Hablar de una obra de Antonio Tocornal y que su título venga asociado a un premio literario empieza a convertirse en una gloriosa costumbre. En esta ocasión, nos ocupa la muy grata Pájaros en un cielo de estaño, destinataria del Premio València de Narrativa de la Institució Alfons El Magnànim. Tal reconocimiento le otorga un cuerpo físico: el que le da la forma de objeto libresco, gracias a Ediciones Versátil. Pero esta novela que finge no serlo cuenta además con otro cuerpo en el que se encarna: el de ave, a juzgar por las alas con las que estos Pájaros levantan el vuelo, enérgicos y poderosos, rumbo a las cumbres de la literatura contemporánea.
Hablar de una obra de @AntonioTocornal y que su título venga asociado a un premio literario empieza a convertirse en una gloriosa costumbre. En esta ocasión, nos ocupa la muy grata #PájarosEnUnCieloDeEstaño, @EdVersatil @rosaggv. Share on XQue Antonio Tocornal está llamado a tales cimas parece indudable, visto lo visto. O, mejor, visto lo que puede ver cualquiera que siga de cerca su trayectoria: donde pone la mano y el ojo el autor, el resultado bailotea y juega entre pares de opuestos: respeto y juego, tradición e innovación, normas y audacia. Pero a la vez ostenta humanidad, sabiduría, belleza, brillo, sensorialidad.
No es posible (y no tengo intención de abusar de la paciencia del lector que se acerca con curiosidad a esta reseña) desmenuzar en un espacio moderado ni siquiera una mínima parte de los detalles que hacen de Pájaros en un cielo de estaño una avis tan rara como astutamente ensamblada. Pero conviene detenerse, aunque sea unas líneas, en su forma particular: se trata de una novela vestida de epístola, si bien resulta fácil olvidarse de ese disfraz hasta que vuelve a mencionarse en las últimas páginas. La supuesta carta, dirigida a un personaje anónimo, pretende ser un conjunto de notas que el emisor (es decir, el narrador) ha fabricado con dosis idénticas de recuerdos y de artificio. Y decidimos creerlo, aunque nos expongamos a ser engañados. Es un pacto viejo y, a veces, agridulce, pero, si no nos acercamos a una obra literaria con la confianza de un niño, nos perderíamos el disfrute puro, su lado lúdico y místico, el que conserva la capacidad de absorber y modificar el alma del lector. Habilidades cuyo entero dominio vuelve a mostrar Antonio Tocornal, apenas unos meses después de la publicación de la tremenda Bajamares.
Con el rechazo implícito de la idea de trama en su concepto convencional, Pájaros en un cielo de estaño ofrece mucho más que un conflicto, mucho más, incluso que una decena o una veintena de conflictos. Lo que tenemos, contemplado en conjunto y con cierta distancia, presenta similitudes con ciertas obras de arte arcaicas, pero también con algunas tardoantiguas. No es tan paradójico como pudiera parecer: el tiempo es cíclico y la contradicción bien podría ser una de las esencias del arte, de la vida. Así, la miríada de historias entrelazadas, centradas en la aparición de los Van Vogelpoel y contempladas desde los ojos de un niño que Tocornal pone ante nosotros, contiene ecos de universalidad. Algunos, más cercanos, por el habla o por el siglo, o ambos: resuenan La colmena por la multiplicidad de historias, Cien años de soledad por sus conexiones con el realismo mágico, pero también por el genial tratamiento del tiempo literario, que fluye de manera aparentemente simple, copiando el tiempo humano como sólo las grandes obras pueden hacerlo.
En #PájarosEnUnCieloDeEstaño de @AntonioTocornal resuenan ecos de La colmena por la multiplicidad de historias, Cien años de soledad por sus conexiones con el realismo mágico, y por el genial tratamiento del tiempo literario. @rosaggv. Share on XNo me resisto, pero disculparé con mi deformación profesional una alusión a otras manifestaciones, no castellanas ni recientes, aunque sí fundamentales: la descripción del Escudo de Aquiles en la Ilíada, las historias narradas por los bajorrelieves clásicos —no tan apolíneas, desde luego, en la novela como en los edificios clásicos—, y los árboles genealógicos de los personajes míticos grecolatinos. Pájaros en un cielo de estaño se parece un poco, también, al laberinto de Creta, pues no siempre sabemos a dónde nos va a llevar tirar de éste o de aquel otro hilo, seguir éste o aquel otro pasillo. El laberinto está iluminado por exiguas antorchas; la novela de Tocornal, por la luz del recuerdo del narrador que, pese a todo, encuentra lugar para lanzar una mirada irónica, no resignada, sobre el relato que contempla con perspectiva y un dolor autonegado, con el ocaso ya a la espalda.
Un sinfín de vidas caben en Pájaros en un cielo de estaño. San Antonio, el Pájaro, y sus hijos; su mujer, aparentemente ausente; el maestro de escuela, el alcalde y sus acólitos, el médico; otros innumerables personajes con nombre e historias propias,«Trini El Mamón», «Elías El Motivos», «Fran El Alemán» o Fortunata Rebollo, sólo unos pocos nombres del infinito albergado en estas páginas. Con ellos y con un lenguaje muy personal, potente y descarnado, Tocornal retrata pasiones de toda clase, la demencia, el despertar del sexo, la venganza, el amor de toda clase. Y la más elemental de todas: la supervivencia.
Un sinfín de vidas caben en #PájarosEnUnCieloDeEstaño de @AntonioTocornal @EdVersatil. Con ellas y con un lenguaje muy personal, potente y descarnado, Tocornal retrata pasiones de toda clase. #Reseña: @rosaggv. Share on XAntonio Tocornal nos invita a mirar a todas ellas a través de un agujero estrecho, protegidos de los vaivenes extremos de la narración, con una distancia similar a la asumida por los espectadores del teatro griego. No tan lejos como para que las vivencias albergadas en Pájaros dejen de afectarnos, de conmovernos, de sacudirnos y dejarnos ciegos. Aunque al cabo de un tanto podamos ver con más amplitud, al más puro estilo de Edipo.
Se ha cumplido, entonces, la catarsis.
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