Es sabido que el poder siempre busca perpetuarse en su poltrona y si nosotros fuéramos de sangre azul pues lo último que haríamos es darle la cracia al demos. Demostrado quedaría que si yo fuera el rey de España pensaría, «¡A estos piojosos e incultos pancracios —digo, paisanos— ni agua! Bueno, sí, pan y fútbol, y así los necios no caerán en la cuenta de lo injusta que es su miserable vida y, además, para más inri, me llamarán «Don Javier I El Magnánimo». En efecto, el fútbol es actualmente la gran jugada maestra del poder, porque es circo y religión al mismo tiempo y, todo ello, nos roba a la postre, un tiempo vital. Más adelante me explicaré.
El fútbol es actualmente la gran jugada maestra del poder, es circo y religión al mismo tiempo Share on XMe dice la editora que si de pan se trata, sin objeciones, pero que de fútbol ni hablar. Que prefiere las aurigas al césped del Bernabéu.
En realidad, los políticos nos mienten, nos roban el oro y el tiempo (que también es oro) —y no es novedad, pues lo han hecho siempre— y esa es la dolorosa e insoportable realidad. Esperad, esperad un momento. Una imagen paliativa ha invadido mi mente: el orgásmico gol de falta que le marcó Messi el otro día al Espanyol. Fue un verdadero gozo para la vista, sobre todo porque la traumática y dolorosa noticia de que las clases medias se han empobrecido en España, no ha sido para mí una sorpresa. Mirad, en realidad hoy me cago en todo lo que no es estático por no ser ni un simple mileurista, pero hubo un tiempo en que llegué a ser un ciudadano de clase media-alta. No lo digo con el orgullo de haber vestido de Ralph Lauren o Burberry como un modo sutil de comunicarle a la gente que «puedo permitírmelo», que «soy más y mejor» o que «soy un ser superior». ¡Menuda idiotez! Entonces, vivía con mis padres y yo era solo un adolescente que ni elegía ni se compraba la ropa. Con todo merecimiento, mis progenitores experimentaron un proceso social que en Sociología se llama movilidad social ascendente, es decir, dejaron, como muchos otros ciudadanos, de pertenecer a la clase baja para pasar a formar parte de la emergente clase media enriquecida e incluso llegar a tocar con los dedos la «algo más selecta» clase media-alta. Por ejemplo, vivir de alquiler en un rascacielos tumbado de un barrio obrero de Barcelona desde los años 80, comprar una década más tarde un apartamento en la costa (segunda residencia), venderlo y adquirir en propiedad una casa adosada con piscina en los albores del siglo XXI, podría ser prueba suficiente para demostrar este «ascenso social» del mismo modo que fardar de ello probaría claramente mi condición de gilipollas. Pero así de felices fueron las cosas en aquellos tiempos y, en circunstancias distintas, felices hubieran sido también. Sin embargo, tras emanciparme a los 29 años, pasé a ser rápidamente un ciudadano mileurista —hoy en día, ni por asomo llego, pero es lo que tiene ser artista—, aunque, eso sí, por aquel entonces, la nevera estaba siempre llena (igual que ahora). Por otra parte, no parece casual que el pan siga siendo uno de los alimentos básicos más accesibles del mercado para todo tipo de clases sociales, incluso para la infraclase social de nuestro país.Por otra parte, no parece casual que el pan siga siendo uno de los alimentos básicos más accesibles del mercado para todo tipo de clases sociales (y para toda clase de tipos, de tipas y de tripas hay hoy harinas de trigo tan saludables como distintas, por ejemplo, el pan de kamut o de espelta), incluso para la infraclase social de nuestro país (hoy ya no se roba para comer, sino para poseer cualquier lujo propio de la clase alta que pueda caber en vuestra imaginación y, por el contrario, el que no come es, como aquel que dice, porque no quiere vivir y prefiere un Don Simón para olvidar. Cosa legítima, por un lado, aunque auto-destructiva, por el otro). Pero para mí la sociedad no es una realidad social que determine mi vida al 100%. Somos algo más que meros títeres cuando, poco a poco, vamos descubriendo los hilos que maneja nuestro Gran Hermano Tirititero. Pero, mientras tanto, ¡adáptate o muere! ¡Quién no ha estado dispuesto a trabajar de lo que fuera, fuese o fuere solo para traer dinero a casa! Esa es la actitud o, de hecho, quizá esa es nuestra única opción como miembros de las nuevas clases medio-paupérrimas. En cuanto a la infraclase, se ha intentado reinsertar socio-laboralmente a muchos «sin techo», pero lo que tampoco se puede hacer es cogerlos por el brazo, llevarlos a rastras y ponerlos a vender pan, verbigracia, si ellos no quieren hacerlo. Quienes caen en la pobreza extrema en un país desarrollado, desafortunadamente lo hacen como consecuencia de múltiples factores pero, sobre todo, debido a una red social y familiar extremadamente débil. Por ejemplo, recuerdo el caso de un ex transportista (el cual llamaré Miguel) que experimentó una movilidad social descendente, es decir, descendió del cielo de la clase media al purgatorio de la clase baja —el lugar donde se supone que todavía tienes casa— hasta llegar a la infraclase o infierno social que está inmediatamente debajo. Lamentablemente, Miguel se convirtió a la Donsimonología, que rima con Demonología, la única asignatura que no he cursado en Teología porque no existe, aunque, a mi juicio, debería y, si no existe, es por pura superstición por parte de aquellos docentes apostólicos, católicos y romanos del Instituto Superior de Ciencias Religiosas que, precisamente, han convertido la fe bíblica en objeto de estudio pero, en cambio, deshechan por miedo la razonable posibilidad de estudiar también a Beelzebul. Bueno, pues una vez nuestro hombre pasó a formar parte del averno terrenal de Satanás, unos ángeles se infiltraron y acudieron a él y le ofrecieron trabajos dignos que él rechazó porque quería únicamente volver a ser transportista (no digo que todos los casos sean iguales, pero, en este en concreto, no había voluntad de salir de allí y sí mucha tozudez, ¿verdad?). La verdad es que el caso de Miguel me sorprendió —«¡me cago en el copón divino, si no soy transportista, de aquí no me mueve nadie, hostias!».
Menos circo y más pan
Ahora retomemos el hilo de la cuestión: panem et circenses. Primero hablaré sobre el pan de trigo, alimento muy importante, por cierto (aunque uno ya hace meses que se ha pasado al centeno, que parece un nombre sacado de la Tabla Periódica de los Elementos). Todavía recuerdo a mi abuela Pepa diciendo que aunque uno sea pobre y el pan sea de centeno «enllenando la panza to está güeno». ¡Y ella venía de la postguerra! Hogaño podemos encontrar dos baguettes por el precio de 50 céntimos de euro.
Dice la editora que la responsabilidad no es de las panaderas, sino de las grandes superficies. Y que además, ese pan es puro plástico.
¡Dos baguettes, sí! ¡50 céntimos de euro, sí! Las panaderas son las primeras en saber que el hambre hoy ya no es un problema en España. ¡Si además de bancos de alimentos también hay comedores sociales! No diré «qué suerte» pues ojalá no existieran y lo digo en serio, ¡qué vergüenza! But, the point is… que se ha impuesto el modus vivendi del anglocabrón en todo el mundo y ha triunfado el neoliberalismo más talibán. A saber, con el capitalismo gana la mayoría o, mejor dicho, unos pocos se agarran a la teta de la «vanca sagrada» que es la leche y llena la hostia (los bolsillos). ¡Y, a pesar de esto, muchos de ellos siguen yendo a misa! ¡Qué hipócritas! La mayoría, en cambio, se conforma con las gotillas sobrantes que se desprenden del orgánico expendedor fálico, digo fáctico, o sea, láctico, llamado Blanka Tetilla Ibérica a la que se cuelgan y se amorran tantos políticos mamones. Y es que, desde siempre, el «religioso» poder real ha ido de la mano con la clase alta —y los políticos, de clase alta son— cuyos miembros también se han ido reproduciendo y perpetuando —muy a pesar de las revoluciones sociales— a lo largo y ancho de la historia. Finalmente, para sobrevivir, la clase alta se ha visto obligada a aliarse tramposamente con las clases medias, distanciándose más de ellas y haciéndoles creer que «son tan ricas como ellos», dándoles acceso a las seductoras tecnologías y otorgándoles la oportunidad de alcanzar antiguos lujos imposibles (¡qué madre de los ochenta no consiguió, al fin, su jodío abrigo de visón! ¡No os diré que la mía también, malditos pancracios! La mía, también).
Menos circo y más #pan. @XavierAlcover y el pensamiento crítico sin pelos en la lengua. Share on X¿Y cómo han conseguido las clases altas, aliadas del poder monárquico y religioso, manipularnos a todos, dándonos incluso lo que hoy creemos poseer y que se hace llamar DEMOCRACIA cuando en realidad sigue siendo una POLIARQUÍA? Pues con la maldita televisión, reina de la desinformación, adalid de la sociedad del ocio y del consumo y de la suma incomunicación, «caja lista» que es cómplice de los malvados lobos feroces que han devorado nuestra dignidad, saqueando nuestras arcas pero que, sin embargo, nos siguen alimentando con ese bendito y barato alimento llamado cereal. Y, precisamente, para acabar de tener al rebaño bien controlado, el poder más fálico, fáctico, o sea, práctico, echa mano del infalible e histórico método de control social: los juegos circenses 3.0, es decir, el fútbol más pelotero, aquel que es circo (mirad si no qué malabarismos hacen Messi o Cristiano con el balón en los pies) y religión al mismo tiempo (siendo Messi el nuevo mesías de nuestro tiempo y Cristiano el mejor gladiador tracio del planeta, ¡superando en altura a Kirk Douglas y Russell Crowe!). Bueno, yo me considero parte del rebaño y ¡¡¡beeeeeeeeeeeee!!! como pan de centeno y veeeeeeeeeeeeeo fútbol del bueno, como todos, pero a veces también escribo y lo hago para contar mi verdad, de un modo u otro, para hacerme consciente quizás de que vivimos bajo una manipulación tan sutil como atroz, siempre perpetrada desde arriba y conducida hacia abajo a través de los mass media. Por eso, cuando Luis Suárez le marcó el tercer gol al Español, y a falta de 30 minutos para el final del partido, hice algo maravilloso (¡sí, lo admito, fue maravilloso!): no pedí como de costumbre un segundo café con licuado vegetal para poder deleitarme con los otros dos goles que a la postre conformarían el 5-0 definitivo. No. Me levanté, pagué la consumición y decidí irme a caminar. Sí. Eso es vida, ¿verdad? De hecho, se trata de mi vida, porque cuando el Barça gana, como culé me alegro, pero yo no gano nada, solo ganan los futbolistas, y cuando pierden —¡ES SOLO UN JUEGO!— solo pierden ellos (¡Pero nunca pierden dinero! ¡Ergo, nunca pierden!).
Las clases populares debemos ganar nuestra propia batalla, la verdadera justicia social. Share on XNosotros, las clases populares —más perdidos que perdedores— debemos ganar nuestra propia batalla, la verdadera justicia social, ¡y debemos hacerlo precisamente superando primero el panem et circenses romano 3.0! En serio, coged una navaja y abrid una grieta en el espacio-tiempo. Encontraréis tiempo para caminar, meditar, reflexionar y, probablemente, ese tiempo extra que ganemos, nos llevará a concienciarnos (o a despertar) del todo —Fase 1—, organizarnos —Fase 2— y actuar —Fase 3— como unas enormes tijeras de hierro contra los múltiples poderes fálicos que nos han dado por… y nos siguen llevando a la ruina económica. No soy de la marca Podemos ni diré, precisamente aquí, en MoonMagazine, de qué partido soy ni tampoco creo que importe un bledo a nadie, lo único que sí diré es que SÍ SE PUEDE y que esa frase no es patrimonio de Ada Colau y cía, que conste, del mismo modo que la fe no es patrimonio de la Iglesia. Porque el cambio empieza en cada uno de nosotros, en solventar nuestras propias contradicciones internas y en creer y en querer un mundo realmente justo que «jubile» para siempre el actual e imperante sistema ultra-capitalista mundial. Una empresa nada fácil, huelga decir.
Por cierto, ¿qué día es la final de la champions?
Sin Comentarios