Francisco de Quevedo
Francisco de Quevedo nació en Madrid en el año 1580 en el seno de una familia ilustre descendiente de Cantabria. Pasó su niñez en la villa y corte de Felipe II, rodeado de nobles y cortesanos, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio. Desde pequeño se entregó de forma compulsiva a la lectura. Quedó huérfano de padre a los seis años y estudió Teología en Alcalá de Henares, sin llegar a ordenarse sacerdote.
Durante su estancia en la Corte de Valladolid, ya con Felipe III, circularon sus primeros poemas, que parodiaban a Góngora. Éste, que se percató pronto de que el joven poeta socavaba su popularidad y buscaba fama y dinero a su costa, decidió atacarle con una serie de sátiras para contenerle en su proceder. Pero lejos de intimidarle, Quevedo contraatacó y se generó entre ellos una enemistad de por vida. A su muerte, Góngora, todavía le dejó esta quintilla como recuerdo:
Musa que sopla y no inspira
y sabe que es lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,
no es de Apolo, que es mentira.
Durante su época estudiantil, Quevedo escribió opúsculos burlescos, desvergonzados y de mal gusto, que le harían popular. Obras que él mismo denunció a la Inquisición, no ya para que no se propagaran, sino para evitar que a su costa medraran los impresores, que empezaban por entonces a llevarlas a letra impresa.
Quevedo llegó a ostentar los títulos de Señor de la Torre de Juan Abad (municipio de Ciudad Real) y Caballero de la Orden de Santiago, cuya cruz latina, con sus brazos rematados en flor de lis, lucía siempre en el pecho.
Su originalidad radica en el conceptismo barroco, muy dado a la parquedad, la elipsis y el ingenioso juego de palabras cortesano, que manejaba con habilidad.
#Quevedo y #Góngora, un duelo a verso limpio que derivó en una enemistad de por vida. #poetasespañoles. Un artículo de José Mª García Plata. Share on X
Obra literaria
Poesía
Quevedo cultivó satírico-burlesca, amorosa, moral e inmoral, heroica, descriptiva, religiosa y fúnebre. Entre la satírico-burlesca, estos sonetos a Góngora escritos en endecasílabos, con rima consonante y dos primeras estrofas en cuarteto:
Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.
O este otro:
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.
Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.
Entre la poesía amorosa que escribió, se deja como ejemplo la primera estrofa de un soneto titulado «Definiendo el amor»:
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Ahora transcribimos los dos cuartetos de un soneto de su poesía metafísica-moral.
Cargado voy de mí, veo delante
muerte, que me amenaza la jornada:
ir porfiando por la senda errada
más de necio será que de constante.
Si por su mal me sigue necio amante
(que nunca es sola suerte desdichada),
¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisada
donde la dio tan ciego caminante.
La mayor parte de sus poemas aparecieron publicados de forma póstuma en dos obras: El Parnaso español y Las Tres Musas Últimas Castellanas.
Obra en prosa
1.- Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo.
Es una obra filosófica, complicada, considerada una de las maestras del Barroco. Se divide en cinco partes: «Sueño del juicio final», «El alguacil endemoniado», «Sueño del infierno», «El mundo por dentro» y «Sueño de la muerte». Todas destacan por sus juegos conceptistas, sus alegorías y el rico léxico del autor. En ellas logra una crítica social a todos los estamentos de la España de los Austrias. Plantean una justicia divina más cercana al castigo que a la gracia. Los relatos oscilan entre disquisiciones filosóficas y moralistas y ataca los vicios de sus contemporáneos.
2.- El buscón
Esta obra pertenece al género picaresco, en parte autobiográfica. Quevedo nunca la reconoció como suya. La vida del Buscón plantea la historia de Pablo, nacido en una familia pobre y de dudosa honorabilidad, en su intento por medrar socialmente, siendo impulsado por una fuerte mentalidad nobiliaria, que lo hace rechazar los lazos de sangre a los que pertenece. En este sentido, el autor estaría criticando el fuerte clasicismo social que existía en la España en la que le tocó vivir. Así mismo, dibuja ridículas situaciones que evidencian lo absurdo que puede resultar ese intento por olvidar el propio origen y convertirse en algo que no se es, por el solo hecho de figurar. Sin embargo, él no hace ningún juicio de valor, sino trata de diseñar a los personajes y situaciones, para que el lector asista al espectáculo y juzgue según su criterio.
Quevedo no ataca a la sociedad en sí, sino al protagonista empeñado en alcanzar un estatus a costa de humillaciones, que acabarían por hacerlo un pícaro.
Nadie puede decir que Quevedo no fue una de las grandes plumas del Siglo de Oro. A él debemos el conceptismo, que perdura en nuestros días, con más rigor si cabe, porque nos es más necesario ir directamente al grano, debido al poco tiempo de que se dispone para la lectura.
Los mismos que lo auparon llegaron a desterrarlo en varias ocasiones y el Conde Duque de Olivares lo encerró en el convento de San Marcos de León, de donde Quevedo salió con la salud muy debilitada.
Murió en Villanueva de los Infantes, (Ciudad Real), en 1645. Fue un hombre muy culto, pues tocó todos los estilos, y si bien se le conoce más por lo burlesco y por sus enfrentamientos con Góngora, su otra vertiente, la seria y dedicada a la crítica literaria, no se quedan a la zaga.
A #Quevedo le debemos el conceptismo, que perdura en nuestros días, con más rigor si cabe, porque nos es más necesario ir directamente al grano. Un artículo de José Mª García Plata. Share on X
El autor de este artículo homenajea al ilustre conceptista con un poema propio titulado:
Menos es más
En los patios palaciegos
de tu albor, donde el trajín no daba tregua
para pensar más que en los bretes
de una España sometida a escaramuzas
y adeudos,
tú, Quevedo, paticojo y vista-corta,
pararrayos de las burlas de cortesanos infantes,
(Bullyng, que se dice ahora)
te asociaste con los libros para mitigar tu angustia.
Y, como si venganza fuere
lo que llenó tus adentros, usando de tinta infecta,
pronto tu pluma de águila vomitaría por su boca
toda clase de improperios,
sin dejar en este mundo flanco que no aliquebraras.
Enemigos, no sé cuántos.
La espada siempre dispuesta a solventar
con su hierro insignificantes agravios.
Y por fastidiar a Góngora, malabarista
de letras, te diste al conceptismo,
con un acierto que embruja.
Para ti, menos fue más.
«Pues una imagen valía por cien palabras completas».
Si el dibujo era mental, yo diría que a ciento veinte
se aproximaban los cálculos.
Hoy te dedico mis odas,
seguidor de sutilezas y de tu género en práctica,
que más que nunca perdura
por las presiones sufridas en los tiempos
que vivimos.
¡Hurra a tu estilo, Quevedo:
Minimalista y elegante!
© José María García Plata
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