Pasen y lean, Trumpsilvania les aguarda.
No deja de ser curioso que el vampiro sea una de las figuras más atemporales de nuestro imaginario. Cada generación tiene el derecho de reconstruir las historias arquetípicas para perpetuar la fascinación y el miedo, y el vampiro es su mayor ejemplo. Desde Polidori hasta Eggers, la relación artística que tenemos con él traspasa los límites fundacionales, la cultura popular y las modas de cada época. ¿Quién puede resistirse a Drácula? Desde los vurdalak o strigoii, hasta la romantización anglosajona de Stoker, su vinculación a Vlad Tepes, su representación teatral y cinematográfica, su leyenda y su trauma, su erotismo y depravación; todo lo concerniente al nomuerto que se alimenta de sangre, que vive en los márgenes de la razón, nos atrae. ¿Por qué? No sabría decirlo: quizá estamos enamorados de la maldad que se escapa a nuestro entendimiento. El arquetipo del vampiro ha ido evolucionando en sus distintas versiones hacia una criatura aún más espeluznante, en la medida en que ha dejado de ser un ídolo romántico (como bien contrasta Albert Serra en su Història de la meva mort) para convertirse en el ángel del capitalismo, no tanto como producto cultural, sino más bien como prócer, heraldo de un sistema que se alimenta de nosotros.
Este ser a la sombra de la historia, presente en los brillos de navaja que empuña la miseria, se acerca más a una representación apócrifa expresionista (portador de plagas) que a una estetización globalizada por la potencia de la imagen y el relato que se reinventa a sí mismo. Quiero decir que Nosferatu existe, y es Legión, y también es llamado poscapitalismo. Hace mucho tiempo que llegó: nadie puede saber ya quién humano, quién siervo, quién monstruo. La última imagen que recoge este legado, creada por el colapso neoliberal y la posmodernidad individualista, sin colmillos y a la luz del día, más Damien Thorn que Lestat de Lioncourt, es el cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos, Donald John Trump. Y aquí, lector, lectora, lectore, aparece el realismo visionario de Luis Artigue.
De Luis Artigue conocemos la fecha en la que nació (1974), pero no la fecha en la que fue mordido por la literatura. Sabemos que es un excelente poeta, un investigador espiritual, un novelista único que considera la inteligenca como una discapacidad, y uno de los nombres brillantes en el fantástico de los últimos años en este país. Su narrativa de la imaginación, precedida por su ciclo de novelas de las vanguardias, está llena de sádicos burócratas, grupos antisistema, leyendas urbanas, científicos secuestrados, fotoperiodistas neuróticos, gánsters diabólicos, músicos heroinómanos, reverendos psiquiátricos, actrices de la nouvelle vague, santas con sífilis, posesiones familiares, bebedores de absenta, encuadernadores de piel humana, inventores de la modernidad, místicas del fallo cerebral, novelistas gráficos misántropos, infiernos para escritores y cines de barrio en decadencia. Esta trayectoria, reconocida con los premios Miguel Delibes de Narrativa, Celsius a la Mejor Novela de Fantasía, Ciencia Ficción o Terror, y Lloret Negre a la Mejor Novela de Género Negro, se amplía con una nueva obra sobre la condición del vampiro en nuestro tiempo, esto es, el trumpismo.
Insistamos en algo: la capacidad de predicción de despropósitos políticos que aparecen en Trumpsilvania, escrita mucho antes del segundo mandato de Trump, es escalofriante.
Insistamos en algo: la capacidad de predicción de despropósitos políticos que aparecen en Trumpsilvania, escrita mucho antes del segundo mandato de Trump, es escalofriante. @luisartigue @eolasediciones @alarreag. Compartir en XTrumpsilvania, editada por Eolas, tiene un gobierno paritario entre humanos y vampiros en la II era Trump. Trumpsilvania es una ficción criminal que se sirve de los códigos que David Chase y Beau Willimon implementaron en televisión para ampliar el catálogo vampírico que tan bien expuso George A. Romero en Martin; y también un templo pulp consagrado a la traición, como si Matt Reeves y Juan Padrón adaptaran a Francis Fukuyama. Artigue genera espacios y personajes oscuros tan potentes como un disparo con el cañón apoyado en el pecho, aunque dentro de esa atmósfera de explotación e interjecciones de novelas de a duro se esconde un profundo conocimiento del género de terror escrito y visual. La reformulación que Trumpsilvania propone trasciende la referencialidad y exige un nuevo acuerdo con el lector, lectora, lectore para crear juntos un marco contemporáneo de la figura del vampiro, emparentado directamente con la Trilogía de la oscuridad, de Guillermo del Toro; con el trabajo de Marv Wolfman y Gene Colan para Marvel; y con la revisión coetánea del Drácula de la BBC. Pero lo verdaderamente inusual, lo que salvaguarda el carisma de la novela y proporciona sangre fresca al género, aparte de una representación insólita de uno de los vampiros protagonistas, es la lucha de los personajes femeninos contra el patriarcado, utilizando sus mismas armas.
Lo que salvaguarda el carisma de Trumpsilvania de @luisartigue y proporciona sangre fresca al género, es la lucha de los personajes femeninos contra el patriarcado, utilizando sus mismas armas. @alarreag @eolasediciones. Compartir en XLuis Artigue sabe que vivimos la repetición cíclica del siglo XX, y se vale de su gran movimiento, el feminismo, concretamente de postulados de su segunda y tercera ola, para reflejar la disidencia en Trumpsilvania. Crapulake City se convierte en el territorio de la polarización (las dualidades clásicas de norte-sur, amigo rico-amigo pobre, esposa-amante refuerzan este marco teórico, con la excepción del trumpismo, que quiebra la división republicano-demócrata, a la manera en que la realidad lo ha permitido). La esencia de los personajes tiene como motor no encerrarse en lo que se espera de ellos, en luchar contra un supuesto determinismo dado por la tradición, sea con más o menos éxito. Además, Artigue es perfeccionista en su papel de escritor pulp irreverente contra el mundo, y explora la perspectiva heterosexual fetichista, o la ensoñación contradictoria de la información que cada diálogo ofrece (la lectura nos hace desconfiar, sospechar de que solo saben comunicarse ocultando sus intereses). No hay modo de entregarse con plenitud a nadie porque todos en la novela exhiben su oscuridad. La evolución de Mina Harker y Lucy Holmwood tiene afán de espita: busca para ellas una alternativa a la crueldad sistemática de la vida que llevan, (por ende, del gobierno trumpista), y esa esperanza de redención, de que titile una oportunidad para que las cosas cambien, es quizá el espejo que une la trama a la realidad, quiero decir, a nuestra naturaleza. El vampiro entonces no es un depredador acolmillado, sino una alegoría de nuestro sufrimiento, una personificación que no encontramos en el mundo para llevar a cabo la catarsis. Y al final, el mito siempre resurge, nos encuentra, se encarga de atemorizarnos antes del mordisco, el cual no advertimos por la anestésica función poética del lenguaje, que Artigue enhebra para impulsar la festividad de la sangre sin acaramelarla.
¿Hemos dicho ya que Trumpsilvania tiene adn y apellidos del pulp más reconocible, que reconstruye el afán lector por el divertimento de nuestra propia fatalidad?
¿Hemos dicho ya que Trumpsilvania de @luisartigue tiene adn y apellidos del pulp más reconocible, que reconstruye el afán lector por el divertimento de nuestra propia fatalidad? @alarreag. @eolasediciones. Compartir en XCrapulake City, esa ciudad del medio oeste estadounidense no muy alejada de Sant Louis, Misuri, donde Miles Davis conoció a Charlie Parker en Café Jazz el Destripador (2020); contemporánea quizá de la Nueva York en la que Nathaniel Mortimer murió por COVID-19 en Ficción para multitudes (2022); unos usos horarios más al oeste de Silenza, en la Italia expresionista de Donde siempre es medianoche (2018); y a tan solo a unas dieciséis horas en avión de Violincia, donde sucede Club La Sorbona (2013). En efecto, decimos que la narrativa de la imaginación de Luis Artigue está interconectada de tal modo que forma un universo siamés con el nuestro, el cual carece tristemente del estupor de la fantasía.
Y puesto que el fantástico requiere de esa hermandad para transformarnos, Artigue no está solo: abraza con friquismo sublime el cine de Romero, Franco y Fulci, el horror erótico de Cronenberg, la influencia neogótica de Jackson, King o Pedraza, los clásicos norteamericanos del terror, el telo inconsciente de Jodorowsky, los diálogos de Highsmith y Reza, la asfixia espacial de Cortázar y Valle-Inclán, la violencia no normativa de Jelinek, el eco underground de Enríquez, la tragedia estructural de los clásicos del teatro. Y acaso la mayor influencia de Luis Artigue para escribir una novela sobre vampiros, crimen, traición, sectas, torturas, violencia de género, totalitarismo, sororidad, fantasmas y venganza sea el mundo en su presente. Novelas así, que de tan reales parecen ficción, entonces solo han de escribirse para sobrevivir a la actualidad.
Reseña de Alfonso Larrea
Trumpsilvania
Luis Artigue
Eolas Ediciones
Sobre el autor de esta reseña, Alfonso Larrea
Alfonso Larrea (Córdoba, 1990) es poeta y se dedica a la comunicación digital. Ha publicado Los poemas menguantes (Madrid, Grupo Tierra Trivium, 2020) y Luz de horizontes inmolados (Sevilla, Ediciones en Huida, 2024). Ha participado en las antologías internacionales El mejor poema del mundo 2023 (Oviedo, Ediciones Nobel, 2023) y Mueve la voz amor de mi gemido (Sevilla, ed. Encuentro Letras Celestes, 2024); y en las revistas Zenda, Círculo de Poesía, Casapaís, Cariátide y Zéjel. Pertenece al colectivo Poetas por el Clima.
Con esta reseña sobre Trumpsilvania, la nueva novela de Luis Artigue, inicia su colaboración en Revista MoonMagazine.
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