Reach the stars
Fly a fantasy
Dream a dream
And what you see will beNever Ending Story de Limahl
¿Stranger Things ha vuelto? ¿En serio? Puede que algunos seguidores se lo hayan preguntado al ver la tercera temporada. Centrándose en un verano donde los chavales de Hawkins tienen que decidir quiénes ser, en medio de una amenaza que regresa desde otro mundo, el estilo de la serie que la hizo brillar en las temporadas anteriores parece haber jugado en su contra. No cabe duda: los hermanos Duffer están empeñados en convertir la serie en su propia saga. ¿A qué precio y bajo qué riesgo? A menudo, la idea de un salto temporal para la última temporada, con los protagonistas ya adultos al estilo It, parece más interesante que irlos viendo crecer a lo Harry Potter si no hay nada que contar, si se va a limitar al ir y venir por un centro comercial. ¿Ha vuelto Stranger Things? Sí, al menos, algo con homónimo.
Parte del problema está en que la serie de Netflix arrancó su tercera temporada de un modo dubitativo, con dos capítulos autocomplacientes que nos demostraron dos cosas: primera, que los creadores estaban demasiado enamorados de sus personajes (convertidos ya en un producto que vender y adorar, más que en personajes con una función dramática) y, segunda, el tono paródico se había apoderado de ella, un estilo más cercano a las comedias de John Hughes que a la oscuridad de las obras de Stephen King que inspiraron la primera temporada.
Por suerte, a partir del tercer episodio, la serie recuperó el sentimiento de aventura, aunque sacrificase por el camino algunos de los toques más serios que la convirtieron en un icono del género fantástico moderno y una de las principales cabeceras de Netflix en su estreno de 2016. ¿Qué hubiera sido de Stranger Things si sus creadores no fueran conscientes del enorme éxito que ha cosechado la serie? Puede que así se hubieran librado de escribir a sus personajes como el estereotipo o la imagen que se vende de ellos (Eleven es una badass, Mike es demasiado impulsivo, Lukas es un machito…); puede que hubiesen logrado escribir a sus personajes según la trama, el arco de evolución y todo lo que esto supone.
¿Estamos siendo excesivos a la hora de juzgar esta serie? ¿Exigíamos una calidad extraordinaria a un producto que solo quería ser un juguete más del verano? Tragamos mucho. Aceptamos que hay alusiones a los años 80, que hay mucho humor, que los protagonistas son adolescentes, que esta no es la última temporada… Pero lo que permanece es que los tonos de estos diferentes puntos no encajan del todo bien con lo ya contado en las temporadas precedentes y que esta tercera busca abrir otros hilos que no son del todo oportunos frente a un espectador crítico. ¿Es catastrófico? No, Stranger Things continúa siendo entretenida y disfrutable, pero debemos reconocer que sí se ha sacrificado mucho por el camino. Demasiado.
Stranger Things continúa siendo entretenida y disfrutable, pero debemos reconocer que sí se ha sacrificado mucho por el camino. Demasiado. #Crítica de @Carlos_Eguren. Share on X¿Es un problema de las diferentes historias que componen el mosaico de esta tercera temporada? Por supuesto, la serie vuelve a dividirse varias veces en varios arcos que intentan tender puentes hacia el final. ¿Son acertados todos estos arcos? No. La trama de Nancy y Jonathan con sus problemas de pareja y credibilidad periodística se vuelve tan cargante que el espectador podría acabar reventando como una de las ratas mutantes de Hawkins; podemos llegar a entender a Nancy, pero, sorprendentemente, no a un Jonathan que ha dejado de ser aquel outsider, en la primera temporada, que defendía ante su hermano que podían pensar diferente. Por su parte, Billy y el ejército del Azotamentes, con esos homenajes a El ladrón de cuerpos, intenta cimentar un sentimiento de amenaza que fracasa porque, sinceramente, no es para tanto frente a la idea de abrir una puerta a otra dimensión de las anteriores, y eso pese a que en los últimos capítulos se busca darle trasfondo a un personaje que sentimos casi desaprovechado. Sobre la trama de Lukas, Max, Eleven y Mike hay sentimientos contrapuestos donde gana cómo al pobre Will lo dejan de lado los otros, que se han vuelto unos capullos adolescentes (puede que la destrucción de su vieja cabaña sea la mejor escena de toda la temporada y lo es gracias a Will el Sabio). Pobre Will, cómo te entendemos. Por suerte, está el arco de Steve, Dustin y Robin que salva la temporada, aunque con Erica caiga ya en la autoparodia más descarada; es ahí cuando la serie decide convertirse en un entretenimiento y cuando mejor juega sus cartas. Por último, sobre la trama de Hopper, Murray y Joyce, sería interesante que, entre broma y broma, hubiesen recordado que estaban siendo perseguidos por el T-800 made in Moscú y que dejar a Alexei solo no era una buena decisión. Una lástima que todos los personajes, en general, se hayan vuelto tan, tan caricaturescos.
En líneas generales, centrándonos en la historia, más que en cómo se narra, se cuenta poco en esta temporada y, a la vez, se percibe que, más allá de las escenas para lograr llegar al punto de transición que supone el final, permanece la impresión que ya nos causó Spider-Man: lejos de casa: lo mejor, lo más suculento, está en el final, con un nuevo escenario para unos chavales que se separan, sufren pérdidas y derrotas como el caso de Eleven, tanto con un ser querido como con sus poderes. Esto era más crucial que los dilemas adolescentes de un verano cargado por la amenaza de unos rusos malosos de marca blanca.
Sobre este aspecto, los hermanos Duffer estaban más pendientes de las quejas de los fans hacia capítulos como «The Lost Sister», el séptimo de la segunda temporada (uno de los mejores, aunque haya a quienes les duela) que de crear una historia completamente lógica en torno a lo ya desarrollado. Decimos esto porque, por mucho que una nueva amenaza se cierna sobre Hawkins, Eleven nunca piensa que tiene una hermana con poderes que podría echarle una mano o sus dudas son más excusas para ralentizar la trama que para hacérnosla creíble. Puede que la escasa aceptación del personaje de Kali o que los hermanos Duffer estén guardando cartuchos para las próximas temporadas haya sido decisivo. No obstante, es lo mismo que nos decimos cuando cierta agencia del gobierno solo aparece para quedarse con cara de qué está pasando cuando llevaban años, años de experimentos y puertas interdimensionales en Hawkins. ¿Tanto costaba dejar a algún agente por la zona? ¿Temas de presupuesto? ¿Un futuro clímax?
Más allá de pretender poner lógica en una serie que va olvidando sus raíces (¿a cuento de qué perdemos el tiempo con esto?), es considerable que el tono paródico que tanto gusta a esos fans que solo piensan en los memes o los gifs está matando el espíritu de las primeras temporadas.Habría que rescatar la idea de cómo estas constantes bromas pueden cargarse momentos interesantes. No podemos tomarnos en serio la amenaza de la Unión Soviética cuando parece realizada por un chaval de diez años hasta las cejas de pelis como Amanecer rojo o Rocky IV. Sí, muy graciosos los guiños, pero la verosimilitud de ciertas líneas anteriores de la trama vuela por los aires. Imaginamos que, si varias autoridades rusas se habían ofendido con el retrato hecho del accidente de Chernóbil en la serie homónima de HBO, con esta tercera temporada de Stranger Things estarán a punto de nombrar como persona non grata a cada uno de los Duffer. El maniqueísmo deudor de las pelis de aventuras adolescentes de los ’80 se suma a esa idea de que ya no estamos ante una serie que juega con códigos y homenajes de los ’80 para contar una historia, sino como un mero accesorio que debe apretar una tecla tras otra sin ningún tipo de intención para la trama, como si fuera ese dedo que cae constantemente en el play de una lista de reproducción de canciones ochenteras que acompañan casi cada escena.
Igual de vergonzoso que el retrato de Rusia que hace en la serie, estaría ese primer capítulo donde al personaje de Billy es convertido en una especie de accesorio risible para gusto de la madre de Nancy en una de las subtramas con un arranque más aborrecible. Ahórrense infidelidades conyugales entre un adolescente y una madre, y cuenten una historia que merezca la pena y nos deje en vilo, porque sí, el suspense se ha roto incluso cuando se juega con un desenlace que recuerda vagamente al de la primera temporada. Que tu capítulo se llame «Mordisco» o que un mal chiste se cargue el clímax de una escena o lo previsible de las pistas nos hagan esperar todo lo que está por pasar, es imaginable.
El juicio que acompaña al final a esta tercera temporada es que, como el verano, es una transición donde los personajes cambian levemente y se decide dejar abiertas las posibilidades para una cuarta temporada que deberá decidir si continuar el tono paródico, de constante homenaje y broma, de producto más que de historia, o volver a la buena senda trazada en las dos primeras temporadas.
En conclusión (o ya querríamos que fuera la conclusión), es así cómo Stranger Things culmina con la pérdida y puede que de eso vaya esta serie, tanto a nivel de historia como de producto audiovisual. Algunos lloraremos por lo que se va y otros se enfrentarán al Demogorgon de la realidad; el de la ficción bien parece ser la autoparodia y el homenaje cansino que no sabe cuándo una historia debe dejar de ser interminable.
#StrangerThings culmina con la pérdida y puede que de eso vaya esta #serie, tanto a nivel de historia como de producto audiovisual. #Reseña de @Carlos_Eguren. Share on X
Crítica de Carlos J. Eguren
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