Carmen Martínez San Bernardino, autora de Sin rumbo fijo y licenciada en Filología Francesa, atesora varios textos premiados. Entre otros: Marineros del entusiasmo (mención especial en el Certamen Leer en la Segunda República); Su nombre (primer accésit en el III Certamen literario para Docentes, Museo del Prado, 2017); La maleta (segundo premio en el XIII Concurso de Narraciones Cuando yo era joven, Kultur Leioa, 2012); Linda (mención especial en el III Certamen Literario Sonrisa de gato, Jirones de Azul, 2007); o Carta a un gobierno soñado (primer premio en el III Concurso de relatos sociales, Fundación El Compromiso, 2006). Además, esta docente de Guadalajara, ha participado en el segundo volumen de Discípulas de Gea y en 2012 creó el blog latintadelcaracol.blogspot.com, que se mantiene vivo hasta hoy.
Ana Fernández Encabo, responsable de las ilustraciones que acompañan a la prosa de Sin rumbo fijo, es Graduada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid y completó sus estudios en la Escuela Superior de Dibujo Profesional (ESDIP). A esta gran creadora de Guadalajara la encontramos en las redes sociales con su nombre artístico: La hormiga Ana.
Para esta semana nos hemos decido por la prosa poética de Carmen Martínez. Convencidos de cómo escribir en prosa no es diferente de escribir poesía porque en ambos casos —cuando se hace desde la exigencia— estamos ante la búsqueda de una expresión necesaria, única, densa, concisa y memorable, las treinta y ocho composiciones que forman este libro abundan en el esfuerzo dando su fruto. En efecto, el lenguaje poético de Sin rumbo fijo, con sustancia y esencia, regala un fulgor y una verdad que nos ha llegado muy adentro.
El lenguaje poético de Sin rumbo fijo, con sustancia y esencia, regala un fulgor y una verdad que nos ha llegado muy adentro. Sexta #reseña de Manu López Marañón en Poemarios para un verano sin crímenes. Share on XEl recientemente fallecido novelista Paul Auster dijo: «En cierto sentido, la poesía es como tomar fotografías, mientras que la prosa es como filmar con una cámara cinematográfica».
Y quizá dónde mejor apreciamos esta aseveración del norteamericano sea en las nueve composiciones de Sin rumbo fijo que implican movimientos y desplazamientos impensados, espontáneos. Porque los poetas, desde siempre, han hecho de la alabanza del trayecto su verdadero oficio, mucho más que la del puerto de salida o la del siempre hipotético destino final. Así, en «Paseo con luna» la poeta descubre, en una caminata con su perra, cómo dejarse llevar es más importante que llegar adonde se quiere ir. «El columpio» muestra a una niña disfrutando de un columpio que con nadie debe compartir y cuyo vaivén le acerca a los pájaros; «La travesía» sugiere convertir las diarias rutinas en un viaje inesperado hacia el misterio; «El otro lado del río» descubre que la otra orilla es siempre más interesante que la ya conocida: en ese abanico de porvenires imaginarios no debe quedar fuera el barquero Caronte; en «La huida» se persigue eternizar la primavera cambiando de latitudes; «Mi pino» describe, en otro paseo con perro, un árbol con sombra y ramas como paradigma de paz e inmanencia; «Ligero» evoca a un niño a los lomos de un borriquillo como insuperable estampa de felicidad y de ausencia de miedos, y en «Cuentan» el viaje —esta vez interior— de un caracol asume como recompensa por su enclaustramiento sin sol el don de generar bellas historias.
LA TRAVESÍA
Conduces hacia las afueras. Aunque sabes que no saldrás de los límites de la ciudad, tienes la sensación de estar iniciando una travesía. Y tal vez sea así. Quizás, con cada amanecer, emprendes un viaje hacia lo inesperado, hacia la sorpresa que guardan las horas, hacia ese misterio que solo se resolverá cuando llegue el final del día.
El grupo más numeroso de Sin rumbo fijo, hasta doce escritos, viene generado por poéticas observaciones de la vida cotidiana, de las que emergen no pocas suposiciones. Es sabido que la poesía es una forma de vida que no se elige, como la fe. Se puede buscar, pero es ella la que decide a quien ofrecerse; es ella quien nos posee y da color a lo oscuro de la vida. Y esos ofrecimientos suyos generan el estupor creativo, porque, como ha dicho el poeta murciano Eloy Sánchez Rosillo: «La vida es una sucesión de asombros, y la poesía, un intento de expresarlos, de dejarlos dichos sobre el papel de la mejor manera».
En «Puntillas» el paso del tiempo en una anciana acaba convirtiéndola en hada; «Una última caricia» se ocupa de la incomunicación matrimonial a través de esa carnosa oreja que la esposa no deja de escudriñar mientras su marido habla para nadie; «Gestos» revela cómo ejecutar rutinas, sin pensar y casi sin mirar, hacen de nuestra existencia algo tan fácil de ejecutar como implacable en su veloz transcurso; en «La reina» esa indigente sentada con porte en un banco, rodeada por sus pertenencias, puede ser una realeza exiliada; «Un instante» ilustra cómo el leve temblor de una rama es la única certeza de que el pájaro estuvo; en «Tarde» un atardecer con lluvia logra que la poeta tenga sentimientos de pérdida y ganancia antes de asumir su diaria rutina; «Breve apunte» nos previene de cómo la felicidad de otros se puede pegar; en «Algo así» un hombre comiendo una naranja transmite el sabor, entre dulce y ácido, de las pequeñas felicidades; «Pausa» muestra a la poeta adormeciéndose en su coche mientras mira gatos callejeros y se deja invadir por la sensación de que el mundo puede seguir sin ella; en «Crepúsculo» los atardeceres inquietan a los inquilinos de una residencia de ancianos; «Suspiro» resume cómo fue día sin necesidad de palabras; en «¿Una o dos tostadas?» el vestuario de un amante surge, paulatinamente, en el dormitorio de Alicia hasta que un día el que aparece es su dueño preparándole el desayuno; en «Intercambio» un lector apoyado en un árbol se convierte en prolongación del tronco y las palabras de su libro bailan sobre la ciudad; «La sonrisa de Laura» desvela cómo el verso de un admirador le genera duradera alegría, y «Crónica celeste» da cuenta de la privilegiada visión que la poeta disfruta desde su ventana.
LA REINA
Veo a la mujer de espaldas. Está sentada en un banco de la calle, a primera hora de la tarde. Su cuerpo está cubierto por varias capas superpuestas de telas de colores. Se cubre la cabeza con un pañuelo negro. Es una mujer grande y, a su alrededor, reposan fardos enormes que, probablemente, contengan todo lo que posee. Rodeo el banco y observo que está comiendo. Picotea con gesto goloso de una bolsa de plástico. Sus ojos no miran a nadie, absortos en cada bocado. Quizás ha caminado durante largas horas y ese es su primer descanso. Tal vez acaba de llegar a la ciudad, a saber desde dónde y para qué. ¿Habrá alguien que la aguarde? ¿Tendrá una puerta a la que llamar antes de que caiga la noche y el frío? Miro de nuevo las bolsas gigantes y me imagino mantas revueltas, desgastadas. La mujer mantiene la espalda muy recta y conserva en sus maneras una cierta elegancia. Es posible que, en otra vida o en otro mundo, fuera una reina.
En otras nueve composiciones de Sin rumbo fijo la poeta abunda en las sorpresas y decepciones que recibe, como si con ellas elaborara una estrategia de supervivencia en el mapa de su vida. A la hora de ponerlos sobre el papel, tales imprevistos, mostrándonos su expresividad, manifiestan con elogiable concisión lo aparentemente complejo. Desde la ironía o el humor paradójico, el lector da con ellos agazapados tras el portón de la inteligencia, causando asombro, y, en ocasiones, también no poca desazón. En «El mundo, el mar» los sueños de un niño y un joven encuentran su significado; «Sensaciones» da cuenta de cómo la vida se manifiesta tanto en el frío como en el calor, haciéndonos felices; en «La búsqueda» la gentileza de los desconocidos se ejemplifica en la frenética búsqueda de un papel; «Duplicados» ejemplifica esa idea del doble que todos tenemos en algún lugar del mundo con un adolescente que, seguro de dónde está el suyo, se niega a conocerlo; en «¿Por qué no un lunes?» una silenciosa pareja acaba intercambiando experiencias artísticas; «Ojos azules» muestra el dolor de una niña por la pérdida de su globo, pronto transformado en alivio; en «Contagio» una profesora asiste a una conferencia y queda fascinada por la expresividad del orador, a quien, sin ella ser consciente, imitará en sus propias clases, y «En cada tarde» otro docente es dueño del secreto para que sus palabras perduren en sus alumnos. Por último, «Imprecisión» avisa de cómo la vida ni se acerca a lo que de ella esperábamos convirtiéndose en algo ajeno e impreciso.
IMPRECISIÓN
A veces, en los días raros, uno tiene la sensación de estar viviendo la vida de otro. Parece como si la propia se estuviera desarrollando en algún otro plano, fuera de nuestro alcance. Es en esos momentos cuando se tiene la sensación de estar buscando algo sin saber bien qué y se siente una nostalgia profundamente imprevista.
Los últimos seis escritos, que hacen referencia a las palabras y la escritura, nos revelan cómo estas ayudan a colocar en su sitio multitud de experiencias que la vida nos dejó. Lo leído busca ascender a las cumbres sin moverse de casa, ambicionar territorios sin salir de la habitación propia, conocer sin moverse: vivir vidas largas, anchas y ajenas, sin desplazarse de la propia biografía. «Ánade», el bello sonido de esta palabra, más allá de su significado, hace que la poeta levante su vuelo; en «Segundas oportunidades» se justifica, de poética manera, el escribir sobre papel reciclado y «El cursor» explica cómo, a la hora de iniciar o continuar un texto su longitud depende del escritor; «En infinitivo» una colección de verbos relacionados con la huida, el alejamiento y el viaje –tan queridos por la poeta– la hacen realmente sentir; en «Nuevas huellas» un libro reposa en su estantería de biblioteca tras haber sido marcado por su último lector, y «Tablas» descubre cómo la poeta es partidaria del folio en blanco porque la hoja cuadriculada la asfixia.
ÁNADE
Leo unas páginas esta mañana y, de pronto, mis ojos se detienen en una palabra: ánade. Quizá me detengo en ella porque es una palabra hermosa. La repito mentalmente y, en mi imaginación, se dibujan plumas de colores vistosos y en mis oídos suena el chapoteo del agua y mis piernas se agitan pidiendo movimiento. Leo esa palabra, ánade, y sueño con emprender un largo viaje. La leo y la repito y cada vez me parece más hermosa. Es perfecta. Sigo leyendo. La silla queda ahí abajo, vacía. Yo he levantado el vuelo.
Tras terminar Sin rumbo fijo, esa conversación que desde la distancia hemos mantenido al acercarnos a las bellas palabras de Carmen Martínez, descubrimos que poco nos importa saber de la autora porque lo que sobrevive dentro de nosotros es el destello de unas emociones cercanas y bulliciosas alborotando nuestro interior gracias a quien nos ha hablado mediante su creación. Ojalá que más lectores de MoonMagazine disfruten de este cálido diálogo con la poeta alcarreña: ninguno se arrepentirá.
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