La era dorada de la televisión trajo consigo la enorme posibilidad de ofrecer al televidente un tipo de producto televisivo, que hasta hace poco menos de una década, resultaba desconcertante. Y lo ha hecho, gracias no sólo a multiplicidad de formatos de transmisión, sino al hecho de analizar las propuestas temáticas como una búsqueda de identidad que Cinco series insólitas atraviesa viejos clichés y estereotipos: desde la mirada insistente sobre el futuro — la Ciencia Ficción en estado puro — hasta las emociones humanas, las series han logrado construir una nueva perspectiva sobre el discurso televisivo y lo que es más importante, su repercusión como reflejo de la época contemporánea. Los más singulares puntos de vistas, analizados a través de refrescantes análisis de la realidad, del tiempo e incluso de lo individual como algo más profundo que una mera idea intelectual.
Por supuesto, entre la variedad de series que ofrece la parrilla actual, hay una gran cantidad de propuestas que analizan la realidad con enorme originalidad. Quizás, por su insólita manera de meditar sobre tópicos en apariencia comunes, algunas series pueden reinventar la realidad de manera asombrosa. Y nuestras favoritas — algunas de las tantas — son las siguientes.
Cinco series que reinventan la realidad desde un punto de vista original e insólito que ya deberías haber visto. Y si no es así, déjate sorprender con estas propuestas #seriéfilas de @Aglaia_Berlutti: #SeriesInsólitas, Share on XCinco series insólitas que reinventan la realidad
3% (Pedro Aguilera para Netflix)
Series insólitas —1—
La historia de 3% — post apocalíptica y directamente distópica — parece ser otra de las apuestas de Netflix hacia el género de ciencia ficción, como también lo es Altered Carbon (protagonizada por Kristin Lehman, actriz de la serie The Killing, también de Netflix) y Stranger Things, con una tercera temporada ya anunciada para 2019. No obstante, 3% llegó a la pantalla chica precedida por una historia propia: como webserie creada por el productor Pedro Aguilera en 2011. Despertó el interés de la crítica y del público durante el corto tiempo en que se mantuvo al aire. Además, 3% es quizás la aventura más osada de Netflix para nuestro continente: la serie es la primera producción realizada en su totalidad en Brasil y hablada en portugués que el canal estrena, lo que supone una nueva visión de Netflix sobre el mercado latinoamericano.
En esta serie se profundiza en lo planteado por la webserie de Aguilera. La historia se sitúa en un futuro no muy lejano en el que sólo el 3% de la población de Brasil supera una serie de exigentes pruebas físicas y mentales para alcanzar el «Progreso», punto élite de la cultura distópica que se describe. El otro porcentaje deberá enfrentarse a la condena de la «Devastación», un espacio sin ley y sumido en el caos que define el horror de una sociedad rota y estructurada con fuertes jerarquías.
Al estilo de las sagas de Los juegos del Hambre de Suzanne Collins e Insurgente de Verónica Roth, en 3% se exploran los límites del existencialismo basado en la supervivencia. También medita sobre la naturaleza humana, el belicismo, la confrontación en medio de los límites de lo que consideramos identidad humana y sobre todo, cuestiona los elementos que sostienen a nuestra pretendida racionalidad. Como propuesta, la serie no se permite concesiones ante una interpretación alterna sobre la crueldad inherente al ser humano y, mucho menos, en la comprensión sobre la violencia intrínseca en nuestra visión de la sociedad.
Atelier (Daisuke Sekiguchi para Netflix)
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Más que una serie, podría decirse que Atelier es un dorama (novela japonesa con hincapié en el romance y las relaciones emocionales entre los personajes), pero también es algo más elaborado, extraño y duro de asimilar. Ambientada en el mundo de la moda, la serie sigue los pasos de una joven pintura que intenta abrirse camino en una empresa de Moda, a la vez que debe enfrentar a una despótica figura de autoridad femenina que tiene todo el poder para destrozar su incipiente carrera ¿Te parece conocido? Por supuesto, ya debes haber reconocido la trama: Esta reinvención del Demonio Viste de Prada tiene excesivos paralelismos con la película de David Frankel del 2006 como para pasar desapercibidos. No obstante, esta mirada a la lucha por el estatus social dentro del sofisticado mundo de los grandes atelier japoneses es algo más que un imitación de la icónica película con acento asiático: la producción tiene la inteligencia suficiente para construir una versión de la historia original, que sorprende por su buen hacer, pero, sobre todo, crea una nueva dimensión sobre la rivalidad profesional, el impulso creativo y el drama, convertido este en una búsqueda en paralelo de una identidad mucho más amplia y elocuente.
Claro está, se trata de una historia japonesa, y como tal, resulta muy curiosa su manera de elaborar sentido y ritmo dentro de una versión de la realidad casi etérea. Mientras la mayoría de los personajes van de un lado a otro en medio de rollos de tela de seda y muselina, intrigas de salón al mejor estilo de los dramas históricos se llevan a cabo entre bambalinas. El resultado es una combinación tensa y profundamente emocional del poder como atributo y, también, la concepción de la identidad dentro de una cultura para la que las emociones se encuentran prohibidas o, directamente, reprimidas. En conjunto, Atelier es una búsqueda de significado sobre la capacidad para crear bajo la clave de un aparente melodrama. Como si se tratara de un juego de capas y dimensiones, el verdadero valor de Atelier se hace evidente cuando la trama muestra su principal fortaleza (esa mirada dura y casi agresiva sobre la lucha por la preeminencia de la identidad) en medio de una concepción sobre lo sentimental, muy antigua y casi formal. Si quieres comenzar a recorrer el mundo de los doramas, esta podría ser la puerta abierta para insólita experiencia sobre el mundo cultural y las costumbres japonesas.
El perfume: (Oliver Berben y Sarah Kirkegaard para ZDF Neo)
Series insólitas —3—
¿Qué hace un asesino serlo? ¿Cómo se analiza la percepción de la violencia a través de la noción sobre el bien y el mal como elementos inevitables del espíritu humano? La adaptación del libro El Perfume de Patrick Süskind para la cadena alemana ZDF neo, llevada a cabo por los productores Oliver Berben y Sarah Kirkegaard (y que llegó a Netflix el 21 de diciembre del año pasado), tiene la misma construcción alternativa de la realidad de su gemelo literario, que resulta convincente no sólo por su capacidad para mostrar una percepción sobre el asesinato y la violencia por completo nueva, sino que, además, elabora las ideas de la novela con la misma sutileza perversa. A diferencia de la adaptación cinematográfica de 2006, la serie toma la audaz decisión de situar la acción en la época moderna. Un paso que podría resultar contraproducente e incluso fallido si la serie no estuviera profundamente interesada en reflexionar sobre el mal en estado puro y su posible belleza de la misma forma en que lo hizo Patrick Süskind en su libro. Como obra intimista, la novela intentó retratar una época y un país, la Francia del siglo XVIII. Lo logra con inusitada habilidad: aunque Süskind no intenta crear un relato basado en lo histórico, el tiempo y la época brindan un peso y una dimensión totalmente nueva a la narración. Lo mismo ocurre con la serie: La historia del asesino nacido del caos — y gracias al caos — toma una nueva dimensión gracias a la mirada del argumento sobre la violencia como una necesidad insoslayable, entrelazado con los peores dolores y pecados de nuestra época. Mientras Süskind construyó con habilidad una historia que bebe de un existencialismo evidente, la serie basada en la historia recorre la naturaleza salvaje de la violencia y lo sexual desde una mirada casi subjetiva. Como si se tratara de un estudio sobre la posibilidad de la agresión — el arte de la muerte, como insiste uno de sus personajes en un momento dado de la acción — , el argumento episódico aporta a la historia una dimensión múltiple: no sólo se trata de los asesinatos que comete el personaje, sino la manera en que despiertan interés y maravilla. La violencia por sí sola no sería tan impactante, a no ser por la expectación y el deseo que provoca. Y es esa percepción sobre el acto del horror — la concepción de la muerte como un fenómeno colectivo — lo que convierte a la serie en un cuidado estudio sobre la psiquis humana.
The Rain (Jannik Tai Mosholt, Esben Toft Jacobsen y Christian Potalivo)
Series insólitas —4—
Otra serie distópica para la lista aunque en esta oportunidad, no pretende serlo. Sin embargo, lo es en la medida que analiza la incertidumbre y el futuro a través de un novedoso punto de vista. ¿Qué ocurriría si el enemigo a vencer es en realidad algo de lo que no podemos escapar? Se trata de una propuesta ambiciosa que no remonta la imposibilidad — ¿de dónde proviene exactamente la lluvia venenosa? ¿hay algún tipo de posibilidad de evitar sus efectos? — sino que transita el paso del tiempo como panacea para comprender la supuesta profundidad de la mirada inquieta sobre la forma en que los supervivientes adecuan su vida a la existencia de una amenaza inevitable. Las familias que se ocultan en algún búnker improvisado, para denotar la incapacidad de los pocos sobrevivientes de enfrentarse bajo cualquier circunstancia a lo que la lluvia simboliza y significa. Familias que huyen en grupo, aterrorizadas y siempre bajo la amenaza de morir al menor descuido. La apertura dramática da paso a una noción claustrofóbica sobre la vida cotidiana, que podría ser más efectiva con un elemento de verosimilitud mucho más firme. Pero en realidad, la serie es incapaz de decidirse entre el miedo y la percepción de la desgracia como un hecho emocional. El peso de la tensión y el miedo se alivia por la ternura que se profesan los personajes unos a otros. No obstante, el vínculo entre ellos no es lo suficientemente fuerte — o el guión no profundiza demasiado en sus rigores y particularidades — como para que resulte de real importancia para comprender la totalidad de la trama.
De la misma manera que otras series basadas en la distopía y la caída del mundo tal y como lo conocemos, la historia toma aires trágicos y heroicos cuando los personajes deben abandonar el búnker en el que han sobrevivido, para enfrentarse al mundo más allá. De pronto, la historia mínima y doméstica se abre espacio hacia algo más elemental y sobre todo, conocido. Los clichés abundan en medio de las relaciones interpersonales incompletas, ambiguas y sin la suficiente firmeza como para que el argumento pueda transcurrir con meridiana coherencia. De la noción de lo íntimo y claustrofóbico (el pequeño espacio consagrado al amor familiar que de pronto se destruye para abrirse a un exterior peligroso y agreste), The Rain no logra unir ambas visiones sobre la tragedia sin nombre que acaece y mucho menos, sostenerla con cierta coherencia estructural.
Mr. Robot: (Sam Esmail para NBCUniversal Television Distribution)
Series insólitas —5—
Mr. Robot es uno de los productos más curiosos de la llamada «época dorada» de la televisión. A medio camino entre la teoría conspirativa y la paranoia social que acentúa la adicción a la tecnología contemporánea, la serie es una mezcla curiosa de una multitud de referencias e implicaciones de la cultura pop. A pesar de eso, la historia de Mr. Robot continúa siendo original y sorprende por su frescura y solidez. El motivo es quizás una confluencia de factores afortunados: desde la inteligente construcción narrativa del productor Sam Esmail (que sorprende por su pulso preciso) hasta los enormes conocimientos, recursos e imaginación de su nutrido grupo de colaboradores. El resultado es una obra única, insólita y que cumple con holgura quizás el propósito esencial de cualquier propuesta actual que se precie: sorprender a su público.
Más allá de eso, Mr. Robot es una mirada refrescante a nuestra cultura, un análisis sobre los elementos y piezas de la identidad colectiva, que la serie desmenuza desde la ambigüedad. Nada es real o irreal en medio de una narración que disfruta en jugar con los planos secuencias confusos y el punto de vista del observador. Lo hace además, desde la perspectiva de la desconfianza elemental que el hombre actual siente hacia el Sistema (ese gran miedo invisible que se hace cada vez más real) y que lo engloba todo como un trauma colectivo. El guión de Esmail se basa en una combinación precisa de imágenes y sonidos, en un híbrido consistente donde el guion avanza con una rapidez desconcertante. Cada movimiento de cámara, secuencia y acento musical sirve a un propósito específico y es entonces cuando la serie alcanza su mayor apuesta: comunicar a través de un lenguaje concreto el submundo que dibuja con una eficiencia que asombra por su sutileza. El estado mental del héroe, la forma como los personajes se relacionan unos con otros, la mirada conjuntiva que lo une todo en un único arco narrativo, construyen un mapa de ruta a través de la historia. Y aunque no se trata de un espectáculo sutil — Mr. Robot no intenta serlo y lo deja claro desde sus créditos — demuestra que hay un equilibrio entre la imagen y la palabra que pocas veces se logra en un guion. Y eso sin duda, es el mayor éxito de la serie.
Un artículo de Aglaia Berlutti
Portada: David de la Torre
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