Hay ahora mismo un espectáculo magnífico en la cartelera teatral de Madrid que compendia lo cultivado en los últimos tiempos sobre teatro documental, político, espectáculo multimedia y comedia gamberra. Shock (El cóndor y el puma) lleva todo ello a la cota de la excelencia, como ya ocurrió recientemente con el montaje de Sergio Peris-Mencheta de Lehman Brothers Trilogy, de Stefano Massini, con la que comparte no pocas virtudes.
Bajo la dirección de Andrés Lima, El cóndor y el puma tiene nada menos que cuatro autores (los admirables Albert Boronat, Juan Cavestany, Juan Mayorga y el propio Andrés Lima), dura casi tres horas, reúne a seis intérpretes que dan vida a unos cuarenta personajes, todo sucede al ritmo de los Stones, de Elvis, de Freedom (la canción de George Michael en el dúo Wham), se hace corta, es polifónica, poliédrica, multitemática y multisensoria («poli-» y «multi-» son los prefijos que mejor caracterizan la plural El cóndor y el puma).
Shock (El cóndor y el puma) da cuenta de la imposición violenta de las teorías ultraliberales en el cono sur americano a partir del golpe militar contra el gobierno chileno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. Abarca desde las primeras reuniones con el gobierno estadounidense, a mediados de la década de 1950, de Ewen Cameron (investigador junto a Donald Hebb de la privación sensorial, el electroshock y otros métodos de tortura psicológica desarrollados posteriormente por la CIA), hasta la muerte de Augusto Pinochet en diciembre de 2006. Dos sucesos que hemos aprendido a relacionar gracias al ensayo de Naomi Klein La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, de 2007, en el que se inspira parcialmente El cóndor y el puma.
A pesar de la complejidad de los temas y sucesos que trata (al fin y al cabo, se trata de una obra dramática basada en un ensayo, en unos documentos desclasificados, en los informes de unas cuantas comisiones de la verdad y en los archivos del terror paraguayos), El cóndor y el puma tiene la eficacia del epigrama moderno, esto es, del meme. No tiene su simpleza, ni mucho menos, pero sí su capacidad de síntesis y divulgación. Pone en limpio sobre las tablas un par o tres de verdades como templos. Si quieren, al calificativo de teatro documental, pueden añadir los de teatro de la autenticidad y teatro de la verdad. Los enemigos de la verdad, no obstante, dirán que se trata de propaganda anticapitalista.
La cuestión a estas alturas —supongo— consiste en resolver cómo es posible hacer una obra de teatro a partir de la implantación por la fuerza de las doctrinas ultraliberales de la Escuela Económica de Chicago en los países del cono sur americano. Cómo la doctrina del shock, elaborada por Milton Friedman y denunciada por Naomi Klein, puede ser objeto de tratamiento dramático (más allá de su estricta materialización en la picana eléctrica). Cómo la defensa del libre mercado de Friedman, que se resume en desregulación, privatización y recortes sociales, puede llevarse a la escena. Cómo, el chileno Informe Rettig, el argentino Nunca más, el ensayo político La doctrina del shock y los paraguayos archivos el terror pueden ser la sustancia de un espectáculo de tan solo dos horas y cuarenta y cinco minutos
Claro que, junto a la teoría y al informe, suceden los pequeños y grandes hechos que van sumando hasta conformar un conjunto razonable. Pudieron parecer irrazonables mientras sucedían, pero hoy podemos comprender que las cuarenta y cuatro balas en el cuerpo de Víctor Jara y sus dedos quebrados responden a una lógica que se inicia en el estadounidense Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (la Escuela de las Américas), en Panamá, en la que se graduaron más de 30.000 policías y militares de veintitrés países latinoamericanos, entre ellos Rafael Videla, Emilio Massera, Leopoldo Galtieri, Hugo Banzer, Manuel Contreras, Efraín Ríos Montt, Omar Torrijos, Vladimiro Montesinos… Todos ellos criminales de lesa humanidad.
Tampoco el bombardeo sobre la Casa Rosada chilena y su habitante más ilustre, el electo Salvador Allende, resulta ajeno a la paranoia anticomunista de la cátedra de Milton Friedman, ni a su teorización sobre la necesidad de una crisis para «que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable». No es ninguna broma aconsejar a Richard Nixon en los momentos previos al golpe, ni acudir poco después, con toda la tropa académica, a asesorar a Augusto Pinochet, general victorioso, sobre el rumbo que ha de tomar la economía para hacer permanentes los cambios inevitables. (Figura hasta la sepultura, tras el huracán Katrina, Friedman insistirá en que es el momento de privatizar la escuela en Nueva Orleans, que quedó en ruinas).
Ni mucho menos los vuelos de la muerte, las torturas en la Escuela de Mecánica de la Armada o en tantos otros centros de detención, los más de 30.000 desaparecidos argentinos son una realidad paralela, indiferente al Plan Cóndor ideado por Henry Kissinger, Secretario de Estado estadounidense, para la coordinación de los regímenes dictatoriales del cono sur. (Tras asesorar a Richard Nixon, haría lo propio con Ronald Reagan, Margaret Thatcher y George H.W. Bush).
Todo ello conforma la sustancia de El cóndor y el puma, que va recalando en algunos de los episodios claves de la historia de la imposición en Latinoamérica y en otras partes del globo del liberalismo económico a través del terrorismo de Estado.
Para la exposición dramática de estos graves temas, hay dos métodos: la muestra del documento gráfico o sonoro (hay cuatro pantallas sobre las gradas, que se configuran alrededor del espacio escénico rectangular que incluye un núcleo circular giratorio); y la dramatización de los episodios mediante el trabajo actoral de seis intérpretes sumamente versátiles y en estado de gracia. Todo ello encaja a la perfección, de manera que parece que estamos, en vivo, ante uno de esos documentales que subtitulan cada secuencia con una fecha y un lugar.
Ramón Barea está espléndido en su interpretación de Salvador Allende, Augusto Pinochet, Richard Nixon, Arnold Harberger (fundador de la Escuela de Economía de Chicago)… María Morales, cada vez mejor, da vida a Margaret Thatcher, a Hebe De Bonafini (cofundadora de Madres de Plaza de Mayo), a una de las estudiantes de economía en la universidad de Chicago… Ernesto Alterio contagia su emoción interpretando al ingenuo Elvis Presley (que se ofreció a Nixon para ayudarle a extender la influencia de Estados Unidos por el mundo), a Jorge Videla, a Víctor Jara, a Marito Kempes, al capitán de fragata Adolfo Scilingo… Juan Vinuesa borda sus creaciones de Milton Friedman, Henry Kissinger, Ewen Cameron, del testigo “el Mocito”… Paco Ochoa sobrecoge con su interpretación del jefe de la DINA Manuel Contreras, del embajador estadounidense en Chile Edward Korry, de uno de los estudiantes de economía en Chicago… Natalia Hernández derrocha gracia en sus interpretaciones de Lucía Hiriart (esposa de Augusto Pinochet), la Payita (secretaria personal de Salvador Allende), la esposa de Edward Korry, la secretaria de Nixon…
¿Qué más se puede pedir? Cada una estas interpretaciones es una creación original sobre una personalidad icónica de la historia del siglo XX. Y en algunos casos, en su comparación con el original es preferible la copia.
Andrés Lima viene de hacer Moby Dick, con Josep Maria Pou, y, sobre todo, El pan y la sal, de Raúl Quirós, otra pieza sobre la memoria histórica, esta vez la nuestra, que documenta la realidad a partir de los testimonios de los familiares de las víctimas de los crímenes franquistas en el juicio al juez Baltasar Garzón, y que se jacta de no contener ni una sola línea de ficción. Vuelve a demostrar Andrés Lima que la realidad es un campo poético inagotable. Además, sacude la mala prensa del teatro comprometido y logra decir lo irrepresentable. Decir la tortura es asumir el reto de lo inefable, como también lo es llevar a la escena un drama sobre un ensayo político. Todo esto viene sucediendo hace tiempo, pero ahora, con los medios del Centro Dramático Nacional, la suma de esfuerzos y la experiencia acumulada, alcanza otro nivel.
No se la pierdan. Lo van a agradecer.
Estará en el Teatro Valle-Inclán, en Madrid, hasta el nueve de junio.
Teatro para la historia, la política y la verdad. MAGNÍFICA #ShockElCóndorYElPuma, de Albert Boronat, Andrés Lima, @JuanCavestany y Juan Mayorga. @centrodramatico. Reseña @avazqvaz Share on XShock (El Cóndor y el Puma)
Texto: Albert Boronat, Andrés Lima, Juan Cavestany y Juan Mayorga
Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima
Dirección: Andrés Lima
Intérpretes: Ernesto Alterio, Ramón Barea, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa y Juan Vinuesa
Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan
Iluminación: Pedro Yagüe
Música y espacio sonoro: Jaume Manresa
Videocreación: Miquel Àngel Raió
Caracterización: Cécile Kretschmar
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Ayudante de escenografía y vestuario: Almudena Bautista
Ayudante de iluminación: Enrique Chueca
Ayudante de sonido: Enrique Mingo
Ayudantes de vídeo: Vivi Comas, Álex Romero e Iñigo Rodríguez
Estudiante en prácticas (RESAD): Antonio Domínguez Delgado
Ilustraciones de vídeo: Beatriz San Juan
Realización y montaje de vídeo: Miquel Ángel Raió
Producción Check-in Producciones: Joseba Gil
Fotografía: marcosGpunto
Diseño de cartel: Javier Jaén
Producción: Centro Dramático Nacional en colaboración con Check-in Producciones
Del 25 de abril al 9 de junio de 2019 en el Teatro Valle-Inclán, Madrid
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