Si las mujeres no trabajaran (o al menos no quisieran ocupar los mismos trabajos que los hombres), no habría tanto paro, los niños no se educarían en la calle y la sociedad no estaría degenerando. Lo que ocurre es que al sistema actual, corrupto y sin valores, le interesa tener a las mujeres engañadas, porque así consumen como descosidas al rezo de “es mi dinero y hago con él lo que quiera”, tratan de dominar a los hombres, en lugar de convivir pacíficamente, como antes, y todo ello provoca confusión y desvía la atención de la sociedad. Las feminazis corromperán el mundo y lo llevarán a la perdición.

Señales inequívocas de que estás conviviendo con una feminazi.

Promociona indirectamente, con su degenerado concepto del ocio, una familia desestructurada compuesta por miembros que vagan en el triste estado de la soledad y la autonomía semipermanentes.

Una feminazi en tu casa

Malversación del ocio I

—¿Por qué no te vas a dar una vuelta en bici con tus amigos? —propondrá ella con una sonrisa.

—¿A qué viene eso ahora? —preguntarás. Y haces bien. Porque no, no está pensando en ti; quiere quedarse sola en casa para poder escribir sus cosas, como las locas.

Malversación del ocio II

—¿Qué te apetece hacer?

—Jugar a la Play.

—Bien, entonces yo…

Y aquí, antes de que sea tarde, tienes que contestar: “Entonces tú te pondrás a mirar, que ya te veo las intenciones de quedarte sola, escribiendo como las locas”.

Ocio destructivo I

—Cada vez que te pones a escribir te olvidas de todo. Ya podría quemarse la casa, que ni te enterarías –comentas de manera calmada y con un objetivo completamente constructivo, prácticamente altruista.

—Bueno, igual te pasa a ti cuando te pones a arreglar algún cachivache —reprocha la muy cabrona.

Aquí, antes de que la feminazi se te suba a la chepa, tienes que dejar las cosas claras: “Sí, me distraigo arreglando cosas, pero al menos lo que yo hago sirve para algo”.

Ocio destructivo II

—Ve tú a casa de tus padres; yo tengo que acabar esto.

Error, empezamos así y acabamos con una feminazi ausente que cree que nuestra casa es un hotel y nuestro cuerpo una polla con patas.

—Pues me parece muy mal: la familia es lo primero —debes reivindicar con firmeza.

—Voy siempre contigo a visitarlos, no creo que vaya a montarse un drama porque falte un día.

Error, no solo se montará un drama, tus padres sabrán que eres un calzonazos y la feminazi empezará a tomarse la libertad como costumbre, sino que, además, estarás participando en el desarrollo de una sociedad sin valores ni principios.

Puede que te duela a ti más que a ella, pero has de actuar.

—¿Y qué vas a acabar? ¿Esa mierda que empezaste el otro día para el cabrón de tu jefe? ¿Tú jefe es más importante que tu familia? Eres una esclava de tu trabajo, te tratan como a una mierda y tú encima les lames las botas y descuidas a tu familia por ellos.

Vivir con una #feminazi. @JudithBoschM #microrrelatos #sarcasmo Trabaja, es independiente, ¡piensa! Share on X

La feminazi y el trabajo

Vivir con una feminazi de Bosch&Hierro. MoonMagazine

Vivir con una feminazi. Texto de Judith Bosch. Fotografía de Rafa Hierro.

Participa, con sus iniciativas individuales, en la creación de un sistema invertido de poder en el que los hombres son menospreciados por mujeres con aspiraciones laborales dañinas para la sociedad.

 Un trabajo a tu altura I

Igual que todo hijo necesita unos padres que sepan ponerlo en su sitio, toda feminazi necesita un hombre que sepa aplicar la sabiduría popular en sus frases correctivas:

—¿Ya estás otra vez echando currículum en esas mierdas de comunicación y tonterías? ¡A ver cuándo te acercas al supermercado de aquí al lado y te buscas un trabajo serio como Dios manda!

Un trabajo a tu altura II

—Tú  lo que quieres es cobrar más que yo —afirmas. Pero no esperes que ella se sincere. Recuerda, es una feminazi y uno de sus mayores talentos es el de darle la vuelta a la tortilla sin que te des cuenta.

Así que, probablemente conteste:

—No. Me da igual quién de los dos cobre más. Solamente quiero hacer lo que me gusta y lo que sé hacer.

Aquí es importante entrar en su juego y quitarle el mango de la sartén, a través de verdades como puños y comparaciones inteligentes.

—»Lo que me gusta»… «lo que sé hacer»… ¡Pamplinas! Y a mí me gustaría correr en un circuito de Fórmula 1, no te jode… ¡Pero soy consciente de mis limitaciones!

Un trabajo a tu altura III

—No voy a trabajar de cajera en un supermercado —rebuznará. Y además, como buena feminazi, rebuznará con doble intención y aquí has de estar atento.

—¿Qué quieres decir con eso? Mi hermana es cajera de supermercado, ¿estás insultando a mi hermana?

—¡No estoy insultando a nadie! —mentirá la muy puta—. Solamente digo que quiero hacer otras cosas y estoy bien haciendo otras cosas.

Mentira, y lo sabes. La mentira se combate con la verdad. Sé directo e implacable.

—¡Sí, Claro!, ¡pasándote todo el día afuera, negociando con tíos que te quieren follar! ¿Te parece bonito y digno eso?

—Tú definición de comercial es bastante curiosa —reseñará con una sonrisilla.

No te dejes embaucar y recuérdale que la conoces como si la hubieras parido.

—No empieces con tus frasecitas de escritora, que sabes perfectamente cuál es la verdad.

¡Sé fuerte!

Su postura a la hora de discutir deja entrever cuatro objetivos claros: denigrarte, confundirte, someterte y hacer alarde de esa fortaleza ilusoria que le compró a Satanás.

No eres más fuerte que yo I

—Puta feminazi, ¿crees que tus discursillos y palabrejas te colocan por encima de mí? Yo sabré menos que tú en varios aspectos, no te digo que no, pero sé más cosas de la vida —sentenciarás con voz solemne y sin que te tiemble el pulso.

—En ningún momento he insinuado que sepas menos o más de nada —contestará ella, intentando desviar tu atención y dirigirla hacia sus intereses. Aquí has de actuar con celeridad y cortar por lo sano.

—¿Ves a lo que me refiero? ¡Ya estamos con discursitos!

No eres más fuerte que yo II

—¿Te crees mejor que yo por saber escribir y esas pamplinas? —preguntas. No esperes a que te  confiese lo que realmente piensa. Recuerda que es una feminazi y la mentira es su condición natural.

—Nunca he dicho nada semejante, ni lo pienso —asegurará con tono casi inocente. Mentira, está mintiendo y lo sabes. Debes de mantener la calma y formular las preguntas correctas para que se descubra ella sola.

—¿Entonces por qué tenemos que anteponer la presentación de tu libro a una comida familiar?

—Pues porque es de lógica y además ya me he comprometido a ir. Que vayan tus padres también a la presentación, no entiendo el problema.

Perfecto, ya está en situación de enseñar toda la maldad que hay en ella, solamente tienes que tocar las teclas adecuadas, a través de la verdad, que a las feminazis les quema igual que a los vampiros les quema el agua bendita.

—Yo sí. Quieres demostrarles a todos que somos unos ignorantes. Y quedar tú de superior, como siempre.

No eres más fuerte que yo III

Ponerla en su sitio es siempre necesario pero al principio resulta difícil, sobre todo por el carácter agrio que caracteriza a toda feminazi.

—¿Qué harías sin mí? —preguntarás con la retórica adecuada, mientras acaricias tu barbilla o cruzas tus poderosos brazos—. Beber como una descosida, pasar días sin comer, escribiendo tus chorradas, y follar con esos tíos que piropean tu inteligencia para llevarte a la cama. Pero crees que conmigo estás peor, ¡desagradecida!

Cuidado, hasta que la acostumbres es bastante probable que juegue sucio.

—Tienes razón. Gracias por aparecer en mi vida, sacarme de la alcoholemia, de la promiscuidad y del mundo satánico de las letras.

—Yo también sé hacer eso que tú haces, del espasmo o como se llame.

Error, si hay alguna palabra que desconozcas no la utilices. No la utilices.

—Sarcasmo, se llama sarcasmo.

Aquí debes actuar rápidamente y sin miramientos.

—Ya estás con tus putas correcciones de soberbia malnacida.

Vivir con una feminazi de Bosch&Hierro. MoonMagazine. El Miedo, Rafa Hierro.

Vivir con una feminazi. Texto de Judith Bosch. Fotografías de Rafa Hierro.

 

Si te sientes identificado con una o varias situaciones de las mencionadas anteriormente es porque, obviamente, convives con una feminazi. Sobre todo actúa con cautela y silencio, has de saber que el mundo actual confabula en tu contra y a su favor y, a la mínima de cambio, se te tildará de “machista”. Poco a poco, desde la oscuridad, siendo lo suficientemente precavido y disciplinado, conseguirás poner a la feminazi en su lugar y llevar una convivencia más o menos pacífica. Eso sí; nunca utilices la violencia física contra ella, ya sabes que ahora la sociedad nos condena hasta por despeinarlas. Mantén la sangre fría y, cada vez que creas que merece una hostia bien dada, muérdete la lengua, cógete las manos a la espalda y sal a dar un paseo.

 

Texto de Judith Bosch.

Bosch&Hierro, firma creativa formada por la escritora Judith Bosch y el fotógrafo Rafa Hierro.