Una de las máximas que rige nuestro universo es la tendencia a la temporalidad, compuesta por millones de fluctuaciones inmersas en periodos delimitados a través de líneas invisibles capaces de Sublimidad y predisposición humanaromper la infinitud; este germen es el que nos permite establecer etapas históricas, hipótesis socioculturales y, por supuesto, el que nos da la capacidad para poner punto y final a nuestras narraciones. En mi caso y, tras ahondar durante un año en el complejo mundo de lo sublime, os presento el crepúsculo de esta serie con la que comencé mis andanzas en MoonMagazine y con la que hoy cierro una etapa para comenzar otra dedicada a aquellas mujeres que fueron repudiadas por la historia.
Pero volviendo al tema principal, en mis seis artículos precedentes hemos charlado sobre grandes filósofos como Kant, Madame de Lambert, Burke, Addison o Shaftesbury (entre otros) y de cada uno de ellos hemos podido destilar un pequeño segmento de la sublimidad; la grandeza de la naturaleza, el terror de la noche, el poder del amor o el common sense han sido sólo algunas de las decenas de conceptos que nos han permitido avanzar por los diversos ciclos del pensamiento estético filosófico. Pero… ¿hemos llegado realmente al quid de la cuestión? ¿Sabemos ya dónde se encuentra lo sublime? Lo cierto es que, en honor a la verdad, posiblemente la respuesta a esta pregunta sea negativa, pues aún nos falta ir un paso más allá en la comprensión de esta soberbia teoría; nos falta ahondar en la compleja e inimitable percepción personal.
Tamara Iglesias nos ha acercado a los grandes filósofos y a la teoría estético del arte en sus artículos sobre #losublime. Hoy despide esta serie con una pregunta dirigida a ti, querido #lector: ¿Cómo percibes lo sublime? Share on XPara ello y, con tu permiso querido lector, vamos a empezar por realizar una pequeña introspección, un ejercicio simple pero que nos permitirá configurar tu propio ideal de lo sublime («¿Mi propio ideal de lo sublime, Tamara? ¿Se puede hacer eso?» Sí, te lo prometo; tú sigue leyendo. ¿Preparado?) Estés donde estés, detente, siéntate y cierra los ojos durante veinte segundos; una vez cerrados, debes agudizar el oído y prestar atención a todo aquello que te rodea, identificando mentalmente cada sonido (incluso los más sutiles) con una imagen que puede ser iconográficamente veraz o no (esto significa que, si escuchas a un perro ladrando, puedes visualizar una raza en concreto o inventarte la morfología de un perro verde con doce ojos y cuatro cabezas); todo depende de ti, pero escojas lo que escojas debes dar rienda suelta a tu subconsciente y dejar que las imágenes interactúen las unas con las otras. Transcurrido el tiempo, abre los ojos y contempla el entorno con detalle durante otros diez segundos. Dime: comparándolo con los instantes previos a esta práctica… ¿te parece diferente? ¿Se corresponden las figuras que has creado con la realidad? ¿Qué te provoca el choque entre ambas? ¿Sentiste sorpresa? Al abrir los ojos ¿reparaste en algún detalle que antes ni siquiera había llamado tu atención? ¿Te ronda un inesperado sentimiento de deleite, como si fuera la primera vez que eres consciente de los pormenores que rodean a tu pequeño ecosistema? ¿Puede que te hayas sentido quizá algo agobiado por las notorias diferencias entre tu imaginación y la realidad? Y por último y atendiendo a lo aprendido en esta serie de artículos, ¿consideras que esas imágenes son sublimes o simplemente bellas? Lo sé, son muchas preguntas, pero iremos desgranándolas poco a poco.
Primero que nada, quiero aclarar que (en mi opinión) nuestra imaginación y nuestros recuerdos son los dos mayores contenedores de lo sublime (aunque no sean sublimes en sí mismos, ¡ojo!), pues ambos conforman conjuntos de representaciones enlazables e inalcanzables que nos permiten distinguir entre aquello que ansiamos y aquello que no tenemos. Ahondemos un poco más en esto, ¿te parece? Por una parte, nuestros recuerdos suelen transportarnos con una pasmosa facilidad a esa tergiversada historia que nos auto-relatamos en los momentos taciturnos, y que habitualmente tendemos a finalizar con un «comieron perdices» alternativo que corresponde Nuestra imaginación y nuestros recuerdos son los dos mayores contenedores de sublimidadmás a nuestras expectativas que a los pedazos audiovisuales que podemos rememorar. Tras esa puerta balsámica suele enmascararse el peligroso «y si», ese pensamiento que se proyecta en la comisura de nuestros desvaríos nocturnos convirtiéndose en culpable de la punción que nos corroe luego, al despertar por la mañana; esa mezcla perfecta entre inaccesibilidad y utopía, aderezada con una pizca de hastío cotidiano, es la que nos conduce a la búsqueda de una quimera intangible: la fantasía. Fantaseamos con la idea de lo que habría pasado si hubiéramos tomado este o aquel otro camino, y ante la incertidumbre tendemos a poner en tela de juicio las decisiones que tomamos. Esta dualidad sensitiva podría considerarse como la raíz de lo sublime en nuestra psique, puesto que esa angustia de sentir el desvanecimiento de nuestras convicciones y buen juicio, colinda con el placer de saber que la amenaza de un error pasado (combinada por el terror y el dolor de dilemas futuros) no es más que un recurso controlado y maleable que podemos eliminar de nuestra mente en cuanto queramos. Es decir, que pensar en un problema desde la seguridad que otorga el haber tomado ya una decisión, nos provoca (a largo plazo) un acceso de satisfacción; la determinación ya fue tomada y por ello no tenemos que torturarnos con las consecuencias de la misma. Básicamente y para no excederme demasiado en este artículo recopilatorio, se trata de un estremecimiento semejante al que provoca la visualización de películas de terror, en las que disfrutamos de una turbación moderada y sin riesgos.
Por la otra parte, mediante esta lucha de antagónicos nuestra mente se transforma en un interruptor hacia la sublimidad que se magnifica con los terrores de la privación: por ejemplo, la privación de la luz conduce al terror a la oscuridad, la privación del prójimo acarrea el terror a la soledad y a la ausencia, la privación del lenguaje y la expresión supondría el terror al silencio, la de los objetos a un terror al vacío (que en el Barroco fue denominado horror vacui y empleado incluso en las obras artísticas y arquitectónicas) y, por supuesto, la privación de la vida conduciría al universal y atemporal terror a la muerte; no obstante, incluso en estas privaciones se mantiene un eje de dominio, dado que surgen de una eventualidad futura, hipotética y factible, pero no segura: sí, de acuerdo, sabemos que moriremos, pero no sabemos cuándo; somos conscientes de que algunas amistades se perderán con el paso de los años, pero también sabemos que muchas se mantendrán o, en el peor de los casos, se forjarán otras nuevas. Y así, sucesivamente con el resto de casos expuestos.
De acuerdo. En este punto probablemente sería lógico que me preguntaras por qué motivo nos atormentamos durante horas con espejismos inalcanzables, y lo cierto es que debo decirte que con este ejercicio nuestra razón queda petrificada por la turbación, y ello nos obliga a una reflexión contemplativa entre lo que es (lo que somos) y lo que pudiera ser (lo que quisiéramos ser); es decir, rememorar nuestros errores pretéritos y nuestras esperanzas venideras se convierte en un foco hacia la consecución y engrandecimiento de nuestros ideales. Verbigracia, si nuestro sueño es dedicarnos profesionalmente a la escritura, la comparativa entre lo que fuimos (camarero, mecánico, azafata, electricista…) y lo que queremos ser (escritor) nos ayudará a centrar el eje de nuestros esfuerzos en dicho cambio, marcándonos una serie de metas a corto y largo plazo que deberemos alcanzar si queremos progresar. Por tanto, lo imprescindible aquí es que se produzca el choque entre la concepción de ese elemento probable (publicar un libro) y la representación de ese ente seguro (continuar en nuestro trabajo habitual para poder sobrevivir), porque ello nos invitará a continuar soñando y perseverar.
Asiduamente la consciencia de esta conexión entre dos bifurcaciones intangibles y tan dispares tiende a provocar cierto grado de sorpresa, y aquí es donde entra el apartado de lo que yo llamo «contemplación correctiva»; para ilustrarlo, te pido que escojas un recuerdo y lo visualices mentalmente. Piensa en las personas con las que estabas, lo que estabas haciendo, el clima, y la atmósfera que te envolvían en ese momento; y ahora dime, si te concentras, ¿no parece casi como si pudieras llegar a palpar ese rayo de sol que se tamizaba por entre las hojas de los árboles? ¿O de sentir el viento frío en la espalda que transportaba las nubes de tormenta de un punto a otro del cielo invernal? Por arte de birlibirloque pudiera creerse que nos transportamos a ese intervalo temporal, y aunque lo sintamos muy real, lo cierto es que es irrecuperable. Esa particularidad es la que convierte a la contemplación correctiva (la percepción de detalles que hasta entonces resultaron del todo insustanciales) en una parte del universo de lo sublime, imposibilitando que sea simbolizado y provocándonos nostalgia. Volviendo a la teoría conceptual de los precedentes artículos, el amor y la pasión presentadas por Madame de Lambert o el common sense de Shaftesbury no pueden encarnarse en modo alguno, por lo que la única posibilidad para palparlos es la consecución interpretativa; es otras palabras, consensuamos un sentimiento con una visión particular: para unos el amor puede ser una madre abrazando a su hijo mientras para otros sería el motor de una relación sexual; para un tanto por ciento de la población, el sentido común será la razón científica y para el otro el empleo correcto de las virtudes. Al igual que estas emociones, nuestros recuerdos, meditaciones y figuraciones del ejercicio anterior, responden a una representación etérea y, como siempre, hermenéutica.
Vale, seamos sinceros, por muy particular que sea nuestra conceptualización, lo cierto es que tanto en nuestro mundo onírico como en la realidad, lo sublime es siempre grande y cuenta con la sencillez de la naturaleza, mientras que lo bello tiende a ser pequeño y engalanado por la manufactura humana; de esta manera, la profundidad de una valla oceánica puede resultar a simple vista tan sorprendente como las médulas de León, debido a que ambas se ven acompañadas de una fuerte sensación de estremecimiento y asombro en quien las admira. Empero, y aun sintiéndonos diminutos frente a la composición de nuestros antepasados o de la mismísima tierra, no necesariamente han de ser ambos objetos de sublimidad. ¿Por qué? Pues porque lo sublime implica un sentimiento de insignificancia en el ser humano que le invita a crecer, así que si estás frente a una vista inestimable o un sueño egregio y no te transmite la sensación de que tus problemas (finitos e irrisorios) se desvanecen, es porque o bien no era una manifestación de sublimidad o bien aún no has encontrado tu propia apreciación de lo sublime. Si éste es tu caso, no pasa nada, no te agobies, solo se trata de seguir buscando.
Una consideración interesante y a tener en cuenta es que para muchos, la propia experiencia humana delata el sentimiento de lo sublime, de manera que cuanto más aprendemos, asimilamos y maduramos más conscientes somos de la riqueza y de la pérdida, del paso del tiempo o de nuestra insignificancia, y con ello somos capaces de disfrutar más de los pormenores a los que antes no prestábamos atención por estar demasiado obnubilados con la visión de nuestro propio reflejo. A mi entender, el mejor y más simple paradigma que puedo ofreceros de este hecho sobreviene ante la comparativa de vuestro yo actual y vuestro yo de hace diez años: el primero posiblemente es consciente de que aún no tiene conocimiento suficiente o que le queda mucho camino por recorrer, mientras el segundo se creerá en pleno dominio del universo que lo rodea, tan cegado por el brillo de lo bello como para no ver la sublimidad ni a un palmo de distancia.
Pero nuevamente me toca arrojar una jarra de agua fría, pues si bien es cierto que la experiencia nos permite ir un paso más allá en nuestra personal visualización del mundo, tampoco es que con ella nos liberemos completamente del velo de la beldad cismática (lo siento, querido lector, pero no iba a ser tan fácil); todos sabemos lo sencillo que resulta distraerse con los pequeños objetos, como las luces de neón, los carteles de 50% que rondan los escaparates o el icono parpadeante del grupo de whatsapp, y lo cierto es que, tenemos que reconocerlo, vivimos en una sociedad del consumismo que nos abruma con miles de falsas exigencias: que si necesito este traje, que si este móvil es imprescindible, que me voy a morir si no consigo aquella lámpara último modelo… Pasamos tanto tiempo haciendo cuentas para conseguir ese objeto «fantabuloso» que tanto ansiamos y que un youtuber o influencer nos metió a fuerza por los ojos bajo promesa de felicidad eterna, que nos olvidamos de buscar el equilibrio entre lo que es (un pedazo de plástico, madera, etcétera) y lo que fue (la historia que hay detrás, como por ejemplo la de los móviles con el coltán). Pero tranquilo, de momento no tendremos que pasar el resto de nuestra vida como ermitaños en el monte para poder vivir en consonancia con lo sublime, bastará con tomar una actitud más abierta a aquello que no podemos controlar y encontrar una concentración de lo sublime incluso en los Tras la experiencia de lo sublimeminúsculos detalles que nos rodean: puedes empezar fijándote en cómo se refleja la luz en las copas de cristal que compraste para tu nuevo piso, maravillándote de la rapidez con la que caen las gotas del helado de pistacho por la galleta de su cucurucho, o disfrutando de los destellos pardos, negros y blancuzcos del pelaje de tu mascota mientras toma el sol bajo la ventana. Y luego, simplemente se trata de avanzar: siente el olor de la tierra ascendiendo desde tus tobillos en el bosque de El Juanar, observa el halo de luz grisácea que se forma en las calles de Santiago de Compostela mientras todos abren sus coloridos paraguas, analiza los detalles inesperados que surcan el cielo cuando un rayo atraviesa la sierra del Guadarrama, fíjate en el balanceo de las flores en las praderas cántabras, emociónate con el cielo plagado de estrellas en la Palma (ese mismo cielo que nos ha acompañado durante cientos de años y que, siempre lo digo, nos une a todos)… porque así, de la manera más natural e incluso torpe, te darás cuenta de que han surgido como parte de una unidad perfecta, de un mundo gigantesco que te envuelve, un mundo fugaz en el que tu papel será sólo temporal; son esas fracciones intangibles que no se compran ni se venden, pero te dejan con la boca abierta y te hacen sabedor de que sólo eres uno más entre millones de seres vivos, las que hacen que todo merezca la pena, informándote (sin quererlo) de que formas parte de esos afortunados que siguen ocupando sus puestos en el escenario sólo porque las Grayas aún discuten tu destino.
Parafraseando a Unamuno, podríamos decir que lo sublime nos permite ser más padres de nuestro futuro y menos hijos de nuestro pasado; nos despierta en este «ahora», en este fragmento de tiempo que escapa entre los dedos como el agua cuando bebemos de nuestras manos en una fuente. Lo sublime es ese carpe diem, tempus fugit y memento mori que nos conduce al éxtasis de ver lo conocido que desconocíamos, y nos permite detenernos el lapso suficiente como para encontrarnos a nosotros mismos. Cuando asimiles todo esto como tuyo, amigo mío, te darás cuenta de que, al final, lo sublime es aferrarte a tus convicciones, luchar por lo que quieres, defender aquello que consideras justo, dejar tu huella para mejorar este mundo, perseverar en la consecución de tus ideales, aprender riendo y llorando, demostrar que no te vas a rendir a pesar de las piedras con las que tropieces en tu camino… Porque lo sublime es, sobre todo, el mero acto de vivir y seguir adelante.
Gracias.
Lo sublime es aferrarte a tus convicciones, luchar por lo que quieres, no rendirte... Es el mero acto de vivir y seguir adelante. Último capítulo de la #serie sobre la teoría estético-filosófica del #Arte de Tamara Iglesias. Share on X
Tamara Iglesias
Puedes consultar la serie completa aquí: Transposición, principio y estética de lo sublime La subyugación de la beldad cismática... La translación a lo sublime... La desapacible ruptura del antropocentrismo... Sublimidad, feminismo y mutaciones heteróclitas... Lo sublime en la filosofía alemana...
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