o ellas en su recodo, abiertas al deseo que acechaba en las sombras y que doblaba esquinas. Ignoraba, aún lo ignoro, si alguna vez estuve allí, si ellas existieron, si yo misma existí; si alguna noche me detuve ante ellas y me quedé a su lado para aprender a amarlas y noche a noche hacerlas crecer en mi memoria.
¿Existió esa ciudad, y nosotras en ella? ¿Existe, todavía? Echo en falta su río, el rigor de la gracia, el aire que severo perfila arquitecturas, y recuerdo a mis putas, aquellas damas que fueron como nieves de antaño.
Eran también cortesanas, es decir, rameras, y eran reinas y santas. Relato de @arteyprecine: Las putas de antaño. Share on X
Sí, María, son mujeres de verdad. En algunos casos, grandes mujeres; en otros, mujeres sin más, ni pequeñas ni grandes, como podemos serlo cualquiera de nosotras. Respeto a las prostitutas; desprecio a quienes las utilizan, ya sea como proxenetas, ya como clientes. La prostitución debe ser erradicada y, para ello, pienso que la mejor política es la que llevan a cabo en Suecia. Nuestros cuerpos no son objetos a la venta para satisfacer las urgencias sexuales de nadie. Ni tampoco como vientres de alquiler, ni de ningún modo que nos cosifique. Esta es mi opinión. No somos «cosas». No estamos a la venta. No.
Gracias por tu comentario. Un abrazo muy fuerte,
No estamos en venta…, y sin embargo, nos venden. Nos han vendido desde el principio de los tiempos. La prostitución es el oficio más viejo, dicen. No tengo nada contra quien la ejerce voluntariamente, pero todos sabemos que muchas llegan obligadas por otros o por necesidad.
¿Todavía hay alguien que crea que la prostitución no podría estar erradicada? Claro, que sí. Lo malo es que son muchísimos los hombres que van de putas, entre ellos, jueces, policías, políticos…, es decir, quienes detentan el poder. Así las cosas, yo tengo claro que no hay ninguna voluntad de acabar con la esclavitud sexual.
Francisco Granados celebra sus éxitos con un volquete de putas que le pagamos entre todos. Eso lo dice todo…
Un abrazo.
Me quedo pensando…, pensando en que no sé qué escribirte en este comentario porque la prostitución es algo tan ajeno a mí, tan desconocido que quizás no valga la pena decir nada. Y de pronto, me doy cuenta de por qué esa distancia entre las prostituyas y yo, y el descubrimiento es terrible y me deja anonadada. Tanto que reconsidero contároslo, pero, en fin, allá va: la sociedad tiende a poner distancia y a deshumanizar lo desagradable.
Para el hombre que va de putas, la mujer no es más que algo de usar y tirar. La deshumaniza: le importan un bledo sus problemas, sus sentimientos, si ha llegado a la prostitución de forma voluntaria o es una esclava. La mujer no es nada.
Sin embargo, en tu relato, las prostitutas son mujeres de verdad, de carne y hueso, con vida, son sentimientos. Gracias por traerlas hasta aquí de esta forma más humana.
Unas interpretaciones muy sugerentes. ¡Y esa espléndida alusión a la mitología vasca, Begoña! Muchísimas gracias por vuestras lecturas y comentarios.
Me encanta el relato, el ensueño de acercarse a las putas de una manera tan sutil, tan delicada que lleva a pensar en la reina de las putas, la extranjera, diferente a todas pero cercana desde su distinción, su elegancia y su presencia protectora.
Resulta una sorpresa que, al final, sea Ella la protegida de los hombres que podrían significar un peligro.
Las mujeres son las protagonistas y hay una mirada de arriba a abajo y de abajo a arriba, se trata de mujeres, complicidad entre mujeres y esperanza en la noche que es el escenario del relato.
La escena, casi mítica,es muy plástica, me ha hecho recordar a las » lamiak» personajes femeninos de la mitología vasca que se reunen en los bosques y en las orillas de los ríos y cantan y hablan y ríen mietras peinan sus cabellos noches de luna y peinan sus cabellos. No hay hombres, solo Basa Jaun, el señor de los bosques pero no asiste, no hay presencia.
Me ha gustado mucho la visión romántica y natural, idealista, de esas putas de antaño, cómplices de los espíritus libres.
Un relato que ha despertado mi empatía y también la ternura, por qué no decirlo. Muy bien descrito. Un abrazo para la autora. Mi apoyo a la revista.
Cómplices, mujeres reales o de ensueño, realidad que se mezcla con lo irreal… Carmen domina la llave de la narrativa, hace que el relato flote y acaricie al lector. Gracias por seguirnos, Marisa, un gran placer tener lectoras como tú.