Ahora que vivimos tiempos distópicos, propongo acogernos a una religión laica y universal y llamarla literatura. Todos bajo un mismo y ecuménico paraguas. Si la vida estuviera funcionando como venía, le habíamos cogido el tranquillo, luego no haría falta cambiar los ritos habituales. Pero como resulta que algo se ha roto, la ocasión la pintan calva.
Las religiones son exclusivistas, ciñen lo propio y descartan como paganas o pacatas otras creencias que no refrendan su hecho diferencial; viven encomendadas a sus propias prácticas fanáticas y restrictivas. Hay que reconocer que tienen bellísimas metáforas, pero la literatura no les anda a la zaga sino que las acoge en su seno: los propios relatos bíblicos son relatos literarios.
De manera que, solo nos queda definir qué es literario y qué no, puesto que los bordes literarios tradicionales son cada vez más difusos y transfronterizos y la hibridación de los géneros va ganando terreno.
Ahora que vivimos tiempos distópicos, propongo acogernos a una religión laica y universal y llamarla #literatura. Todos bajo un mismo y ecuménico paraguas. @marianRGK. Share on XQué es literatura
La propuesta de si la literatura puede ocupar o no el rango de religión universal exige primero concretar qué es literatura.
«La literatura es una construcción humana y racional. Los dioses no hacen obras literarias ni las inspiran —dice el profesor Jesús Maestro—. Es humana porque la construyen seres humanos y es racional porque brota de su razón; por consiguiente, exige también ser interpretada por seres humanos y conforme a criterios y argumentaciones racionales».
Es decir, ni plantas ni dioses ni otros animales en la escala de las especies están llamados a esta cena.
«La literatura se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y el enfrentamiento dialéctico —añade Maestro— y utiliza signos del sistema lingüístico a los que confiere un valor estético y otorga un estatuto ficcional».
Ahí queda especificado un concepto que delimita los bordes de lo que llamamos literatura. Nos queda definir quiénes somos nosotros que la interpretamos.
Quiénes somos nosotros
La pregunta tiene tela porque implica responder quiénes somos nosotros que nacemos y nos desarrollamos en contextos previamente formateados. Nos cuesta mucho deconstruir este aspecto nuestro, puesto que exige que nos veamos desde un afuera en el que estamos inscritos por defecto.
Pero es más fácil hacerlo ahora que hemos entrado de cabeza en esta crisis. Es en tiempo de crisis cuando volvemos a las grandes preguntas, a tratar de entender qué pasa y qué papel jugamos. En circunstancias normales, alguien diría: «buenas ganas de buscarle tres pies al gato» o «de arañarle el pelo al huevo». ¿Para qué hurgar en lo que va bien?
Así que aprovechemos ahora que las cosas van solo medio bien y se nos ha roto esa especie de felicidad de serie y atrevámonos a hurgar un poco.
¿Somos quienes queremos ser o somos lo que otros necesitan que seamos? ¿Y qué hace la literatura en medio de todo esto?
¿Somos quienes queremos ser o somos lo que otros necesitan que seamos? ¿Y qué hace la #literatura en medio de todo esto? @marianRGK: Una religión laica y universal llamada #literatura. Share on XLa literatura frente al poder
Si, tomados de uno en uno, es complicado responder si somos quienes queremos ser, cuánto más difícil es responderlo referido al grupo. Lo sexual, las clases sociales, lo ideológico, lo cultural, lo nacional, lo religioso… cambia todo el tiempo: las personas vamos y venimos, hoy comulgamos aquí y mañana allá; hoy votamos a este y mañana al otro; hoy nos gustamos de H y mañana de B. Estamos en un devenir que se despliega como el cuarto de juguetes de un niño. Nada es esencial sino contingente.
Y, sin embargo, es lo que les gusta a los amos del poder: despojarnos de accidentes, reducirnos a lo más menudo y manejable, cosificarnos. Hacer una especie de foto fija de la comunidad y forzarnos a que nos bañemos permanentemente en el mismo río. Al poder le molesta el ser humano que se sale de la fila, que los humanos se muevan en ondas, espirales o se vuelvan puntos dispersos. Le molesta que nos salgamos de las casillas de los hábitos de consumo.
Conocemos la oposición violenta que la literatura ha suscitado a través de la historia en regímenes totalitarios. Conocemos obras que han retratado ese tipo de siniestros escenarios con autores que se salieron de la fila: Aldoux Huxley con Un mundo feliz (1932), George Orwell con Mil novecientos ochenta y cuatro (1948) o André Maurois con La máquina de leer los pensamientos (1958).
La literatura es transgresora
La literatura permite mostrar todo ese devenir que somos. Nace del contacto con lo diferente, con lo extraño, con eso que uno puede ver como ajeno, como otro. Nos vuelve conscientes de aspectos que nos pertenecen al poner de manifiesto detalles y pormenores de nuestro ser humanos. Gracias a la literatura rodeamos la verdad, nos aproximamos a ella. Es nuestro ascenso al Everest de la consciencia. Aunque por el camino tropieza y toca fibras molestas.
Leemos lo mismo, pero a cada uno nos dice cosas distintas, aunque nadie se asombra por ello ni montamos guerras fratricidas.
Al Don Quijote de la Mancha lo avalan ediciones continuadas a lo largo y ancho de cuatro siglos, solo superadas por las de la Biblia. Cervantes se dio el lujo de criticar y satirizar todo lo que se le ponía por delante burlando al poder y a la mismísima Inquisición, y distrayendo con magistral habilidad su propia autoría (¡imposible cazarlo!). Cervantes puso una pica en el Flandes literario e inauguró la que podríamos denominar la piedra filosofal de la nueva religión.
Quiero mencionar a Henry Miller, su sensualidad, la calle, las prostitutas, su lenguaje irónico, directo, crudo pero lúcido, hondo y lleno de reflexiones que reclaman la liberación del individuo y, por supuesto, de la literatura. O a Navokov, capaz de darle la vuelta a la tortilla forzándonos a una identificación con el narrador y aborreciendo a la estúpida Lolita hasta ese final en que recobramos el sentido común.
Gracias a la literatura rodeamos la verdad, nos aproximamos a ella. Es nuestro ascenso al Everest de la consciencia. @marianRGK: Una religión laica y universal llamada #literatura. Share on X… y es también la casa de todos
La literatura es ese lugar en que se acogen contradicciones, conflictos, condicionamientos socioculturales, alienaciones; las relaciones de los humanos entre sí y las de los humanos consigo mismos; las del control y la degradación; las de todo tipo de cuestionamientos que nos hacemos. La aristocracia, la burguesía, los bajos fondos. Los desvaríos y lo rutinario. Lo íntimo y lo visceral. La égloga y la parodia. Las vanguardias y las retaguardias. Los aliados y los enemigos. Lo estético y lo antiestético. Lo general y lo particular.
Si cada corriente religiosa dice de sí misma que es la casa de todos, en la práctica solo lo es de sus correligionarios. Del resto, solo espera que se conviertan en furibundos defensores de la única y verdadera y favorita del exclusivo Dios.
La literatura, en cambio, espera lo más de todos pero ni remotamente que se conviertan a un género en exclusiva. A nadie apremia ni fuerza con qué debe gustarle y qué no. Camina libre de prejuicios; prejuicios, si los hay, pertenecen a ciertos sumos sacerdotes que se otorgan a sí mismos la capacidad de señalar qué debe ingresar en la memoria literaria del mundo y qué no. Pero aunque puedan mirar con cierto desdén a quienes no las siguen, la literatura no los excomulga.
La #literatura camina libre de prejuicios; a los sumos sacerdotes que se otorgan a sí mismos la capacidad de señalar qué debe ingresar en la memoria literaria del mundo y qué no, la literatura no los excomulga. @marianRGK. Share on XLa literatura como religión laica y universal
Somos relatos. Nos contamos a nosotros mismos quiénes somos y contamos a otros a cada momento ese relato que acabamos de construir y que siempre estamos actualizando. Pero más allá de estar abiertos a los cambios, a lo que puede contaminarnos, a percibir a los demás en nosotros mismos, solo la literatura nos permite elevar todo eso a categoría de arte; nos permite hacer visible lo que a menudo se invisibiliza.
De lo contrario, lo otro se vuelve cada vez más ajeno, extraño, extranjero, opaco. Todo lo más, se tolera como algo que uno condesciende en soportar.
La pandemia nos ha vuelto sospechosos a todos. Todos somos otros, extranjeros, extraños. Nos fuerza a cambiar los relatos invitándonos a dejar de amurallarnos como puros, inmaculados, incontaminados. Hoy podemos no estar en el banco de los declarados y mañana sí.
Hace unos días, mi madre me decía que había dejado de pedirle a Dios que terminara la pandemia «porque Dios —decía— no juega en esta liga». Estaba «cansada de rogarle y de que Él esté a sus cosas». Se ve que sus cosas nada tienen que ver con lo humano porque un Dios que no es ni griego ni egipcio ni romano debe tener otro tipo de proyectos entre manos. Igual nos ha dejado solos mientras mira de reojo y con la ceja levantada cómo vamos remando para alejarnos del abismo.
Tendríamos que canonizar la literatura porque es lo único que nos conecta con el otro, con los demás.
Somos #relatos. Nos contamos a nosotros mismos quiénes somos y contamos a otros ese relato que siempre estamos actualizando. Tendríamos que canonizar la #literatura porque es lo único que nos conecta con los demás. @marianRGK. Share on XLa universalidad de la literatura frente a la de las religiones
Si las religiones traicionan lo más genuinamente religioso con sus prácticas, la literatura no. La literatura no pretende domesticar a nadie. Si la religión se zafa de ciertas cuestiones que considera artículos de fe, la literatura las atraviesa, no teme adentrarse y que no pueda responderse todo; no necesita invocar la fe, sino suspender la incredulidad del lector, pero es que el lector llega avisado. Sabe que va a leer una ficción.
En las prácticas religiosas hay política, poder, sujeción, sometimiento. En la literatura, igual, y sin someter a nadie: es abierta, confiada, acomodaticia, atenta al detalle (¡ay, Chéjov, qué ojo para capturarlos!) y la repetición no la vuelve cansina ni la práctica ritualista la desprovee de sentido; es más: revela su magia de continuo. Es libre e imaginativa. Cuida lo razonable y lo emocional; al contrario que las religiones, que con frecuencia desconfían de lo que le brota espontáneamente al ser humano y tapan las angustias a base de padrenuestros y similares. La literatura las acoge. No prohíbe la masturbación.
Valdrá la pena pensarla como religión universal, mucho más acogedora, veraz y valiente puesto que nada teme perder.
Cito de nuevo a Jesús Maestro: «No hay gran literatura que no se haya escrito contra la literatura». Es más: y no solo no le importa sino que se crece.
Ni obligaciones ni rituales que ciñan el hecho literario
Uno de los grandes cismas entre religiones es que cada una cree estar en posesión de la verdad. La literatura, no; se contenta con la verosimilitud. Una verosimilitud que hace revelaciones a través de los mecanismos literarios y alumbra zonas oscuras del ser humano a partir de esa fuerza que podemos llamar retórica. Permite entender que todo está relacionado con todo. Ni tiene que ser moral ni recta ni políticamente correcta.
No obstante, de vez en cuando se oyen voces que pretenden meterla en cintura o que camine marcando el paso de lo que impone la moral social: no admiten pederastas ni Lolitas porque los unos son deleznables y las otras unas pobres criaturas confinadas en su femineidad y clamorosa juventud. Y claman por una censura que creíamos estar muy lejos de haber superado, cuando son esas mismas voces las que no entienden de sutilezas ni de dobles sentidos ni admiten las contradicciones en que nos movemos los humanos.
Porque estamos haciendo defensa de la literatura; ni siquiera de sus autores que, dicho sea de paso, en ocasiones son auténticos botarates que, pese a quien pese, tienen maestría para relatar historias que se nos meten en el ojo. Sin mantras ni jaculatorias. Con triquiñuelas que dicen más que muchas frases elocuentes.
Con ritmo. Con música.
Libres.
Un artículo de Marian Ruiz Garrido
Portada de David de la Torre
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